Era un vestido de color rosa con cuello y mangas blancas, me quedaba muy pequeño, dejaba ver tres cuartas partes de mi muslo y sentía que me apretaba un poco. También tenía un mandil blanco que se amarraba por la espalda y cubría desde mi pecho hasta casi donde terminaba el vestido.
-Tendrás que bajar de peso, te vez como una cerda. Apúrate, que tu hermana tiene que ir a la escuela. –Ordeno mi madre.
Baje a la cocina y empecé a hacer el típico desayuno, huevos revueltos y jugo de naranja.
Entre al comedor donde mi madre y mi hermana ya estaban sentadas esperando comida. Mi andar con esos zapatos era torpe y mi madre al verme empezó a reír.
-Jajaja, de verdad que eres torpe, camina poniendo un pie enfrente del otro. –Ordeno.
Trate de hacer lo que me indicaba y para mi sorpresa, caminaba mejor, no tambaleaba y me permitía moverme más rápido. No cabe duda, las mujeres tiene muchos secretos que aún no conozco.
Me coloque donde mi madre había dicho el día anterior y espere a que terminaran.
-¿Se le ofrece algo más Sra. Esther?
-No, gracias. -Se levantó y subió a su recamara.
-¿Me puedes dar una manzana? –Dijo, Susan.
Entre a la cocina por una, regrese y le entregue la manzana.
-Aquí tienes. –Le dije mientras le daba su fruta.
-¡Aquí tiene, Srta. Susan! Que no se te olvide con quien estás hablando. –Dijo mientras me sonreía con una mirada de satisfacción.
¿Qué pasa ahora? Mi hermana ya no estaba de mi lado.
Las dos se fueron juntas y yo me quede extrañado por la actitud que había tomado Susan. Empecé con mis tareas diarias y solo podía sentir dos cosas, tristeza por todo lo que estaba pasando y dolor por estar tanto tiempo en zapatillas.
Hice todo lo que había que hacer, termine la comida y cuando estaba por descansar un momento llego mi hermana de la escuela.
-Hola, Srta. Susan. –Salude al verla.
-No molestes, estoy muy cansada. –Contesto.
Di vuelta para ir a mi habitación, pero ella me detuvo.
-Si ya terminaste de hacer la comida, tengo mucha ropa por lavar y si te apuras podrás terminar antes de que llegue mi madre.
-Como guste, Srta. Susan.
-En mi habitación esta un bote con ropa sucia, quiero que laves las prendas delicadas a mano. –Se sentó en el sillón y prendió la televisión.
Subí a su cuarto y baje el bote, estaba muy pesado y me costó mucho trabajo caminar con él usando tacones.
En el cuarto de lavado empecé a sacar lo que tendría que lavar, y para mi sorpresa, la ropa delicada a la que se refería era su ropa interior, muchas veces había lavado ropa, tanto de mi hermana como de mi madre, pero mama no dejaba que laváramos ropa interior del otro.
Puse la demás ropa en la lavadora y fui a preguntarle sobre sus prendas íntimas.
-En el bote, había ropa interior ¿La dejo en el bote?
-¿No piensas lavar mi ropa? –Contesto molesta. –Quiero que la laves y a mano ¿No te queda claro?
-Sí, Srta. Susan.
Regrese al cuarto de lavado y comencé a lavar su prendas delicadas, al terminar todo, regrese a la sala para encontrar que mi madre había llegado.
-Sírvenos de comer. –Ordeno mi madre.
-Sí, Sra. Esther.
Como el día anterior, serví la comida y espere en mi lugar hasta que terminaran.
-¿Se le ofrece algo más, Sra. Esther?
-Sí, tráenos café.
La historia del día anterior se repitió, espere, me dieron permiso de ir a comer y estuve solo en la cocina escuchándolas reír. La única diferencia es que mis pies me mataban. Salí de la cocina y mi madre me hablo señalando el mismo lugar que anoche.
-Mande, Sra. Esther.
-Tienes un castigo pendiente, vea a tu cuarto, quítate la ropa y espérame allí antes de que te metas a bañar.
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Dulce sumisión
Aktuelle LiteraturUn chico nunca debe tratar mal a una chica. La regla es simple, pero si no se sigue tendrá grandes consecuencias. ¿Podrás ponerte en sus zapatos? Quitártelos no será sencillo.