Bienvenida a casa

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6 de Febrero, 2018.

El exceso de zoom hacía que la cara y la sonrisa de Vicente ocuparan casi toda la pantalla, distorsionándolas y dejando sólo hueco para una pequeña frase entusiasta. Se podía oír su voz de niña, un tono más aguda de lo habitual. Sonaba algo rara, pero parecía feliz. Era típico de Aitana emocionarse al verte, gritarte y grabarte hasta los pelos de la nariz para subirlo.

Luis se quedó paralizado por un instante. Estaba sentado en el sofá, relajándose, dejando pasar el rato mirando stories de Instagram sin echarles apenas cuenta. Esta había aparecido justo después de otra de su amigo Javi, y no había tenido tiempo para procesarla ni cerrarla rápido. 

Lentamente, como en un sueño y en un movimiento especialmente sádico, volvió a verla.

Y luego otra vez.

Y otra vez.

El dolor llegó sólo un segundo más tarde, golpeándolo en las costillas.Bloqueó el móvil y lo tiró contra el sofá, lejos de su cuerpo, donde no pudiera hacerle daño.

Lo había hecho. Se había hecho ilusiones otra vez. Creía que lo estaba controlando, que sabía lo que había y lo respetaba, que podría vivir ocultándole sentimientos a Aitana y que en algún momento conseguiría deshacerse de ellos. Pero el beso de anoche había sido tan real, tan perfecto, fue tan difícil separarse que durante un segundo dudó. Quizás no tenía que ocultarle nada. Quizás, sólo quizás, ella sentía exactamente lo mismo.

Pero ahí estaba, la cara de su novio en sus stories en full HD.

Cuando la tenía cerca, todo era paz y equilibrio. No dudaba, no tenía miedo, no se planteaba nada más porque no hacía falta. Pero cuando dejaba de verla el mundo se volvía confuso, difícil, cruel; nunca sabía si iba a estar volando en las nubes o chocándose de cara contra el asfalto, nunca sabía qué vendría a continuación ni si iba a dejarlo con la piel en carne viva. 

Vivía en un estado de alerta permanente, y estaba cansado. 

Estaba tan, tan cansado.

El teléfono vibró suavemente, y él lo rescató de los cojines donde había rebotado. Supo con claridad de quién era el mensaje antes de mirar siquiera la pantalla.

Hola.

Ya sé que soy una pesada, pero te echo de menos.

Espero que estés bien. Y que hablemos pronto. Puedo llamarte luego, si quieres.

Su ceño fruncido se disolvió contra su voluntad en una sonrisa lenta. Sabía que estaría sentada en otro sofá similar al suyo, con el pelo largo recogido sobre uno de los hombros, pensando en él mientras él pensaba en ella.

Y ese fue el momento preciso en el que entendió, por fin, que no podía más.

Llevaba sin poder más mucho, demasiado tiempo. Las palabras se le escurrían por la boca y sentía cada vez más el peso de la mentira, de estar ocultándole algo vital a la persona más importante de su vida, y cada vez se rompía más por dentro. Era capaz de hacer todo por ella, porque no quería que sufriera, porque no quería exponerla a los comentarios, a las críticas, a la confusión que él mismo sentía.

No le importaba que Vicente lo insultara y hablara mierda de él, podía vivir con ello. Pero le hervía la sangre que siempre circulasen rumores de cuernos, que intentara vivir de la fama de Aitana, que la apoyara sólo una semana antes de que saliera o cuando le convenía mediáticamente. Le hervía la sangre porque controlaba lo que vestía, lo que comía, con quién salía y hasta cómo cantaba, porque nunca nada en ella le parecía bien, porque no le decía continuamente lo preciosa que era su cara con o sin flequillo, ni que su cuerpo y su pecho eran perfectos, y eso la había convertido en alguien insegura y vulnerable. Le hervía la sangre porque la hacía pequeña, cuando ella era enorme.

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2018 ⏰

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A veces, bailamos. || AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora