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  Una vez en consti, estaba con mí sobrino joaquin esperando el colectivo. En frente nuestro había un padre y sus dos pequeñes, su piel chocolate hermoso, me acuerdo que uno tenía ojos verdes, de esos que obsesionan a la national geographic. Uno de sus tíos en chiste le comenta "mirá, esos nenes son de tu edad, no querés hacerte amigos?" A lo que nos respondió "no, que asco, yo solo me junto con nenes blancos".
La mandíbula me tocó el piso.
Estuvimos todo el viaje a casa retandolo y hablándole sobre como no podía decir esas cosas, como nadie es diferente a nadie por su etnia y que tampoco debía ser tratado así. En el colectivo, entre el barullo de la discusión, veo a uno de los nenes del otro lado. No estaba llorando, pero solo porque se lo guardaba, probablemente como le habían enseñado.
Nos había escuchado.
La vergüenza que me atravesó ese momento fue terrible, pero no quiero hablar de eso, sino de lo que vi.
Vi en los ojos de ese nene tantos momentos de mí vida, pero tan incontables, donde me vi sometida a ser juzgada por la negrura que después de tanta deconstrucción hoy porfin llevo con orgullo, pero por mucho tiempo desprecie y negué. Vi también las miles de veces donde estuve como tercera en estás situaciones y no hice nada, o como una estúpida, traté de justificarlo. En lo más profundo, a lo último, vi una mera idea de lo que era la vida de ese nene. Pienso entrar en detalle en algún otro momento, pero no tienen una idea de lo jodida que es la vida de la comunidad africana en Argentina. Muchos de los países de los que vienen no tienen embajada oficial, por lo que todo papel, logro, certificado o nombramiento queda invalidado, gente que en su tierra es conciderada sumamente calificada, muchos de ellos manejando un promedio de 3 o más idiomas, vienen acá movidos por la desesperante situación que hace la vida en su país de origen inaguantable y por las fronteras, detenciones y prejuicios que dan los países Europeos a cualquier tipo de refugiado.
Vivir alejado de tu cultura, recluido, en la línea de pobreza, sin ningún tipo de derecho y si, también excluidos y discriminados por el ciudadano argentino promedio, que no se molesta en entender su situación o   siquiera interesarse en ella lo más mínimo. En estás situaciones podemos ver también como el efecto dominó de la globalización y el capitalismo nos termina comiendo el cerebro, paranoiqueandonos y debatiendo infinitamente sobre pequeños aspectos o sucesos de nuestra cultura dominante, pero ignorando absolutamente la situación de quienes tenemos al lado.

  El racismo, la marginalidad y la discriminación, considero yo, no es solo hechos activos, también se alimenta del desinterés, de la justificación, de la negligencia y el olvido conveniente. Por más de que mucho no se hable, Argentina es un país que sufre fuertemente de esto y yo acá podría decir que por ahora está todo bien pero hay que poner un freno porque se puede convertir en algo peligroso y que se yo, pero es mentira. El daño ya está hecho, minorías raciales en situaciones extremamente delicadas ya están sufriendo por esta forma de marginación y las consecuencias ya están formándose hace mucho tiempo. Y si, ni mencionar que la fina línea entre la negligencia y la discriminación activa siempre está a un paso de cruzarse y siempre a sido peligrosa, sobretodo considerando el histórico pasado argentino con movimientos como en nazismo o relacionados a ideas sumamente violentas y tóxicas. 

 

Sobre el racismo en Argentina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora