-Segundo capitulo

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De camino a casa pasamos por el Quemador, el mercado negro que funciona en un almacén abandonado en el que antes se guardaba carbón. Cuando descubrieron un sistema más eficaz que transportaba el carbón directamente de las minas a los trenes, el Quemador fue quedándose con el espacio. Casi todos los negocios están cerrados a estas horas en un día de cosecha, aunque el mercado negro sigue bastante concurrido. Cambiamos fácilmente seis de los peces por pan bueno y los otros dos por sal. Sae la Grasienta, la anciana huesuda que vende cuencos de sopa caliente preparada en un enorme hervidor, nos compra la mitad de las verduras a cambio de un par de trozos de parafina. Puede que nos hubiese ido mejor en otro sitio, pero nos esforzamos por mantener una buena relación con Sae, ya que es la única que siempre está dispuesta a comprar carne de perro salvaje. A pesar de que no los cazamos a propósito, si nos atacan y matamos un par, bueno, la carne es la carne. «Una vez dentro de la sopa, puedo decir que es ternera», dice Sae la Grasienta, guiñando un ojo. En la Veta, nadie le haría ascos a una buena pata de perro salvaje, pero los agentes de la paz que van al Quemador pueden permitirse ser un poquito más exigentes.

Una vez terminados nuestros negocios en el mercado, vamos a la puerta de atrás de la casa del alcalde para vender la mitad de las fresas, porque sabemos que le gustan especialmente y puede permitirse el precio. La hija del alcalde, Ariel, nos abre la puerta; está en mi clase del colegio. Podría pensarse que, por ser la hija del alcalde, es una esnob, pero no, sólo es reservada, igual que yo. Como ninguna de las dos tiene un grupo de amigos, parece que casi siempre acabamos juntas en clase. Durante la comida, en las reuniones, cuando se hacen grupos para las actividades deportivas... Apenas hablamos, lo que nos va bien a las dos.

Hoy ha cambiado su soso uniforme del colegio por un caro vestido blanco, y lleva el pelo pelirrojo recogido con un lazo rosa; la ropa de la cosecha.

--Bonito vestido --dice Kristoff.

Ariel lo mira fijamente, mientras intenta averiguar si se trata de un cumplido de verdad o de una ironía. En realidad, el vestido es bonito, aunque nunca lo habría llevado un día normal. Aprieta los labios y sonríe.

--Bueno, tengo que estar guapa por si acabo en el Capitolio, ¿no?

Ahora es Kristoff el que está desconcertado: ¿lo dice en serio o está tomándole el pelo? Yo creo que es lo segundo.

--Tú no irás al Capitolio --responde Kristoff con frialdad. Sus ojos se posan en el pequeño adorno circular que lleva en el vestido; es de oro puro, de bella factura; serviría para dar de comer a una familia entera durante varios meses--. ¿Cuántas inscripciones puedes tener?

¿Cinco? Yo ya tenía seis con sólo doce años.

--No es culpa suya --intervengo.

--No, no es culpa de nadie. Las cosas son como son --apostilla Kristoff

--Buena suerte, Elsa --dice Ariel, con rostro inexpresivo, poniéndome el dinero de las fresas en la mano.

--Lo mismo digo --respondo, y se cierra la puerta.

Caminamos en silencio hacia la Veta. No me gusta que Kristoff la haya tomado con Ariel, pero tiene razón, por supuesto: el sistema de la cosecha es injusto y los pobres se llevan la peor parte. Te conviertes en elegible para la cosecha cuando cumples los doce años; ese año, tu nombre entra una vez en el sorteo.

A los trece, dos veces; y así hasta que llegas a los dieciocho, el último año de elegibilidad, y tu nombre entra en la urna siete veces. El sistema incluye a todos los ciudadanos de los doce distritos de Panem.

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2014 ⏰

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-Los Juegos Del Hambre- (Jack Frost y Elsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora