14-. 8 horas, 12 minutos

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Volvieron a tropezarse con Eloy frente a la puerta de acceso a urgencias. Salía de la zona de las habitaciones, allá donde ellos no habían conseguido entrar, y pudieron percibir claramente las huellas del llanto en sus ojos. Tenía las mandíbulas apretada.

-¿La has visto? -se interesó Cinta.

-Sí.

Iba a preguntar algo más, pero no lo hizo al ver la cara de su amigo. Por el contrario, fue él quien formuló la siguiente pregunta.

-¿Habéis llamado a Loreto?

-Sí.

-¿Qué ha dicho?

-Hemos hablado con su madre. No ha querido despertarla. Solo le faltaba esto tal y como está ella.

-¿Tenéis alguna píldora más de esas? -preguntó de pronto Eloy.

-No.

-Los médicos no saben qué había en ella, cuál era su composición. Si pudiéramos conseguir una, tal vez...

-Sí, ya lo sabemos -asintió Santi.

-¿De veras crees que una pastilla ayudaría a...? -apuntó Cinta.

-¡No lo sé, pero podría intentar!, ¿no?

No ocultó su impotencia llena de rabia. Frente al abatimiento y la desesperanza de Cinta, Santi y Máximo; todo en él era puro nervio, una ansiedad mal medida y peor controlada.

-¿Adónde ibais? -les preguntó de nuevo.

-A casa, a dormir un poco -suspiró Cinta

Eloy no la miró a ella, sino a Máximo.

-¿Os vais a dormir? -espetó.

-¿Qué quiere que hagamos?

-¿Ella está muriéndose y vosotros os vais a dormir tan tranquilos? -insistió él.

-¡Estamos agotados, tío! -protestó Máximo.

Parecía no podérselo creer.

-¿Te pasas los fines de semana enteros bailando, de viernes a domingo, sin parar, y ahora me vienes con que estás agotado un sábado por la mañana? -levantó la voz preso de su furia.

-Ya vale, Eloy - trató de calmarlo Santi.

-Todos estamos...

Nadie hizo caso ahora a Cinta. Eloy seguía dirigiéndose a Máximo.

-Fuiste tú quien compró esa mierda, ¿verdad?

-Oye, ¿de qué vas?

-¡Fuiste tú!

-¿Y qué si fui yo, eh? -acabó disparándose Máximo-. ¿Qué pasa contigo, tío?

-¡Maldito cabrón!

Se le echo encima, pero Santi estaba alerta, y era más fuerte que él. Lo detuvo y lo obligó a retroceder, mientras Cinta se ponía también en medio, de nuevo llorosa y al borde de una ataque de nervios.

-¡Por favor, no os peleéis, por favor! -gritó la muchacha.

-Vamos, Eloy, cálmate -pidió Santi-. No ha sido culpa de nadie. Y tampoco ha sido culpa suya. Fue Raúl el que trajo al tipo y el que...

-¡Estaba ahí ese imbécil? -abrió lo ojos Eloy.

-Sí -reconoció Santi.

La presión cedió, los músculos de Eloy dejaron de empujar  y Santi relajó los suyos. Máximo también respiró con fuerza, apretando los puños, dándoles la espalda mientras daba unos pasos nerviosos en torno a sí mismo. Cinta quedó en medio, abrazándose con desvalida tristeza.

Fue en ese momento cuando las puertas de urgencias se abrieron de par en par y, corriendo, entrando varias personas llevando a un niño lleno de sangre en los brazos.

El lugar se convirtió en un caos de gritos, voces y carreras.


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