Lluviosa tarde en un viejo hostal de París, las gotas de agua chocan contra los cristales, un sonido constante que, lejos de molestar, la tranquiliza. Suspira y observa con mirada soñadora como las enredaderas trepan por la pared de aquel viejo edificio cubriéndolo de verde. Es viejo y extraño, pero aún así le gusta, tiene cierto aire de misterio que le fascina, decididamente, parece sacado de una de esas películas romanticonas que ocurren en la ciudad, pero está claro que eso solo son películas y que la realidad es muy diferente, tampoco ella se parece a una de esas protagonistas que enamoran a primera vista. Se vuelve a concentrar en el libro que estaba leyendo, pero ya no puede, las pequeñas letras que se unen para formar una bonita historia ya no cobran sentido, tiene la mente en otra parte.
En la ventana la lluvia se convierte en pequeños copos de nieve blanca que caen lentamente sobre el jardín, debe hacer mucho frío, pero no le importa, cierra el libro, coge su abrigo y sale a la puerta. Tenía razón, el frío fuera es horrible, y los pequeños copos caen sobre su rubio pelo mojándolo levemente. Camina rápido hasta la primera boca de metro antes de acabar más empapada. Piensa en cómo la han llevado sus pies hasta allí, no sabe adónde irá, solo sabe que necesita escapar de la rutina, de su monótona vida.
Ya en el metro mira las paradas, necesita un lugar tranquilo, donde poder pensar en todo y en nada a la vez, donde estén solo ella y su mente. Decidido, irá hacia el barco y dará un largo recorrido por el Sena. Contenta con su decisión, mira a través del cristal como el metro recorre toda la ciudad.
Trata de encontrarle un sentido a su vida, pero no hay forma, por mucho que lo piense no hay nada que destacar en esa aburrida vida de chica parisina basada en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, nada emocionante que haga de su vida una vida fuera de lo común digna de contar. Si es cierto que su trabajo es un tanto diferente, para algunas personas puede que incluso un sueño, y tampoco tiene quejas de él, un poco lejos quizás. Actúa en las mágicas carrozas de Disneyland, aunque aquello no la hace del todo feliz, tal vez sea porque aunque por mucho que te guste una cosa, cuando se convierte en rutina la historia es otra. Ella que pensó que lo mejor era dejar su antigua vida atrás, llena de amoríos y líos familiares y empezar una nueva, en París, su ciudad favorita, la ciudad del amor. París lo sanaría todo, já, vaya chiste, su vida ha pasado de agobiante a insoportablemente aburrida, ni tanto ni tan poco, los extremos nunca han sido buenos, ojalá supiera que es lo que debe cambiar para ser feliz.
Una voz anuncia por megafonía que el metro ha llegado a su parada, sale y observa como se cierran las puertas de cristal que instalaron hace tiempo en las vías con tal de evitar los miles de suicidios en el metro. ¡Pues vaya tontería! Si alguien quisiera suicidarse y llamar la atención de verdad se tiraría desde la torre Eiffel, una muerte mucho más dramática, incluso podría salir en las noticias, pero...¿De que sirve la fama si ya estás muerto? Al fin y al cabo no vas a estar para saber si te recuerdan o si alguien llora por ti.
Sube las escaleras que la llevan hasta la calle, la fina nieve ya ha desaparecido, y un tímido sol empieza a asomarse entre las nubes, ¡Vaya tiempo de locos! Aun debe cruzar el río para llegar hasta el barco y pasar por el puente de los candados, sin duda su favorito. Como en la película "Perdona si te llamo amor" en las que sus protagonistas cuelgan en un puente de Roma un candado con sus iniciales y arrojan la llave al río para que nada pueda romper ese amor. Esa bonita costumbre se ha extendido ahora hasta muchas ciudades del mundo, y ahí está ella, contemplando las pruebas de amor de miles de parejas que sabe Dios donde estarán ahora. Mientras avanza por el puente, un candado le llama la atención, se aproxima a él para verlo mas de cerca, pero al cogerlo otra mano se encuentra con la suya. Alza la mirada para ver a quien pertenece esa mano y sus ojos miel se chocan con los de él, verdes, y por un momento siente que se pierde en ellos.
- "Amore eterno" bonita inscripción ¿no crees? Adoro el italiano.
- Esto...¿eres español?
-Eso parece, me llamo Alex, y tú eres...
- Soy Alysa.
-Mmm...nombre curioso, significa "princesa" si mal no recuerdo, ideal para la chica que lo porta.
Trata de no perderse en su profunda y mágica mirada pero es demasiado tarde, sus verdes ojos enigmáticos la han dejado hechizada, apenas puede reaccionar, solo cuando escucha el sonido del barco alejándose levanta la mirada apresurada, pero es demasiado tarde, el barco ha zarpado y se aleja río abajo rumbo a su recorrido por París. Él la toma por el brazo.
- No importa, esperaremos al siguiente.
Una fina pero molesta lluvia empieza a caer sin cesar mojando el dorado cabello de la chica y salpicando sobre su blanca piel.
- Ven, vayamos bajo ese puente, allí estaremos resguardados - le susurra él con una voz que encandilaría a cualquiera, mientras las pequeñas gotitas resbalan por su perfilado rostro y su morena piel.
Los dos aceleran el paso, como amantes que huyen a escondidas, solo que ellos dos se acaban de conocer, o eso cree ella..
Se sientan bajo el puente, sobre el frío suelo de piedra, ella se acurruca con sus propias rodillas, calada hasta los huesos con el cabello empapado pegado en su espalda y solo entonces recuerda que ha olvidado su abrigo en el metro, por suerte no llevaba nada en los bolsillos. Él permanece tranquilo, como si el frío no le afectara, como si no estuviera mojado siquiera, y es que el calor de un amor puede más que el frío mas intenso.
Se quita la chaqueta y la pone sobre los hombros de ella, dejando al descubierto unos músculos firmes y un torso bien trabajado que se marca en una camiseta negra ajustada.
- Gra-gracias...-susurra ella como puede entre castañequeos de dientes- Pe-pero ahora tendrás frío tú...
- No importa, creo que tú la necesitas más que yo -Dice él con una sonrisa traviesa en la cara.
Se fija en que su vestido blanco se ha vuelto semi transparente, maldice haber olvidado el abrigo y roja de vergüenza y con las mejillas ardiendo se sube la cremallera de la cazadora mientras desea olvidar lo que acaba de suceder.
Él la mira mientras ella intenta entrar en calor, cosa prácticamente imposible con el frío viento que le golpea, mira fijamente al río como buscando en él una respuesta, como si este fuera el único dueño de sus pensamientos, nada en ella ha cambiado, es tal y como la recuerda, con algunos años mas quizás pero con esas mismas mejillas que se ruborizaban con frecuencia y esos enormes ojos miel que poseen esa chispa, esa alegría de vivir, ese no parar que tanto la caracterizaba.
Suena un teléfono móvil, él sigue absorto en cada detalle de su pelo, de su piel, contando sus lunares, tanto que ni se percata de que ella ya no mira al río y lo mira a él.
- Oye, creo que tu teléfono está sonando - Dice ella con cierto toque de burla en su voz.
Él saca el teléfono, mira el nombre de quien realiza la llamada y descuelga el teléfono con desgana, al otro lado se escucha la voz chillona, enfadada e impaciente de una chica. ¿Quién será esa chica? Su novia, seguro, un chico como él no puede andar soltero.
- Tranquilízate Marta, no te impacientes, en cinco minutos estoy alli - Mira hacia ella - Lo siento mucho, me tengo que marchar, nos vemos.
Y echa andar rápidamente hacia la escalera que lleva al puente.
- Espera, tu chaqueta - Grita Alysa.
- No importa, ya me la darás la próxima vez.
- Pero si no tengo tu número, ni tu dirección, ni nada...
- No desconfíes del destino - Y guiñandole un ojo, Alex desaparece por el puente donde minutos antes se conocieron, aunque puede que no por primera vez.