4.

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Thiago

—Como mínimo debe de tener tres habitaciones —le dijo Alicia a nuestra asistente en la inmobiliaria.

Había bajado frenéticamente las escaleras de su edificio, dando pasos rápidos y firmes hasta llegar a mí y se había dejado caer en el asiento del copiloto sin saludar. Estaba enfadada, pero eso ya no era ninguna novedad. Había hecho un amago de subir la música de la radio para escaquearse de una posible conversación. No le había servido de nada porque yo directamente había apagado la radio consiguiendo una mirada rabiosa de regalo.

Estaba abrumada, me hubiera gustado calmar las aguas y no bregar más alargando esa situación. Debía haber un punto donde todo se pusiera en pausa y la guerra tuviera un fin.

Se había refugiado en las vistas del paseo en coche y yo me había tomado la libertad de pasar a por un café antes de dirigirnos a nuestro destino, ya que la chica me había informado que había tenido un contratiempo y se iba a retrasar un poco.

Algo le había debido de ocurrir a Alicia con Pedro para que tuviera tal mosqueo, pero, no consideraba que fuera un tema que tratar conmigo.

Cabe señalar que para mí era muy frustrante que ella no compartiera conmigo nada en referencia a nuestro hijo. Intentaba no estar a la defensiva como ella, que viera que había un compromiso serio por mi parte y daba por hecho que ello llevaría tiempo, pero después de varios meses de recriminaciones y de lanzarnos la pelota el uno al otro, empezaba a pensar que ya era hora de hacer un alto al fuego, de dejar de ponernos contra la palestra y de remar ambos en una misma dirección.

Los dos teníamos nuestros motivos para posicionarnos contra el otro y yo saltaría más de una vez siendo poseedor de la razón o no, pero no podía continuar una pataleta que se acabaría convirtiendo en una bola enorme y que explotaría en nuestras caras, sabiendo que nos arrepentiríamos, porque, la realidad, era que no teníamos nada que demostrarle el uno al otro. Lo cierto y verdad, era que resultaba un gasto de energía desaprovechada, era arrojar pedruscos en nuestras ventanas, rompiéndolas y abriendo paso al frío de un invierno cargado de rencores y ojeriza que no nos traerían nada beneficioso para ninguna de las partes.

Teníamos el privilegio de ser los padres de un niño maravilloso que me moría por conocer y teníamos la responsabilidad, más aún, de poner el mundo a sus pies garantizándole una estabilidad y un hogar al que siempre querer volver, en el que refugiarse de un mundo que a veces podía tender a la deshumanización.

Ella atrapó entre sus dedos un bolígrafo que había sobre el escritorio de la chica que teníamos delante. Me habían recomendado su inmobiliaria en el trabajo y había depositado toda mi confianza en ella para la gestión de la búsqueda. En efecto, la descripción de su manera de proceder coincidía con el compromiso que otorgaba a su labor.

Era comedida y condescendiente, si un desconocido estuviera toqueteando mi lapicero, yo habría arqueado una ceja o se me habría escapado un carraspeo.

Rocé su rodilla con la mía para que controlara su nerviosismo, pero el resultado fue contrario a mis propósitos y me llevé un pisotón que ella acompañó con una sonrisa fingida que le salió de diez.

—¿Y la queréis amueblada? —Negué y Alicia me miró frunciendo el ceño.

—Vamos a vivir juntos hasta que Pedro tenga mínimo once años, son muchos años viviendo bajo los gustos de otros —Le indiqué a la chica para que lo tuviera en cuenta en su investigación.

—¿Baños? —prosiguió ella.

—Dos —contestamos al unísono.

No quería encontrarme con ella en la ducha mientras me afeitaba, ni tampoco quería su cepillo de dientes pegado el mío, ni su toalla rozando la mía, ni mi peine lleno de pelos largos y brillantes.

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⏰ Última actualización: Feb 01, 2023 ⏰

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