Sábado

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Eran las tres de la mañana, seguíamos frente a la chimenea ahora viendo fotografías, me contaste que era uno de tus hobbies favoritos. Tenías un buen ojo; había fotos de atardeceres, arboles, lluvia, flores y también había personas, eras buena en ello. Cuando estaba observando la fotografía de un hombre leyendo el periódico pude escuchar un click y volteé a verte; me habías tomado una fotografía.

–Es para el recuerdo –dijiste y luego me enseñaste el resultado.

Me miraba increíble y pudiste captar cada parte de mi rostro en paz, te sonreí y como siempre me devolviste la sonrisa.

–Deja que yo te tome una foto –reíste y negaste divertida, pero aun así me diste la cámara.

–¿Cómo me coloco?

–Solo se tu misma.

Y eso hiciste, sonreíste de esa forma que hacía latir mi corazón tan desenfrenado como el galope de un caballo salvaje. Te tomé una foto tras otra, continuaste viendo las imágenes y en otras direcciones como si yo no estuviera ahí, pude ver que observabas fijamente una de las fotografías y capte tu rostro en ese momento, te mirabas feliz. No pude con la curiosidad y me acerqué para ver lo que observabas; era la foto de un matrimonio y había una pequeña de cabello corto en medio.

–¿Eres tú? –pregunté.

–Tenía un pésimo gusto para los cortes de cabello –cubriste tu cara por la vergüenza y pude ver entre las rendijas de tus dedos que tus mejillas se pintaron de carmín.

–Creo que te miras preciosa.

Reíste y yo retiré las manos de tu rostro, te mirabas tan irresistible que de nuevo no me contuve y volví a besarte; como siempre me correspondiste. Tu lengua jugueteo con la mía y llevaste tu mano a mi nuca para comenzar a acariciar, me encantaba que hicieras eso. Intensificamos el beso, unos segundos después nos separamos y acariciaste mi mejilla, cerré los ojos por lo cálido y tranquilizante que era tu contacto.

–Cuéntame sobre ti –me pediste.

–Estudie...

–¡No me refiero a eso! Quiero saber sobre tus sueños, tus metas en la vida y lo que te hace feliz, quiero saberlo todo.

Me sorprendiste, parecía que no te interesaba saber lo básico; como mi apellido, a qué me dedicaba o cuántos años tenía, pero querías conocer las cosas más personales de mi vida. Medité mi respuesta un momento y entonces te lo dije todo, desnudé mi alma frente a ti. Te conté que mi mayor sueño era triunfar tanto como mi padre lo había hecho y ser un hombre de bien, formar una familia al lado de una mujer de buenos sentimientos, también te dije que mi meta más cercana la acababa de cumplir y que esa era la razón por la que estaba en el antro, tomaste una copa de lo que quedaba del vino tinto que habíamos bebido y me dijiste que brindáramos por ello, porque gracias a eso me habías conocido. No pude evitar sonreír y brindar a tu lado.

Cuando acabaste tu copa te pusiste de pie y copié tu acción, te mirabas cansada y te tambaleaste un poco, sabía que no era por el alcohol así que solo quedaba la falta de sueño.

–Deberías de dormir –dije y pasé mi brazo bajo el tuyo para que te sostuvieras, recargaste tu peso en mi pecho.

Me dijiste que te llevara a tu habitación y eso hice, tuvimos que subir escaleras y preferí cargarte para que no tardáramos tanto, al principio te sorprendiste, pero luego reíste como una niña pequeña, te emocionó el hecho de que te cargara y me lo dijiste.

–Nunca antes nadie me habían cargado, esto es tan romántico.

Reí por tu comentario y seguí caminando, me dabas indicaciones, recorrí los largos pasillos hasta que llegué a una puerta blanca, abrí e ingresé contigo aún en brazos, me dijiste que el interruptor estaba a un lado de la puerta y encendí las luces. La decoración era sencilla; un par de muebles, repisas en las paredes, algunas fotografías, un tocador bien ordenado con cosméticos, perfumes y todo lo que necesitabas, había un closet que se miraba grande y una puerta que seguramente iba a un baño, con lo grande que era tu casa no me extrañaría que en cada cuarto hubiera uno. Caminé hasta llegar a tu cama, era grande y se miraba exquisitamente suave, el conjunto de sabanas y edredones era blanco al igual que las almohadas, te dejé sobre ella delicadamente e inmediatamente te estiraste como si fueras un gato, cerraste los ojos y sonreíste por la sensación de tus músculos relajándose, luego abriste los ojos y me miraste.

En un fin de semana [Borusara] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora