Capítulo XVIII. No debes perder el tiempo

50 2 0
                                    

Mary no despertó temprano. Cuando Martha le llevó el desayuno le dijo que Colin estaba tranquilo, pero enfermo y con fiebre, como sucedía siempre que lloraba hasta agotarse.

—Él me pide si puede ir a verlo lo antes posible —dijo Martha—. Es increíble cómo se ha encaprichado con usted. Imagínese que me lo pidió con un "por favor". ¿Irá, señorita Mary?

—Iré; tengo algo que decirle —dijo con súbita inspiración.

Al aparecer frente a Colin llevaba su sombrero puesto y el niño la miró desilusionado. Estaba en cama con la cara penosamente pálida y obscuros círculos rodeaban sus ojos.

—¡Cuánto me alegro de que vinieras! —le dijo—. Me duele la cabeza y todo el cuerpo. ¡Estoy tan cansado! ¿A dónde vas?

Mary se inclinó sobre la cama y le dijo:

—No tardaré. Iré a ver a Dickon pero volveré. Se trata de algo relacionado con el jardín.

La cara de Colin se iluminó y sus mejillas se colorearon.

—¿De verdad? —dijo—. ¡Soñé toda la noche con él! Entre sueños te oí decir algo sobre el cambio del gris al verde y que estaba en un lugar cubierto de pequeñas hojas con pájaros y nidos. Todo se veía tan suave y quieto que me tenderé y pensaré en ello hasta que tú vuelvas.

Cinco minutos más tarde Mary se encontró en el jardín con Dickon, el zorrito y el cuervo que habían venido con él. También traía consigo dos ardillas mansas.

—Esta mañana vine en el mampato —dijo él—. Estas dos ardillas viajaron en mi bolsillo. Una se llama Nut y la otra Shell. Al nombrarlas saltaron sobre sus hombros.

Se sentaron sobre el pasto, con Captain acurrucado a los pies y Soot desde un árbol escuchaba solemnemente. Nut y Shell husmeaban cerca. El ambiente era tan perfecto, que a Mary le parecía casi imposible poder abandonar el lugar, pero al contar a Dickon los sucesos de la noche, la cara del niño se transformó, ante lo cual ella poco a poco cambió de parecer.

Se daba cuenta de que él sentía mayor compasión por Colin.

Mirando el cielo y lo que lo rodeaba, Dickon le hizo ver lo que era la vida del pobre niño encerrado; jamás dejaría de pensar en sus males si nunca podía salir para ver cómo la naturaleza se desarrollaba en primavera.

—¡No perdamos más tiempo! ¡Traigámoslo aquí para que se empape de sol!

Cuando Dickon hablaba sobre algo que le interesaba, usaba el acento cerrado de Yorkshire. En otras ocasiones lo modificaba para que Mary entendiera mejor. Pero a ella le encantaba ese modo de hablar y trataba de aprenderlo. En esa ocasión, ella habló algunas palabras, ante las muecas de Dickon al ver los esfuerzos de la niña que torcía la lengua para imitar el acento del muchacho.

—Así debes hablarle a Colin —rió entre dientes Dickon—. Lo divertirá mucho, y no hay nada mejor que una buena carcajada.

—Desde hoy le hablaré con el acento de Yorkshire —rió a su vez Mary.

El jardín presentaba un aspecto tan maravilloso que parecía como si unos magos lo hubieran atravesado dibujándolo. Era difícil abandonarlo, particularmente ahora que Nut había saltado a su falda y Shell la observaba. Pero Mary volvió a la casa, se sentó junto a la cama de Colin y le habló con el abrupto acento de la región.

—¿Qué te sucede? —le preguntó el niño—. Nunca te había oído hablar así. Es muy divertido.

—Te estoy dando una muestra de Yorkshire, a pesar de que no lo hablo tan bien como Dickon o Martha. Tú, que naciste aquí, ¿lo entiendes? No me extrañaría de que te avergüences de no hacerlo.

