Capítulo 1: Prólogo

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        “Peor que la muerte: el miedo a morir. Peor que el miedo a morir: el miedo a vivir.”

Las nubes negras oscurecían una tarde no menos tenebrosa. En el Cementerio Highgate, un hombre citaba el Evangelio, agarrando a duras penas la Biblia y un paraguas. A su izquierda, nadie. A su derecha, un chico de unos 17 años, de pelo corto y oscuro como su gabardina, miraba al suelo. Las dulces gotas de lluvia caían y resbalaban sobre la pálida tez del muchacho, fundiéndose con sus lágrimas saladas, que se derramaban en forma de ofrenda líquida hacia la tierra que ahora abrazaba a su padre.

    -Jack... Jack... -el chico miró al sacerdote- ¿quieres expresarle unas últimas palabras?

Jack hizo un breve gesto de negación con su cabeza y volvió a fijar la vista en la tumba. El sacerdote cerró entonces la Biblia y se marchó dándole un par de palmaditas en el hombro. “Ánimo, chico”.

El muchacho miró por última vez la lápida:

        In memory of

        Henry Pierceman

        Born 15th December, 1835

        Died 7th March, 1888

Más abajo la lápida incluía una cita bíblica. Le hacían descuento si la tallaba, y Jack no podía pagarla sin ella. “Maldita religión”, murmuró.

Se marchó del cementerio y decidió sentarse en un banco, resguardado, a la espera de que las nubes dejasen de llorar. Se veía reflejado en un pequeño charco a sus pies, el flequillo casi tapaba sus ojos verdes. ¿Qué clase de plan maléfico tenía Dios contra él? ¿Por qué le había robado lo único que le quedaba? Algo lo sobresaltó.

Un hombre vestido con ropa elegante esquivaba torpemente los charcos del camino, agitando el maletín que portaba como si lo hiciera al compás de un metrónomo. Una vez a su lado, Jack se fijó en él. Se trataba de un hombre joven, pelirrojo, de rostro indudablemente escocés.

    -Por fin te encuentro, Jack... porque eres Jack, ¿no?

    -Sí.

    -Genial. Me llamo Andrew, encantado -dijo, mientras le tendía la mano-.

    -Encantado, señor.

    -Oh, qué descortés por mi parte; mis más profundas condolencias por lo ocurrido -el chico miró al suelo y agitó la cabeza en una escueta afirmación- Tu padre te dejó algo antes de irse.

Ahora, como narrador de esta historia, encuentro preciso comunicar que YO manejaba a ese humano. Y que el padre de Jack, a quién pido ser arropado por Los Dioses, se marchó de este mundo en su lecho de muerte tal y como vino a él, sin pertenencia alguna. Y comprendo profundamente la tortura que debió pasar su alma al ver que dejaba sólo y “desnudo” a lo que más quería en el mundo. Por eso creo que él es El Elegido. Alguien desprotegido, de buen corazón. Es fuerte, pero aún no lo sabe. Él nos librará de nuestra cárcel.”

El asombro se plasmó en su rostro. Casi se podría decir que había achinado los ojos, como si un rayo de luz le hubiese impactado directamente en la cara. Una de sus manos temblaba, y la otra la sujetaba. Aún así, el muchacho estaba extrañado:

     -Pero señor... podría ser una equivocación. Mi padre murió sin dejarme nada. Bueno, excepto esta gabardina -Jack bajó la vista hacia sus pantalones, tan sucios que ni dicha gabardina era capaz de esconderlos-. Incluso poco después de su muerte, me quitaron la casa y ahora vivo en la calle...

The HoldersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora