25 de agosto - Fin

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Alejandra abandonó la sala de actos donde acababa de ser casada con una sonrisa de satisfacción. Había conseguido volver a andar, todo volvía a la normalidad y acababa de vivir uno de los momentos más felices de su vida aunque este fuese solo un ensayo para el nuevo servicio de bodas del complejo.

Sola por los pasillos del gran hotel y ataviada con el incómodo vestido de novia, se extraño de que Miguel no la hubiese seguido, no hubiese salido con ella. Y de que los invitados también hubiesen permanecido dentro del salón.

Andaba sin rumbo por el piso buscando una salida. No se vio atraída por ninguna dirección en específico hasta que el sonido que hacía el ascensor al abrirse retumbo por la planta. Caminó hacia él entonces. Con cuidado de no tropezar por sus todavía torpes movimientos con las piernas, se introdujo en el ascensor y pulsó el botón para ascender a la planta donde se encontraba su habitación.

-Necesito desvestirme, esto es incómodísimo -dijo en alto para sí misma-. Y si puedo de paso me echo una siesta que estoy atropellada -se añadió.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse y, para su sorpresa, dejó de encontrarse entre las doradas y lujosas paredes que caracterizaban aquel complejo hotelero. Estas se encontraban ahora mohosas y carcomidas, maltratadas por un paso del tiempo que no llegaba a comprender.

-D-debo haberme equivocado de piso -Pensó que posiblemente el ascensor podía haberla llevado a una zona a falta de reformar por equivocación.

Se viró para volver a tomarlo, sin embargo, al darse la vuelta se encontró con una pared virgen, lisa, carente de puerta alguna y, mucho menos, de cualquier tipo de elevador.

-Qué esta pasando -se preguntaba asustada fijando sus pupilas en todos los puntos posibles del lugar.

Avanzando con cuidado hacia la puerta de su habitación, consiguió vislumbrar al final del pasillo una sombra. Se trataba de un objeto inanimado, eso lo daba por seguro. Pocos pasos más adelante se hizo con la imagen de la sombra, era una silla de ruedas.

Una silla como la que acababa de abandonar en la falsa boda por sorteo, como la que ya no necesitaba para caminar y avanzar en la vida.

-Tienes que volver -susurró algo en el ambiente.

-¿Qué? -preguntó asustada-. ¿Deuteronomio, eres tú? -Nadie respondió-. ¿Hola?

El ruido de la puerta de la habitación del hotel donde se hospedaba reclamó toda su atención abriéndose sola de forma inesperada. Quería correr, mas no podía, tenía las piernas bastante entumecidas, necesitaba sentarse a descansarlas, aún no estaba muy acostumbrada.

Continuó su marcha hacia la habitación, no podía seguir de pie quieta. En su avance, otra mirada al final del pasillo delató la desaparición de la silla de ruedas que antes aguardaba ahí, estática.

Alcanzó el marco de la puerta de su habitación y se asomó ligeramente. La silla estaba dentro, chocada contra la cama, tumbada en el suelo. Se adentró en la suite echando primero un vistazo al baño y comprobando que nadie se hubiese escondido dentro.

Todo estaba vacío, o al menos así lo parecía ante sus ojos. Mas ella empezaba a sentir una presión distinta sobre su ser, percibía  que no era la única que se hallaba entre aquellas cuatro paredes. De repente, sus piernas cedieron sin previo aviso y se desvaneció contra el suelo. Completamente consciente, agarró el borde de madera de la cama y tiró para acercarse a la orilla de esta. Con toda la fuerza que pudo ejercer con sus brazos, trató de levantar su cuerpo sin éxito.

La impotencia acabo consumiéndola. No entendía qué estaba pasando, no comprendía nada. Pensó si podía estar soñando, mas no se sentía distinta que hacía unos momentos en el salón de actos, todo parecía igual de real que el otro día cuando fue a la piscina o cuando llegaron al hotel. El ambiente no albergaba ningún sentimiento onírico notable o tangible.

Con los ojos totalmente aguados y algo enrojecidos por la ansiedad, volvió a tratar de incorporarse con la fuerza de sus brazos apoyados contra la cama. Esta vez sí lo consiguió y pudo tirar su cabeza contra la almohada extendiendo el resto de su cuerpo a lo largo del colchón.

Cerró sus ojos adormecida. No entendía cómo su cuerpo se estaba durmiendo con el sentimiento de auténtico terror que estaba reinando en su cabeza, mas su cuerpo no se ponía para nada en situación se alerta. Sus músculos estaban relajados y respondían vagamente.

Comenzó a sentir agua recorriendo su mano y una cierta presión que le apretaba los dedos. Pero sentía que la cama no se mojaba, solo recibía la sensación en su mano, como pequeñas gotas que iban cayendo y mojando su brazo.

-¡Tienes que volver! -gritó la voz de antes inesperadamente.

Entonces Alejandra abrió los ojos y su cuerpo se despegó bruscamente de la cama hacia arriba. Sintió un fuerte golpe que le hizo pegar un chillido de dolor que retumbó por toda la habitación y sin previo aviso su espalda se partió, cayendo su cabeza y pies hacia abajo mientras su cintura permanecía en el aire sujeta por la nada. Volvió a caer sobre la cama, inerte.

-¡Tienes que volver! ¡Alejandra, por favor, vuelve!

-Señora, suelte su mano, por favor, sabemos que resulta dificil pero necesitamos que se aparte.

Paz soltó la mano de su hija que había estado empapando con sus lágrimas y se apartó de su hija, no sin antes darle un beso en la mejilla y la frente.

Los médicos y enfermeros procedieron a correr las cortinas que aislaban la cama del resto de la habitación. Paz con las manos en la boca quedó fuera escuchando cómo la máquina conectada a Alejandra emitía los pitidos al son del ritmo de su corazón. Apoyó la espalda en la pared y se dejó caer lentamente sobre sus pies hasta sentarse en el suelo.

No sabía qué hacer, no sabía adónde mirar, solo estaba agitada, sufriendo, aquel sonido la estaba matando por dentro, desprendiéndola de vida. Su mirada se cruzó con el calendario de la habitación del hospital: 25 de agosto de 2020.

Paz y su familia llevaban 4 años y medio aguantando el dolor de tener a Alejandra en coma. Desde la tragedia del accidente, cada Navidad había sido un momento de infelicidad y padecimiento. A pesar de dicha situación, siempre la celebraban solos alrededor de ella, siempre con la esperanza de que en cualquier momento volviese a despertar y sus vidas retomasen su curso anterior. Mas nunca sucedió. Alejandra nunca despertó. Y Paco y Paz perdieron a una hija. Y Pedro, Penélope, Paula y Pablo perdieron a una hermana.

El médico desconectó a Alejandra de la máquina. Dejó de emitir el sonido de los discontinuos latidos de su corazón, pues mutó en un ruido constante, penetrante, agudo y frío.

En ese instante Paz comprendió que no solo había perdido la vida de su hija, sino la suya propia.

Fin

Summer tell meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora