<h6 class="uiStreamMessage" data-ft="{"type":1,"tn":"K"}"><span class="hasCaption">El diminuto pincel en su mano correteaba sobre la tabla de forma imparable, impregnado con óleo de color ocre apagado. A su lado, sobre una oscura mesita baja, una paleta de madera pulida ofrecía una desperdigada gama de colores terrosos. Mientras tanto, Cecilia posaba en silencio, sosteniendo en su regazo un precioso hurón blanco que no paraba de moverse.
-No os mováis, señora. Ya casi hemos terminado. Si el duque de Milán lo aprueba tened por cierto que vuestro retrato alcanzará la eternidad.
-No es Ludovico quien debe aprobar su belleza, sino yo -dijo la muchacha, sin moverse-. Procurad, por tanto, realizar bien vuestro encargo y se os pagará como merecéis.
Leonardo se peinó la espesa barba con los dedos manchados de aceite, sin dejar de pasear el extremo del pincel por la superficie del cuadro.
-Por supuesto, señora.
Pasaron unos escuetos minutos en los que la susurrante algarabía del mercado se coló tímidamente por los ventanales abiertos del estudio. Una luz aperlada invadía el espacio, iluminando cientos de minúsculas partículas blanquecinas que flotaban de acá para allá.
-Imaginad por un momento que el duque desaprueba vuestra obra -volvió a decir Cecilia, adoptando un tono de voz juguetón, como cuando tocaba el laúd y sentía los ojos ávidos de los hombres clavándose en su joven cuerpo de diecisiete años.
-Eso lo hago todos los días, señora.
-¿Y qué pensáis que podría pasar?
Leonardo dejó el pincel sobre la mesita tras limpiarlo con un paño húmedo. Poco después desvió la mirada hacia la muchacha. La dedicó una cálida sonrisa preñada de miles de vivencias pasadas.
-Querida niña, puesto que eso es lo que sois, me temo. Si vuestro amante el duque de Milán rehúsa pagarme por el esfuerzo empleado durante todo este tiempo, sabed que no me ofenderé.
-¿Y por qué?
-Porque en todo caso con vuestro retrato he perfeccionado mi arte, con vuestra belleza he deleitado mis ojos, con vuestra inteligencia he colmado mi curiosidad, y con vuestra compañía he rejuvenecido mi alma.
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Leonardo Da Vinci, La Dama del Armiño (1488-1490)</span></h6>
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La dama del armiño
Fiksi SejarahCecilia posa despreocupadamente junto a la ventana mientras un anciano pintor admira en secreto su belleza y su inteligencia.