Betesda #2

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...se sintió como un trueno muy fuerte que retumbó los cielos, de pronto corrió una brisa intensa pero cálida; al observar detalladamente noté que una luz muy hermosa descendía, así que rápidamente deduje: llegó el ángel. Me levanté velozmente, era el único que estaba cerca del estanque, veía mi oportunidad, una que seguramente no volvería a tener en mucho tiempo porque cada vez era más débil, así que corrí como pude, con todo lo que podía dar, sin detenerme para ver atrás, era una carrera y sentía que el era el único corredor con todas las probabilidades de obtener la victoria; montón de recuerdos inundaron mi mente: el desprecio de mis padres, el mal trato de mi familia, cada palabra de cada persona que me miraba diciéndome: mendigo, huérfano, desamparado, abandonado, no puedes, no sirves; lágrimas se deslizaban por mi rostro, por fin, ¡POR FIN! llegó mi día. Puedo ver el mover de las aguas y con su agitado movimiento yo me sentía con más ansias de sumergirme en ellas, después de un largo tiempo sí que deseaba hundirme en lo profundo del agua. Pero a tan sólo 3 metros saltó un sordo-mudo primero que yo, ¿de dónde salió? ¿cómo llegó tan rápido?, aún así salté y me bañé con la esperanza muy elevada de que sería sano.
El otro enfermo y yo nos levantamos al mismo tiempo del agua, pero a diferencia de él, yo no había recibido sanidad.
Salí del estanque llorando, pero esta vez con un desgarrado dolor en el corazón, no podía creerlo, me quejaba y gritaba muy fuerte preguntándome ¿por qué yo?
Una vez más había perdido la esperanza; al parecer intentarlo de nuevo ya no era la mejor opción para lograrlo. Así que me di por vencido y dejé que el lado negativo que hablaba a mi corazón constantemente se apoderara de mi. Me sumergí en la depresión y así permanecí mientras pasaban los días; largos y lentos días.
Un día, acostado en una esquina llegó un hombre a mi lado y me dirigió la palabra, al principio no pensé que me hablaba a mi, sin embargo volví mi rostro para encontrarme con él y sentí su mirada, por primera vez experimenté la compasión de alguien y con su pasiva y cristalina voz me dijo:
-¿te gustaría recibir sanidad?
¿Que si quería ser sano? pensé. Pero decidí no dar tantos detalles, así que respondi diciendo:
-No tengo quien me lleve al estanque, cuando voy ya alguien más ha llegado.
-Levántate y anda. Me respondió
Al momento obedecí como si el mismo Dios me hubiese hablado y por primera vez en mis 38 años de vida pude caminar sin dificultad, podía correr sin resbalar; había tenido mi esperanza en un ángel que movía el agua del estanque pero un tal Jesús llegó y como si supiera cada detalle de mi vida me hablo, obrando su palabra sanidad sobre cada parte de mi cuerpo para siempre.
Juan 5: 2-9

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