Corazas

402 27 1
                                    

Me encontraba en una rutina, una rutina bonita, una rutina que me hacía olvidar por momentos el desastre que era mi vida el resto de horas que marcaban el día. Una rutina que me hacía sonreír, de forma leve, pero sonreír, que hacía olvidar el nombre de Vicente por momentos de mi mente y eso le daba paz.
Rutina con sabor a café, a sonrisas disimuladas, a carcajadas hasta quedarse sin respiración, a admiración de ver un trabajo difícil hecho fácil en sus ojos y labios.
Una rutina que tenía por nombre Luis Cepeda, su coche, trayectos y largas caminatas junto a clientes y nomenclaturas que no conocía, aún.

Los días fueron pasando rápidos y poco a poco fui pensando que era válida para lo que implicaba aquel trabajo, solo necesitaba confianza y tiempo.

Confianza que Luis iba cogiendo conmigo. Y fue entonces cuando supe, entre viejas historias de amigos, familia y hasta un sorprendente matrimonio que sólo duró 3 meses fruto de la inmadurez e inocencia, que bajo esa sonrisa coqueta y sus bromas constantes, había un ser frágil y podría decirse que hasta agrietado, como un cristal que solo necesita un leve temblor para romperse en pequeños trozos.

Me contó tantos episodios de su vida entre kilómetros y paradas que me vi en una extraña burbuja donde me veía capaz de contar cualquier cosa, con la seguridad de que quedaría dentro de ese coche.

Y así ocurrió cuando en la segunda semana, conté algunos aspectos superfluos de mi relación y Vicente. No entré mucho en detalle, ni me apetecía, ni me gusta mostrar mi ser sin tapujos.

Creo que esa fue la primera vez que vi a Luis apretar el volante, además de la mandíbula mientras con ojos serios observaba la carretera sin decir palabra, tan solo "Jamás permitas que alguien te haga sentir así, si tienes algún problema, por favor, hazmelo saber y te juro que va a faltarle Madrid para esconderse porque no va a tocarte un solo pelo"

No hizo falta añadir más, era una declaración de intenciones de prometer protección, un hombro al que apoyarse, y sobre todo, seguridad y sentir que no estaba sola. Era un cuenta conmigo que yo te cuido, y eso era reconfortante, y mucho.

Mi relación con Vicente seguía en su línea. Supongo que ambos sabemos que es una crónica de una muerte anunciada y por alguna razón ninguno de los dos nos atrevemos a soltar la cuerda que nos une. Por más conversaciones que tengamos, acuerdos, concensos, da igual. Las discusiones no han bajado su número y mucho menos su intensidad. Creo que él estaba celoso de todo lo que le contaba sobre Cepeda, a pesar de no conocerle, y por primera vez, no iba a cambiar mi actitud por contentarle.

Había hablado mucho con Marta sobre la oficina y sobre cómo era Luis. Quería recopilar toda la información que pudiese sobre ese chico que parecía saber leerme a través de la mirada, como si todo estuviese escrito en ella.
Marta me había comentado con anterioridad que al principio lo pasó un poco mal. Graciela era bastante celosa aunque de cara al mundo no lo aparentaba. Sin embargo, Luis le había comentado algunas de los miedos que esta le transmitía y hasta que no pudo comprobar día a día que Marta no suponía ningún peligro para ella y su relación no se relajó el ambiente sutil que había.

Me advirtió que era muy posible que ocurriera también conmigo, y que no me preocupase si Luis en presencia de ella era más prudente a la hora de hablar o relacionarse con nosotras. Era cuestión de paciencia y que viese que yo tampoco supondría ningún peligro.

No tardé mucho en comprobar esa verdad. Cuando ella estaba delante, el ambiente era estrictamente laboral, nunca había una mirada despistada ni una broma fuera de contexto. Sin embargo, cuando ella no estaba delante todo cambiaba, las risas se escuchaban por encima de la vieja radio que sonaba cada día, compartíamos anécdotas y un gran trabajo en equipo lleno de abrazos y palabras de cariño.

Descubrí el lado descarado de Luis, ese que cada mañana al llegar me recorría con la mirada de arriba a abajo, analizando, escaneando, con esa sonrisilla de autosuficiencia y descaro.

-¿Qué Luis, haciendo tu escáner diario?- se carcajeó ante mi pregunta con tono de sorna mientras yo sonreía mirándole a los ojos - Tú no te cortes ¿Eh?
- Por supuesto Aitana, uno que no es de piedra.- negué mientras sonreía. Desde luego, no tenía remedio. Le gustaba picarme y a mí que lo hiciera.

Me gustaba mi relación con él, esa que se llenaba de bromas, de complicidad, de amistad, no conseguía verle como mi jefe, aunque no por ello acataba sus órdenes y tenía mi más absoluto respeto.

-------------------------- OOOOOOO -------------------------

Ambos estábamos tomando un café antes de abrir por la tarde. Marta se había cogido el día libre para arreglar los papeles de la beca, por lo que estábamos el y yo solos.

- Estoy algo agobiado hoy Aitana, Graci y yo hemos vuelto a discutir y creo que es una situación que no va a poder seguir sosteniéndose mucho tiempo más - me dijo algo serio mirando su café, como si en él pudiese encontrar una respuesta divina a todos sus problemas.
- Bueno no te preocupes, a veces las relaciones pasan rachas y solo hay que poner un poco de empeño para volver a recuperar un poco la chispa - le contesté yo a sabiendas que ni yo me creía algo así teniendo en cuenta mi propia relación amorosa.
- No Aiti, ¿Sabes hace cuánto tiempo no tenemos una cena romántica, por ejemplo?
- ¿Y tú lo has intentado? No sé, no te quedes esperando algo por su parte, quizás solo es cuestión de que tomes la iniciativa - le comenté tranquila intentando darle ánimos- yo os veo bien, se nota que os queréis, no te ahogues en un vaso de agua - quise restarle importancia, consejos vendo y para mí no tengo, bien Aitana, sin sentido como siempre. Me dije mentalmente.
- Ese es el problema, lo he intentado pero luego ella no tiene ningún tipo de detalle conmigo, y si, aparentemente estamos bien, ella nunca permitiría que la gente pensase lo contrario, pero cuando llegamos a casa... La cosa cambia drásticamente, vamos cada uno a lo nuestro y apenas compartimos momentos entre los dos.
- Tenemos unas crónicas de una muerte anunciada. Ambos sabemos que tarde o temprano se acabará y parece que no vemos nunca llegar ese momento- le dije reflexionando sobre nuestras relaciones y las similitudes que encontraba.
- No deberías perder el tiempo Aiti, eres joven y no tendrías que estar preocupándote de una relación así, sino de disfrutar y ser libre- me dijo esta vez mirándome, serio, profundo.
- Eso mismo deberías aplicarlo a ti, jefe - respondí sonriendo levemente.

Y ahí, en ese preciso instante me di cuenta que nuestras corazas se iban derritiendo como cubitos de hielo en verano. Yo conocía poco a poco que pasaba por su cabeza, aunque su aura de misterio estuviese siempre presente y él.... El simplemente, y por alguna extraña razón, podía ver a través de mi y no solo eso, había conseguido que me sintiese lo suficientemente cómoda para contarle aspectos de mi vida o mis pensamientos o sentimientos sin temer.

Todo fluyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora