En lo profundo del mar

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Ahí estaba yo, hundido en ese congelado mar, en esa fría noche, en esa oscura soledad; que irónico, hace un momento era yo quien estaba sobre el mar; las turbulentas aguas, la intensa tempestad que provocaba miedo, angustia, terror a aquellos que estaban cerca, estaba debajo de mi. Pero por supuesto, tenía mi mirada en el Verbo hecho carne, era imposible verlo y no sentir la profunda paz y calma que tiene una playa sin olas ni movimientos rudos; sin embargo, por un momento aparté mi mirada de Aquel que me daba la paz en medio de aquella tormenta y cuando vi era ahora las heladas aguas que estaban sobre mi, intentaba subir y me di cuenta que mientras más lo intentaba más me sumergía; ya no veía el brillo de las estrellas, todo empezó a cambiar de color y convertirse en un triste color negro, la hipotermia espiritual empezaba a recorrer cada centímetro de mi alma, en ese instante entendí: humanamente estoy perdido, cada esfuerzo que yo hago me coloca mas al fondo de ese triste mar, estoy completamente vencido. Pero justo en el momento en que me quede sin fuerzas y sin aliento, llegó Él; ¿cómo alguien como él se esforzaría para irme a buscar en aquella oscuridad en donde estaba hundido?, y aunque estaba demasiado desesperado porque seguía en caída al fondo del abismo, entendí algo aún más lindo: él no le dio relevancia a mi infidelidad y permaneció fiel.
Sentí su mano sosteniendo la mía y al cabo de unos segundos ya estaba de nuevo sobre las aguas; nunca olvidaré aquella mirada de Jesús, que yo la entendí como palabras que me expresaban: si mantienes tu mano y tu mirada en mi no volverás a estar hundido en el frío mar del pecado y la soledad sino que prevalecerás sobre el.
Mateo 14:29-30

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