3- EL CHANTAJE

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Todo se desenvolvía normalmente horripilante como en todas las ocasiones. Los chicos ya se habían acostumbrado al dolor, por lo que ya no les afectaba demasiado.

Andaban ensombrecidos, sus semblantes no demostraban ninguna expresión más que la depresión y el dolor mental que les azotaba con más incidencia que el físico.

Nunca más supieron nada sobre Amaia. Prácticamente ya la olvidaron con toda la cuestión que estaban acarreando a cada trascurso de sus vidas.

Despertaban después de quién sabe cuánto tiempo, luego, sin dar espacio a nada, empezaban las sesiones más irresolutas de todas. Y así sucesivamente; en cuanto a la alimentación, por un tiempo eran escasas, pero cuando lo recibían era en gran cantidad, y así se alimentaban de los mejores manjares que habían probado.

Con el transcurso del tiempo se volvieron más fuertes y más firmes a las torturas, de allí que, los trasladaron a la sala de refuerzo físico y psíquico. De modo que, el sol, la luna y las estrellas quedaron enterrados en lo más profundo de sus recuerdos. Incluso olvidaron como era aquella sensación tan agradable de una cálida brisa de primavera rosando sus mejillas, o el gélido clima de un invierno. Ya nada se acercaba a lo real. Ahora a lo único que llamaban hermoso de la vida era recibir un vaso de agua y un poco de comida, después del largo tiempo de abstinencia al cual estaban subyugados.

Algo marchaba distinto. No era necesario llevar un reloj encima para saber que ya era hora de la extrema preparación física.

— ¿Qué crees que esté pasando? —farfulló Sam, sin ganas a Jared.

Jared meneó la cabeza.

—Quizá ya se han aburrido de nosotros.

Los dos permanecían acostados en la litera de la sala de máxima seguridad; el hecho de que ni siquiera tenía una ventana, desanimaba a los hermanos buscar una posible salida.

Después de un inconmensurable e irritante silencio, Jared suspiró.

— ¿Cuánto tiempo crees que llevamos aquí? —inquirió Jared. La voz de niño que solía tener fue suplantada por una voz más ronca y la mandíbula que se le había puesto más cuadrada, dejaba a ese pequeño niño asmático en el pasado.

—No tengo ni la menor idea —añadió, anclando la vista al techo.

Samanta no se encontraba tan lejos de los cambios. Se había convertido en una esbelta mujer, de semblante duro y mirada fría. Aún recordaba el carácter infantil y rebelde que solía demostrar; antes del enmarañado de vida que le tocó vivir.

—Extraño los reproches de Amaia. ¿Qué habrá pasado con ella? —evocó Jared a su hermana.

—Cuando estoy en plena facultad del uso de mi conciencia... Me pregunto en dónde estará, ¿que estará pasando allí afuera con ella sin nosotros?

Dejó colgado sus cuestionamientos, y luego prosiguió.

— ¿Crees que sigue con vida? —se le quebró la voz.

—No seas así Sam. —Terció Jared—. Sabes perfectamente que ella es muy fuerte e independiente, tengo fe en ella. No sé por qué, pero siento que ella está bien.

El paso de la tarjeta por la máquina de lectura habilitando el ingreso interrumpió la melancólica conversación. La puerta se deslizó dejando ver a Jowell encabezando el pelotón, tras ella, el chico de los ojos extraños, el otro chico que siempre lo acompañaba y otro hombre más, a quien aún no habían conocido. Era petizo, llevaba la cabeza calva y bien encerada; la tez nívea y unos menudos brazos balanceándose exageradamente a sus costados.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2018 ⏰

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Pure Heroines © #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora