Capítulo 1: Desenfreno

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Llevaba tres meses sin salir de casa. Recluida en mi piso de 50 metros cuadrados, absorbida por Netfilx en el sofá heredado de mi hermana. Tras cinco años de noviazgo tormentoso había tenido valor para dejar a mi novio, pero hasta el día de hoy no me había decidido a salir.

Había quedado con una amiga y su novio, en un bar en el que los jueves daban clases gratuitas de bailes latinos. A mi no me entusiasmaba la idea, no quería acabar en los brazos de algún chico baboso, y por desgracia muchas veces en esos sitios pasaba precisamente eso. Pero mi amiga me dijo que iría un amigo de su novio, que no me preocupase que era muy educado y que llevaba poco tiempo en la ciudad. Maravilloso pensé yo, una cita a ciegas, lo que me faltaba. Pero bueno, había decidido ir, así que tenía que hacer el esfuerzo de arreglarme.

Me dirigí al baño y busqué entre los cajones algún bote de maquillaje que se pudiera usar, que no estuviera demasiado reseco por el paso del tiempo. Josh, mi exnovio, odiaba que me maquillase y dejé de hacerlo cuando llevábamos dos meses. Por lo tanto el bote que tenía en la mano tendría mas de cinco años. Recé porque saliese el maquillaje y apreté el dispensador poniendo el dedo justo debajo. Y ahí estaba, esa masa líquida de color carne que taparía todas mis imperfecciones.

Ya era hora de verme guapa.

Según echaba el maquillaje sobre mi cara y lo extendía empecé a recordar donde estaba hace cinco años, por entonces tenía 20, estaba estudiando tercero de magisterio y tenía una vida social de lo más activa, aunque mi vida amorosa brillaba por su ausencia hasta que llegó Josh. Cuando me miré a los ojos, me cayó una lágrima, Josh siempre me decía lo que le gustaban, hasta que un día me puso uno morado. ¿Cómo pude dejar que aquello pasase?

Tras echarme el colorete de manera sutil, me puse sombra de ojos negra, para que resaltase el verde de mis ojos. Siempre lo hacía cuando era joven, quedaba genial con mis pecas y era la única manera en la que me veía bien, y la verdad, que al hacerlo empecé a encontrarme mejor, como si rejuveneciese.

El eyeliner y el rimmel ayudaron a que terminase de reconocerme en el espejo. Allí estaba Alicia, esa Alicia que se perdió una vez a través del espejo, como decía el libro de Lewis Carroll, aunque en la realidad me había perdido por un dentista demasiado guapo que creía que yo era de su propiedad, y lo peor de todo es que, por desgracia, lo había sido.

Antes de elegir el pintalabios tenía que decidir qué ropa llevar, mi madre me enseñó desde pequeña a ir conjuntada, y así debía ir. Me dirigí al armario y removí para ver qué me podía poner, pero no encontraba nada para la ocasión y me empezaba a poner nerviosa, entonces, me acordé del vestido que llevé en mi graduación.

Saqué el vestido de debajo de la cama. Estaba dentro de una caja, y al extenderlo admiré su belleza. No lo recordaba tan bonito. Era un vestido de seda negra con falda de vuelo con tul gris, un lazo atado a la cintura y un cuello de pedrería negra. Junto a él, dentro de la caja había unos zapatos fucsia de tacón bajo y un bolso a juego. Me puse el vestido, me recogí el pelo con un par de horquillas, me miré al espejo y no pude evitar volver a llorar, estaba preciosa.

Justo cuando conseguí encontrar mi pintalabios preferido, del mismo tono que los zapatos y el bolso, sonó el timbre. Eran Sara y Aarón, venían a buscarme en su coche, para que yo no tuviera que conducir y así pudiera beber y despejarme. Como me decía siempre Sara, ya era hora de que me soltara la melena.

Cuando me subí al coche, Sara ya me tenía preparada una copa.

- Ron con Coca-Cola zero para la señorita - me miró con una gran sonrisa y acepté el vaso - así ya vas calentando motores.

- Gracias - Cerré los ojos y le pegué un buen trago.

Llegamos al garito 15 minutos después. Yo ya me había terminado la copa y tenía una actitud positiva hacia la noche. Pero de repente una llamada y todo se vino abajo. A Aarón le sonó el móvil y se alejó de nosotras. Vi como le cambiaba la cara y pude escuchar cómo decía que no le podía hacer aquello. Cuando volvió a acercarse, yo ya sabía lo que nos iba a decir, que su amigo no podía venir. Maravilloso, pensé, a ver qué coño hago yo ahora.

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