little boy

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Dos meses y siete días, exactamente, desde que admitió su atracción por el de ojos verdes.

Stanley ya tenía más que asumido que Craig no era un gusto pasajero, aun sí le trataba de meter en la cabeza a su amigo que pronto lo olvidaría (y de paso se convencía él mismo de tal falacia), pero en realidad no podía -ni quería- olvidarse de Tucker, porque cada día le gustaba más, desde esas pequeñas cosas que pudo conocer con el pasar del tiempo, hasta su voz que seguía igual de nasal y la seña grosera que jamás podría abandonar sus manos pálidas manos.

Y como todo en la vida, Marsh estaba decidido a afrontar la reprimenda de sus padres respecto al tema, lo había decidido una semana antes; y ahora solo se enfocaba en buscar la forma de reunir a los dos sin sentir que el ambiente se volvía pesado e incluso tóxico. Las cosas no marchaban muy bien para el matrimonio, Randy había perdido ligeramente el interés en su esposa; llegando a pasar poquísimo tiempo en casa. Su madre solo fingía que eso no le importaba, que en realidad estaba feliz, pero las bolsas bajo sus ojos le delataban enormemente.

—¿Podríamos hablar? —mientras todos cenaban, la voz del pelinegro resonó, creando eco en las paredes lila de la casa. Randy dejó de beber y Stanley pasó saliva—. Es acerca de Wendy…

Sharon dibujó una sonrisa realmente sincera, y las manos de Stan temblaron. ¿En verdad sería capaz de romper la preciosa sonrisa de su madre? Bebió del vaso de agua, intentando detener el latir errático de su corazón.

¿Por qué tenía tanto miedo a eso?

—¿Qué sucedió con ella, cariño? —encontró su voz Sharon, dulcificando el tono hasta volverlo casi un arrullo maternal. Randy también estaba atento, sin volver a tomar la cerveza ni una vez. Incluso Shelley había dejado de revolver la sopa, escuchándole.

—Es acerca de nosotros —titubeó, volviendo puños las manos—. No puedo seguir con ella, ni volver con ella, porque comencé a sentir cosas por otra persona…

La risa de su padre interrumpió su pequeño desahogo, tomándole por sorpresa; aun así no lo mostró en sus facciones. No huiría más, suficiente con el martirio diario.

—¡Ese es mi hijo! Sabía que algún día te ibas a aburrir de rogarle tanto a esa niña —llevándose la lata a los labios una vez, los mojó, aumentando la tensión en los hombros de su hijo—. Dime, ¿quién es la chiquilla ahora?

Stan negó, quitándose el gorro de pompón rojo de los cabellos. No sabía cómo continuar y las manos le sudaban con exageración.

—Es Craig Tucker, el hijo de Laura y Thomas —y ya no volvió a temblar.

La mirada atónita de su madre se unió de forma casi artística con la sonrisa medio histérica de su padre, algo que definitivamente pintaba mal con los labios rosados de su hermana, que solo susurraba un “lo sabía, mojón”. Si el abuelo hubiera estado vivo, Stanley ya se imaginaba con qué cara le habría mirado.

Y sinceramente sentía que merecía eso: la incredulidad de sus padres y el silencio tangible que se formó entre todos.

La cena había dejado de lucir deliciosa, convirtiéndose en un plato de mierda. Y finalmente Randy golpeó la mesa con ambas manos, haciendo temblar los vasos sobre la madera.

—¡Esto es tu culpa, Sharon, te dije que hacías mal en mimarlo tanto! —gritó, encolerizado.

Su madre también se levantó, con más calma, y abofeteó a su esposo; corriendo por sus mejillas las saladas lágrimas de impotencia.

—¡No seas idiota, Randy, sabes que no es mi culpa ni de nadie!

Marsh se mordió el labio inferior, tragándose con gran esfuerzo el nudo que amenazaba con convertirse en sollozos. Como nunca en la vida, Shelley acarició su pierna, y cuando devolvió sus ojos azules a los de ellas vio infinita comprensión y ternura; como si le abrazara la existencia en ese simple gesto.

dude, bullshit «South Park» Donde viven las historias. Descúbrelo ahora