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El día más feliz de mi vida es y será por siempre aquel hermoso momento en el que por fin te entregaron a mí y yo toqué tu suave piel.

Hiciste un ruidito con la boca, estabas medio dormido. Yo estaba en guardia, temía que te me rompieras en pedazos.

Eres tan guapo, no dejes que nadie te diga lo contrario. Qué digo, yo no dejaré que nadie diga lo contrario. Es que cada vez que pienso en la palabra se me empañan los ojos de la emoción.

Mi hijo.

Mamá, tu abuela, no estaba segura. Ella es muy mayor y tiene ideas en la cabeza que estaría mejor cambiar. Ella opina que un hijo que no pares es un hijo que no querrás tanto como a uno que sí. Ella dijo como a uno de verdad, pero odio eso. Mi pequeño niño de ojos azules y pelo de oro, escúchame bien, tú eres mi hijo.

Como ya te dije antes, la sangre no es necesaria. Solo amor y yo, Jacobo, te quiero tanto que en cualquier momento mi corazón va a explotar.

Tu abuela me preguntó por qué, si es que quería ser madre, no acepté la propuesta de matrimonio de Ricardo.

Jacobo, te voy a criar para que seas un buen niño, un buen chico, un buen hombre. Para que cuando vayas a parbulitos y los nenes molesten a las nenas levantándoles la falda, tú las defiendas igual que las defenderás cuando llamen a alguna chica guarra años más adelante. Quiero que crezcas feliz y que, en un determinado momento de tu vida, no te des ni cuenta de que tratas a las mujeres como deberían ser tratadas, porque te parecerá normal.

Ay, Jacobo, cuánta bondad veo en tus ojos. Eso es lo único que deseo, mi vida: que tu corazón sea noble, tus palabras dulces, tus pensamientos respetuosos y tus actos fieles a lo que crees.

JacoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora