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Hace cuatro años, un día como hoy, ponía fin a esta historia. A la versión original que mucha gente que sigue aquí conoció.

También hoy se cumple un año de su salto al papel y es por eso que vuelvo aquí, para devolveros todo el cariño que le disteis y sigue recibiendo.

De cualquier manera, seguirá disponible en Amazon, tanto en papel como en Kindle.

Si acabas de llegar espero que te quedes hasta el final porque es necesario que le des la mano a esta historia hasta el último punto.

Aquí empezó el viaje, que siga volando.

Aquí empezó el viaje, que siga volando

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Lo tenía justo enfrente de mí. Me había preguntado durante todos estos años qué había sido de su vida y, después de varios meses de tensar las cuerdas, me podía permitir mirarlo sin limitaciones.

Había intentado huir de aquella situación por activa y por pasiva, pero con él todo era así, una vez que aparecía en tu vida, no había escapatoria. Llevaba demasiado tiempo escabulléndome de su recuerdo y, en esos momentos, de sus intenciones. Sin embargo, él era una calle sin salida.

La única alternativa pacífica era la proclamación de una guerra fría. Él quería la custodia y yo no quería renunciar a ella. Él tenía todas las de ganar mientras yo no tenía nada con lo que luchar. Lo único que tenía era mi tajante negativa a perder a mi hijo.

Ninguno de los dos quería estar en la vida del otro, solamente queríamos estar de manera individual con él. Y eso no era compatible, ni para nosotros, ni para nuestras ideas de presente y futuro, cuanto menos, para Pedro.

Mi abogada me instó a mantener la calma, llevábamos las suficientes reuniones para saber la incomodidad que me generaba la persona que me había colocado en esa posición. Había tenido que mover cielo y tierra para poder conseguir una abogada de oficio, pero, afortunadamente, cumplía los requisitos de sobra. La intención era no llegar a un juicio, sino conseguir llegar a un acuerdo, es decir, alcanzar una tregua por el bien de todos. De hecho, coincidíamos en un solo punto que tenía que ser lo suficientemente fuerte para bajar las armas y alzar un pañuelo blanco: el bienestar de Pedro.

La primera vez que lo vi sonreía con los ojos, su barba no había terminado de tomar forma, llevaba un collar que se perdía bajo su camiseta y quería comerse el mundo, recorrer mil ciudades. Su pecho era mi refugio mientras hablaba con entusiasmo de las vidas que salvaría.

Cuando se marchó, yo sentí que la mía se iba con su partida.

Quería gritar que no estaba de acuerdo, que no quería verle la cara cada mañana, que no quería compartir nada con él y, mucho menos, a lo mejor que tenía.

-Si ambas partes están de acuerdo, pueden firmar en el lateral de cada página de las copias.

Él me miró desde el otro lado de la mesa tras las palabras de mi abogada. Había ganado una arruga encima de la ceja izquierda, tenía algunas canas entre sus rizos castaños, vestía mucho mejor y su fornido cuerpo se mantenía en forma. Sin embargo, su mirada no era la misma, la de ninguno de los dos lo era.

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