Clare

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                                                                                Clare

                                                                                  ~☼~

Clare arropó a los niños y se dispuso a contarles un cuento para dormir. Este viaje lo había sido todo para ella desde un principio pero ahora se veía truncado por esta desgracia. ¿Morir? ¿Tenía miedo a morir? Si, lo tenía, pero sabía que no había salvación alguna en su caso. Los botes salvavidas estaban disponibles únicamente para aquellos de primera clase y los que se suponía eran para los demás pasajeros ya estaban llenos. No le quedaba más remedio que quedarse ahí, como una tonta, esperando el momento llegado para reunirse de una buena vez con su difunto esposo.

‒¿Qué sucede, madre?‒inquirió Gale.

‒Nada, hijo.

Un rechinido profundo y un eco gutural resonaron por los pasillos del barco. El compartimiento estaba totalmente solo a excepción de ella y los dos niños. Seguramente todos las demás personas que viajaban en segunda clase ya estaban en la cubierta esperando a ser sacados inútilmente en botes que nunca llegarían.

‒¿Qué es ese ruido madre?‒pregunto Cecile, hermana gemela de Gale.

‒Nada hija, seguramente la orquesta está dando un espectáculo a todas las personas de primera clase.

Ante todo debía de guardar la cordura. No podía decirles a sus hijos que morirían ahogados dentro de ese trozo de metal y provocar una histeria en ellos haciéndolos perder la cordura y luego perdiéndola ella.

Clare los miró fijamente, contemplando sus rostros por última vez en esta vida carnal y mundana. Acarició sus cabellos y les dio un beso en la frente, tomó un libro de cuentos de debajo del camarote que Gale había traído consigo y se dispuso a leerles el cuento de “Danza en las nubes”. Gale y Cecile escuchaban atentos a lo que su madre les relataba con ese tono místico en su voz y su gracia de lectora habilidosa. La imaginación de los niños no tardó en hacerse presente y se podía notar en sus rostros como el sueño de un mundo donde las nubes reinaban se proyectaba como una película dentro de sus cabezas.

Unos minutos después los gemelos se habían quedado dormidos. Clare cerró el libro de cuentos y les dio a ambos otro beso en la frente, tratando de contener sus lágrimas y la angustia dentro de su pecho.

Otro crujido gutural resonó por los pasillos. Se podía escuchar como el agua avanzaba lentamente inundando las habitaciones, sacando a las ratas que yacían escondidas bajo las camas, haciéndolas correr y chillar de un lado a otro como animales endemoniados. Fue, solo entonces, cuando Clare decidió que era momento de hacerlo. En una esquina, al fondo, cerca del techo de la habitación, yacía un tubo que atravesaba al techo verticalmente. Ella sabía que por ese tubo pasaba el gas que ocupaban para cocinar en la cocina de primera clase. Justo a un lado del tubo había una pequeña palanca y unos centímetros más arriba una pequeña boquilla roja con las amenazantes palabras de “Peligro”. Si la giraba, el gas comenzaría a escaparse por la boquilla y la habitación se inundaría del pestilente gas.

‒Debo hacerlo‒pensó‒.

Sabía a la perfección de que morirían ahogados dentro de ese sarcófago de metal, pero la muerte seria, en ese caso, lenta e incluso agonizante. ¡Vería a sus hijos retorcerse en el agua, inhalándola hasta sus pulmones y eventualmente muriendo ahogados! Ese pensamiento tan cruel le hizo agarrar el valor suficiente para hacerlo de una buena vez.

Buscó en el cajón cerca del camarote un encendedor, se aseguró de que encendiera a la perfección y luego se dispuso a cerrar la puerta a la habitación, así el gas se quedaría más tiempo dentro y la explosión seria lo suficientemente fuerte para matarlos.

El agua comenzó a inundar el piso de la habitación. Estaba fría, tan fría como la nieve, tan fría que la hizo estremecerse y casi gritar. Se sentían como mil cuchillos atravesando sus pies, entumeciéndolos rápidamente y provocándole escalofríos.

‒Es ahora, o nunca‒se dijo a si misma‒.

Se acercó al tubo del gas y tomó la palanca entre sus manos. El agua comenzaba a subir rápidamente, tanto que solo estaba a unos centímetros de internarse hasta la cama en la que los gemelos dormían plácidamente. “Será lo mejor”‒pensó‒“Moriremos juntos, sin sufrimiento”.

Miró por una última vez a sus hijos y cuando creyó que estaba a punto de desistir entonces giró la palanca y el gas comenzó a escaparse rápidamente inundando la habitación en cuestión de segundos. El agua estaba a punto de tocar a los niños, a punto de cubrirle el rostro a ella, a punto de matarlos, fue entonces cuando el encendedor en su mano chasqueó y una chispa se convirtió rápidamente en un infierno. Todo se tornó rojo intensó. Ardió y luego…no quedó nada.

                 Informes de El Titánic:

                Pasajeros: Clare Brownston, Gale y Cecile Brownston.

                Rango: Pasajeros de segunda clase

               Estado: Desaparecidos.

æthērDonde viven las historias. Descúbrelo ahora