Ethan Pierce

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— ¿Hank? — llamó el joven recorriendo la casa, algo extrañado de no encontrarlo — ¿Dónde estás, mein Kätzchen?

Llegó hasta la habitación del mayor y se sentó en la cama mirando su reloj: Aún no eran las nueve de la mañana y era sábado: Que el ojiazul no esté en su hogar era aún más extraño que el hecho de que Ethan esté despierto a esa hora. Frunció el ceño y se recostó en la cama decidido a esperarlo el tiempo que sea necesario.

Apoyó su cabeza en la suave almohada y cerró los ojos, preguntándose por milésima vez cómo había sido tan estúpido. Hank había sido lo más real que tuvo en toda su vida, y lo dejó ir como un imbécil. ¿Qué le había pasado por la cabeza al tomar una decisión semejante?

Conocía la respuesta: miedo. Desde pequeño, Ethan Pierce fue un chico bastante inquieto: sin un padre presente y una madre que no le daba la atención necesaria, el joven hacía lo que quería sin tener un freno. Nunca había tenido "sentimientos" por alguien. Pero cuando aquel profesor entró en su vida puso su mundo de cabeza.

Solía observarlo a lo lejos, mientras éste daba clases y, aunque álgebra fuera chino básico para él, no veía la hora de tener esa clase para perderse en aquellos ojos azules que lo enloquecían. Siempre creyó que se trataba sólo de una fantasía. Sin embargo, luego de aquella noche de pasión tras pasarse de copas, ya no estuvo tan seguro de ello.

Durante un tiempo, decidieron ver hacia dónde los llevaba todo aquello. Claramente debían mantener oculta su "relación" ante los ojos del mundo para no salir perjudicados, sobre todo el profesor que, en muy poco tiempo, había ganado el respeto de sus pares y superiores. Por lo cual sus encuentros clandestinos se daban por lo general en el departamento de éste, o alguna que otra vez en la habitación del menor, siempre que su compañero de cuarto no se encontrara allí.

En algunas ocasiones conversaban  sobre su futuro: Ya no quedaba nada para la graduación del menor y a partir de ese momento de algún modo serían "libres", es decir, no habría nada que los impida estar juntos y eso despertó una alarma en Ethan. ¿Qué pasaría luego? ¿Se encontraba listo para una relación seria? ¿O sólo se sentía atraído por Hank ya que era "el fruto prohibido"?

Fue cuando Hank le propuso irse con él a la playa durante un fin de semana que los miedos de Ethan comenzaron a tomar más fuerza. En sólo dos días el joven se dio cuenta que no eran tan distintos como él creía, y fue cuando entendió que lo que sentía iba más allá de una fantasía. Se estaba enamorando y eso lo asustaba.

Durante las últimas semanas de clases, una frase se apoderó de la mente del joven: "Siempre arruinas todo... Esta vez no será la excepción." Aquello lo tenía sumamente deprimido. La mayor parte del día se la pasaba cuestionándose la idea de irse lejos una vez se graduara. Tal vez podría vivir en Alemania junto a su padre, al menos hasta sacarse de la cabeza la loca idea de que él podría tener una relación real con alguien como Hank Mc Coy.

Sin darse cuenta, las lágrimas brotaron sin su permiso. Las secó rápidamente y cerró los ojos con fuerza.

— Lo hiciste de nuevo, imbécil — susurró —. Arruinaste algo verdaderamente bueno. Hank debe odiarte, y con razón...

Al pronunciar aquel nombre, no pudo evitar echarse a llorar, pensando nuevamente en ese fin de semana que pasaron juntos. Había sido perfecto: solo ellos dos, sin el miedo de ser juzgados por la gente que los rodeaba. Podría haber sido así por siempre, pero fue tan estúpido que prefirió la salida de los cobardes.

— Ay gatito, cómo quisiera que estés aquí... — murmuró cerrando los ojos y entregándose a Morfeo, soñando una vez más con aquellos ojos que tanto amaba y que, como un idiota había dejado ir, quizás para siempre. 

 

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Despertó asustado y miró a su alrededor. Aún tenía lágrimas en sus ojos, y estaba temblando: aquella pesadilla fue demasiado real.

"¿A qué volviste Ethan? Huiste y tuve que seguir adelante... Conocí a alguien y me di cuenta que... Lo nuestro no fue más que un juego."

Esa frase fue como una puñalada en el corazón del menor, debía hacerse a la idea de que, por más que haya regresado, era muy posible que no lo perdone. Pero no podía rendirse aún.

De golpe, tuvo un extraño presentimiento y se llevó una mano al rostro. Saltó de la cama y corrió hacia el garaje: por fortuna la motocicleta se encontraba allí y él sabía dónde encontrar la llave. Tenía que correr el riesgo, al menos por esta vez: Si Hank aún lo amaba, era demasiado obvio dónde podría encontrarse y no había tiempo que perder.

— Allá voy amor... — susurró saliendo de allí a toda velocidad.

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