19.- 9 horas, 17 minutos

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Al llegar al portal del edificio, los dos aminoraron el paso de forma que se detuvieron como si se les hubiese terminado la energía. Santi, que llevaba a Cinta cogida por los hombros, fue el que se colocó delante de la chica para besarla.

Ella se dejó hacer, sin colaborar, sin reaccionar.

-¿Estás bien? -acabó preguntando él.

-Sí.

-¿Seguro?

-Que sí.

Santi levantó la cabeza. Miró la casa.

-No es conveniente que te quedes sola -comentó

-Ya -Cinta plegó los labios.

-¿Tus padres vuelven mañana?

-Ya sabes que sí.

-Déjame que suba.

-No.

-Pero...

-Ahora no -quiso zanjar el tema sin conseguirlo.

-¿Por qué?

-Porque acabarás como siempre, y no me apetece. Además, la última vez casi nos pillan, y juré que no volvería a ser tan imprudente.

-Oye, que es sábado por la mañana. La otra vez era domingo y nos quedamos dormidos. Y ellos no van a volver el sábado por la mañana, ¿vale?

-Imagínate que mi madre se pone mal o qué sé yo.

-Escucha -trató de ser convincente, casi tanto como solía gustarle a su novia-, solo quiero echarme un rato, nada más.

Y así nos hacemos compañía. Ha sido un palo, y no quiero dejarte sola.

Se encontró con la mirada cargada de dudosos reproches de Cinta, pero nada más.

-Además dije en casa que estaría fuera todo el fin de semana -continuó él-. Si aparezco a esta hora del sábado van a creer que ha pasado algo. No esperaba que ocurriera algo así.

-Muchas cara tienes tú.

-Va, no  seas así.

Le dio un beso en la frente y Cinta cerró los ojos. Luego él la atrajo hacia su pecho, y ella se dejó acariciar, muy quieta.

No hizo faltar volver a hablar.

Acabaron entrando en el portal en silencio, todavía abrazados, revestidos de ternura, hasta que la aparición de una vecina en la escalera les hizo separarse.


Campos de fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora