La fría noche.

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Espere sin ropa durante más de una hora, el frío recorría mi cuerpo desnudo y el dolor en mis pies se hacía cada vez más insoportable hasta que mi madre entro al baño con una pala de madera que utilizaba la abuela para hacer pibes (Pan relleno de carne) en el horno de leña.

-Quiero que te pongas de rodillas y apoyes tus manos en el suelo. –Ordenó mientras señalaba el lugar específico en el que quería que lo hiciera.

Cuando sentí el primer golpe directo en mis posaderas no pude evitar gritar de mientras lloraba desesperadamente.

-¡Cállate, Sucia! Mientras más grites más fuerte serán los tablazos.

Con toda mi fuerza trate de no gritar más, pero no pude dejar de llorar. Después de unos 15 golpes, mi madre abrió la llave de la regadera y jalándome del brazo me introdujo al chorro del agua helada.

-Lávate rápido, no desperdicies agua. –Dijo la Sra. Esther mientras me observaba con su expresión de desagrado.

Al terminar de enjuagarme ella cerró la llave del agua y me aventó a la cara una toalla pequeña con la que nos secábamos las manos.

-Seca rápido esa cosa. –Ordeno mi madre mientras señalaba directo a mis genitales.

Así lo hice y tan pronto termine, la Sra. Esther saco de su bolsillo una pequeña jaula de plástico rosa en la que coloco mi pene y aseguró con un pequeño candado del mismo color.

-Esto evitara que vuelvas a ensuciar tu ropa por las noches, termina de secarte, ponte tu camisón, te vas directo a dormir y no quiero escuchar ni un solo ruido que venga de tu habitación, o te iras a dormir al patio así como estas ahora con solo tus tacones y tu nuevo juguetito. –Dijo sonriendo mientras señalaba la jaula en mis genitales antes de salir del baño.

Salí del baño, me dirigí a mi habitación y para mi sorpresa, ese no era el final de mi castigo, habían desaparecido las cobijas y sabanas de mi cama lo único que tenía para cubrirme mí desnudez era aquel camisón de seda. Tratando de no hacer ruido y con mucho frío me quede dormido hasta la madrugada cuando la Sra. Esther termino mi descanso con un grito.

-Levántate de una buena vez, tiene que hacer el desayunó. –Aventó un nuevo uniforme idéntico al que use el día anterior, pero de color negro junto a unas pantaletas rosas.

Me vestí, me dirigí a la cocina y descubrí que la Sra. Esther había colocado candados a la alacena y al refrigerador, evitando que pudiera sacar la comida de ellos. En la mesa de la cocina, se encontraban un par de huevos, un poco de mantequilla, medio vaso de leche y cuatro rebanadas de pan de caja, por lo que entendí que con ello tenía que hacer el desayuno; hice tostadas francesas. La Sra. y la Srta. bajaron a desayunar, serví sus tostadas acompañadas de un café pero con esa cantidad de comida solo podría desayunar ellas.

-Habrás notado en la noche que ya no tienes cobijas en la cama. –Me informo la Sra. –Las cobijas son privilegios y los privilegios se ganan, si las quieres de regreso tendrás que comportarte como una buena niña. También tome la decisión de controlar tu alimentación, a partir de hoy solo podrás comer pan de caja y solo una rebanada al día, llevaras esta dieta hasta que lleguemos a tu peso ideal.

Como si de una protesta inmediata se tratase, mi estómago emitió el gruñido característico que solo el hambre produce. Al escuchar esto, una sonrisa de satisfacción ilumino el rostro de la Sra. Esther.

-Estoy haciendo algo bueno por ti, deberías darme las gracias. –Me indico con orgullo.

-Gracias. –Conteste como un acto reflejo aun sin poder asimilar lo que me estaba indicando la Sra.

-¡Gracias! ¿Solo gracias? ¿Solo eso merezco por preocuparme por ti? –Dijo molesta pero con gran calma. –Quizá eres de lento aprendizaje y lo mejor será que busque métodos más rápidos para aflorar tu lado femenino.     

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⏰ Last updated: Nov 14, 2020 ⏰

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Dulce sumisiónWhere stories live. Discover now