Capítulo 2 - Acantilado

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El fantasma del grito de Lym sigue en mis oídos, él está de rodillas en el suelo con lágrimas en los ojos. Yo, paralizado al ver morir por primera vez a una persona que conocí durante años, me siento impotente.

De repente, esa sonrisa de loco amenaza mis labios. Siento un calor dentro de mí, un calor que quema pero no hace daño, esa pequeña llama que había logrado reducir empieza a crecer de nuevo, las llamas de una fragua no se les compararían. Me siento tan vivo, tan alerta, siento todo. Pero hago todo lo que puedo para contenerlo. De repente veo que esas cosas se preparan para disparar.

—¡Lym, cúbrete!

Lym no reacciona, sigue de rodillas. Sus lágrimas caen al suelo. Tomo mi daga de su escondite, toco el metal, ya no se siente frío. Creo que me toca luchar a mí, ¡qué bien se siente!

El fuego es demasiado para mí.

—¡Whoooooaaaaaa! —ya no puedo contenerlo más un rugido sale de mí queriendo expulsar todo ese fuego.

Miro a esas cosas, deseando que disparen con una sonrisa de loco, con un deseo irreprimible de matarlas, de quemarlas.

De repente noto algo, alguien me coloca la mano en el hombro, antes de voltear sé que es Lym pero aun así volteo.

Al verlo, quedo destrozado. Nunca había visto algo tan triste. "Los elfos nunca lloran", escuché decir una vez. No es que no lloren, es que nadie podría soportar verlos llorar. Siento que me quedo sin aire, ese demonio del fuego que antes era Lym ahora es tristeza pura. Me apago, quedo frío, lágrimas empiezan a nacer de mis ojos.

—No —dice Lym.

"No".

Asiento.

—Debemos irnos —dice Lym.

No sé qué responder.

Lym, se da media vuelta, sube su antebrazo hasta su rostro, lo frota un par de veces y cuando vuelve a verme no hay rastros de que estuviera triste hace unos momentos. Me mira con esa sonrisa de elfo que tiene, esa sonrisa de que todo estará bien.

—Está bien, debemos irnos —me dice.

Después de estar apagado y frío, empiezo a entrar en calor. Una pequeña llama nace en mí, la llama de una lámpara de gas.

—Sí —digo mientras asiento.

Lym hace una cara de confusión. —¿Por qué no nos han disparado en todo este tiempo? Ya es para que hubiéramos muerto 5 veces.

Si no lo dice, no lo hubiera notado. Qué descuidado fui, había olvidado a nuestros enemigos.

Cuando volteo a verlos, solo puedo observar que no nos miran a nosotros, están mirando... ¿debajo de nosotros?

—Lym, ¿qué les pasa?

Lym los observa por un segundo y luego pone esa cara de desconcierto que pocas veces me ha permitido ver.

—¿Brum...? ¡Brum! —responde Lym sin responderme realmente y sale corriendo al borde del acantilado.

Yo lo sigo. Antes de llegar veo una mano intentando agarrarse del borde desde abajo, luego otra con una espada en ella y al final la cara del gigante que logra subir por completo.

—Yo, Lym. Yo, Lug.

No puedo creerlo, es Brum.

—¡Por Lumus! ¡Gigante de los mil demonios! ¡¿Por qué no gritaste o diste una señal de que estabas vivo?! —dice Lym.

—Eh, no lo sé realmente, estaba escalando.

—¡¿Solo eso vas a decir?! —grita Lym con una furia sobreprotectora.

—Lym, eso hacía. Aunque fue raro, algo me ayudó.

Yo solo puedo ver a esos dos discutir mientras el enemigo sigue apuntando con sus arcos e intervengo.

—No es el momento, Lym, Brum. Miren al otro lado.

Los dos voltean y ven a esas cosas.

Brum se incorpora y se coloca la espada en la vaina que lleva en su espalda.

—¿Qué haces Brum? Pueden dispararnos —le digo.

—Lug, si quisieran dispararnos ya estuviéramos 10 veces muertos. Algo está pasando —responde Lym.

—Lym tiene razón —aporta Brum—, algo pasa. Lym, dispara una flecha y abate uno de ellos.

Lym tensa una flecha en menos de un suspiro y dispara.

—¡Gaaaaaah! —grita una de esas cosas al ver que un aliado a su lado cayó al suelo con una flecha entre sus ojos e inmediatamente tensa su arco y dispara.

Inmediatamente Brum se pone delante de nosotros con su enorme cuerpo.

¡Crack!

Suena como si la flecha hubiera chocado con algo en la mitad del acantilado y cae.

—No entiendo nada —digo.

—Un hechizo de protección —una voz nueva me responde.

Los 3 volteamos al mismo con nuestras armas listas para atacar.

Una persona con una túnica abierta y con capucha, chaleco de cuero bastante ajustado y pantalones de viaje. Ojos de un azul irreal, cabello negro como las noches de invierno y una piel que competiría con la de esas cosas. De casi dos brazos de estatura. Se quita la capucha. Un mago, lo conozco.

—Yo, Rakan, ¿qué hay?

—Así que fuiste tú.

—¿Rakan?

Brum saluda como siempre, como si no estuviéramos con enemigos a nuestras espaldas. Lym responde como si acabara de atar los cabos de algo. Yo por otro lado respondo muy confundido.

—¿Qué hay? —responde Rakan— creo que ustedes son los últimos, debemos irnos —dice sin esperar respuesta.

Brum y Lym miran hacia el otro lado del acantilado por un momento, pero luego miran a Rakan y asienten.

Yo por otro lado no quiero irme, quiero esperar un poco más, esperar si alguien logra aparecer al otro lado. Rakan lo nota.

—Sé cómo te sientes, Lug, llevo acá antes que ustedes esperando y son los únicos que he visto. Si esas cosas están ahí es porque nadie más ha podido atravesarlas. Detrás de ellas están personas a las que conozco —cuando dice eso su actitud de tranquilo desaparece y por un segundo veo ese fuego, esa rabia en sus ojos— pero debemos irnos o el sacrificio de los maestros habrá sido en vano —termina diciendo con una sonrisa y sin rastros de ese fuego.

Pensar tan bien las cosas en un momento como este, sentir tal ira y aun así poder apagarse lo suficiente como para tomar decisiones acertadas. Sonreír de tal forma tan despreocupada en esta situación, una sonrisa que convenza, una sonrisa de líder. Un líder, alguien a quién seguir.

Volteo a ver esas cosas pálidas por última vez, a ver el bosque detrás de ellas y más allá, aunque no logro ver, la escuela.

Miro a Lym, miro a Braum. Ellos me asienten.

—Vamos —respondo.

Nos adentramos en el bosque que no es de los caídos, hacia una tierra que jamás hemos visto y con la impotencia de que nada pudimos hacer para ayudar a nuestros compañeros, nuestra familia. Pero con una sed de venganza que nadie expone pero que todos sabemos que tenemos.

Crónicas de LugWhere stories live. Discover now