Ambos rieron a carcajadas y cuando llegó la señora Medlock a ver qué pasaba, se quedó sorprendida al verlos tan contentos.

Tenían tanto de que hablar. Parecía que Colin jamás se cansaría de escuchar detalles sobre los animalitos de Dickon, especialmente sobre el mampato llamado Jump, el que Mary había ido a conocer al bosque. Era pequeño y desgreñado, con una hermosa cara y nariz aterciopelada. Delgado y de piernas musculosas, Dickon lo había hecho que le pasara su pezuña y la besara en la mejilla con su hocico.

—¿De verdad que él entiende todo lo que dice Dickon?

—Parece que sí —contestó Mary—. Dickon dice que los animales son verdaderamente sus amigos y se entienden.

Colin se quedó quieto mirando hacia la pared.

—¡Cómo me gustaría ser amigo de las cosas! Pero no lo soy. Nunca he tenido amigos y no soporto a la gente.

—¿Me soportas a mí? —le preguntó Mary.

—Claro que sí y, aunque sea divertido, me gustas.

—Ben dice que soy como él —dijo Mary—. Ambos tenemos mal genio y creo que tú también eres así. Los tres nos parecemos. Claro que yo me siento ahora menos triste que antes de conocer al petirrojo y a Dickon.

—¿Sentías como si odiaras a las personas?

—Sí —contestó Mary sin afectación—. Te habría detestado si te hubiera conocido antes de cambiar.

—Mary —dijo Colin estirando su delgada mano y tocando la de ella—. ¡Cómo quisiera no haberte dicho que echaría a Dickon de aquí! Además me reí porque dijiste que parecía un ángel, pero quizás lo es.

—Suena divertido —admitió Mary con franqueza—, pero si un ángel llegara a Yorkshire y viviera en el páramo, estoy segura de que, tal como lo hace Dickon, entendería a las criaturas salvajes y se convertiría en su amigo.

—No me importa que Dickon me vea. ¡Quiero conocerlo! —dijo Colin.

—Me alegro —contestó Mary—, porque...

Súbitamente se dio cuenta de que había llegado el momento de contarle su secreto. Colin comprendió que algo pasaba y ansiosamente preguntó:

—¿Por qué, qué?

Mary estaba tan excitada que se levantó y tomó a Colin de ambas manos.

—¿Puedo confiar en ti? Confié en Dickon, porque los pájaros se fían de él. Pero, de verdad, ¿puedo confiar en ti? —imploró.

Su cara tenía una expresión tan solemne que él contestó en un murmullo:

—¡Oh, sí! ¡Sí!

—Dickon vendrá a verte mañana y traerá a sus animalitos con él.

—¡Oh, qué estupendo! —gritó encantado Colin.

—Pero eso no es todo —dijo Mary pálida y con gran seriedad—. El resto es aun mejor. Encontré la puerta que da al jardín.

Si Colin hubiera sido un niño sano, posiblemente habría gritado: ¡Hurra, hurra!, pero como era débil y algo histérico, sólo abrió mucho los ojos y respiró para tomar aire.

—¡Oh Mary! —casi sollozó—. ¿Podré entrar en él? ¿Crees que viviré y podré verlo? —le dijo mientras agarraba sus manos atrayéndola hacia él.

—¡Por supuesto que lo verás! —replicó Mary indignada—. No seas tonto.

La naturalidad de ella lo hizo volver a la realidad y rió de sí mismo. Poco después ella le contó cómo era el jardín en la realidad. Al escucharla, Colin sintió que los dolores y el cansancio desaparecían.

—Parece como si ya lo hubieras visto —dijo al fin.

—Lo he visto y he estado en él. Encontré la llave y entré hace varias semanas. No me atreví a contarte porque tenía miedo de no poder confiar por completo en ti —contestó Mary, francamente.

El Jardín secretó (1910)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora