Deberes.

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El ambiente en la casa se sentía muy denso, ni mi hermana ni yo no nos atrevíamos a decir una palabra, solo nos limitábamos a escuchar las cosas que mi madre decía. Por alguna razón que yo ignoraba, Susan se veía tan afectada como yo.

-No puedo creer que mi hijo sea un estúpido machista, golpear a una niña es imperdonable, no permitiré que vuelvas a hacer sufrir a una mujer. Si tan solo fueras inteligente y responsable como tu hermana... Tendré que hacerte entender lo que siente una mujer...

-Mamá, yo... -Armándome de valor trate de decir algo para defenderme, pero mi madre me silencio con un grito.

-¡Cállate! Y vete a tu habitación, no quiero verte hasta que haya pensado un castigo para corregir tu estupidez de macho golpea mujeres.

Baje la cabeza, di vuelta y me fui rumbo a mi recamara. Allí me recosté en la cama y me quede pensando en todo lo que había pasado. -No puedo creer que esa niña horrenda me tocara, fue todo en defensa propia, cualquiera habría hecho lo mismo ¿Pero qué tendría en la cabeza para abrazarme? –Lentamente me fue dando sueño y me quede dormido.

El despertador sonó en la mañana como de costumbre, era hora de ir a la escuela, pero yo no iría por un tiempo, escuchaba desde mi cuarto el alboroto que mi hermana hacía cuando se arreglaba por la mañana. Después escuche la puerta de la casa, Susan se había ido y mi madre no tardaría en ir a trabajar. De pronto ella entro a mi habitación, traía una bolsa negra en la mano y dijo.

-Metete a bañar ahora mismo. –Señaló hacía el baño que se encontraba justo enfrente de mi recamara.

-Entre al baño, me quite la ropa y abrí la regadera que solo tenía agua fría. Termine de bañarme y cuando salí mi madre estaba afuera, esperando a que terminara.

-Dame la ropa que te quitaste. –Ordeno.

Se la di y la metió dentro de la bolsa negra que ya se veía bastante llena.

-En la cama esta la ropa que usaras hoy, póntela y te espero en el comedor para desayunar.

Entre a mi habitación y en la cama había ropa de mi hermana. Sabía por la expresión de mi madre que hablaba en serio. Abrí los cajones de la cómoda y las pertas del armario, pero se encontraba vacíos. No tenía otra opción, aunque quisiera ponerme otra cosa, era la única ropa que tenía para ponerme,

Era un vestido de fiesta que a Susan no le había gustado porque era muy corto, le quedaba un poco más arriba de medio muslo, también había unas pantaletas lilas de ella y unas sandias de piso con una flor de plástico en la parte de arriba, estas eran de mi madre.

Me lo puse, fui al espejo para ver cómo se me veía lo que traía puesto, el reflejo dejaba ver a un payaso en vestido.

Fui al comedor y mi madre cambio su expresión seria por una sonrisa, al parecer le divertía verme de esa manera.

-Ven, siéntate allí. –Ordeno señalando una silla que estaba enfrente de ella al otro lado del comedor.

Me senté con miedo, algo me decía que esto se podría peor.

-Lo estuve pensando detenidamente, no hay mejor forma de que respetes a las mujeres que poniéndote en sus zapatos, desde hoy y hasta que yo decida que has aprendido tu lección y que jamás volverás a ser un machista, te vestirás como yo diga, harás lo que yo diga y te compoteras como yo diga ¿Te queda claro?

-Sí. –Conteste.

-¿Si qué?

-Si me queda claro, mama.

-A partir de este momento me hablaras por mi nombre, Sra. Esther ¿Entiendes?

-Sí.

-¡¿Sí qué?!

-Sí, m... Sra. Esther.

-Muy bien, no estaré manteniendo a un bueno para nada que no puede ni ir a la escuela, a partir de este momento, si quieres comer, tendrás que ganártelo. Desde hoy harás todos los quehaceres de la casa tú solo, limpiar, barrer, trapear, cocinar, lavar, planchar... en pocas palabras serás nuestra sirvienta.

-¡¿Qué?!

-Quizá esto no te agrade, para eso es un castigo, pero que no se te olvide que lo hago por tu bien y si coperas, solo serán unos días, pero si se te ocurre volver a cuestionar lo que te digo, las cosas se pondrán peor ¿Entiendes?

-Sí.

-¡¿Si qué?!

-Sí, Sra. Esther.

Dulce sumisiónWhere stories live. Discover now