Vencido

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Estaba harto de sí mismo, el nivel al que había llegado era por demás agotador. Estaba vencido, cansado, ya nada importaba.
Su espalda daba hacia su pasado, hacia su presente y hacia lo que sería su futuro.

Se daba por vencido, ya no quería tener orgullo si es que era eso lo que le detenía de encontrarse con la persona que más amaba en la vida.

Se daba por vencido, no podía esconder más las lágrimas. Se daba por vencido, ya no era el Tony de antes.

Decidido giró nuevamente hacia la puerta, sin pensarlo giró la cerradura. La puerta se abrió dejando a su vista la muerte. Una muerte lenta y dolorosa que sentía era la suya misma.
Silenciosamente cerró la puerta, y con cautela se acercó a la cama donde reposaba lo poco que quedaba ya de su esposo.
No tenía color alguno, verlo era observar un papel arrugado y maltratado por los años. Su piel se sentía tan diferente, parecía que al tocarlo podía agrietarlo.

Tomó asiento a su lado. Lo único que podía escuchar era su respiración, irregular y titubeante, a nada de comenzar a sollozar.

No podía evitar pensar en aquellos días cuando eran felices, cuando se besaban y abrazan con la misma fuerza de un huracán. Cuando el simple hecho de estar juntos volvía los días más grises en soleados. Cuando el peligro contra el que luchaban se reducía a nada, porque sabían que al terminar volverían a verse, se encontrarían a salvo y entonces correrían a abrazarse. Cuando discutían y enojados decidían ir a la cama, con la certeza de que al día siguiente despertarían abrazados y se verían a los ojos, sonriendo porque un largo beso solucionaría todo.

Pero...ahora todo era evidentemente diferente.

Todo pasaba tan rápido, podía verlo partir aún teniéndolo frente a él. Veía las vacías calles y el frío invierno que lo acogería cuando Steve faltara. Porque sin él, la vida ya no existía, ya no le hacía falta.

Podía extender la mano frente a él, al mismo tiempo que sentía la distancia aumentaba. Observaba la dificultad con la que Steve respiraba, eso le daba un poco de calma. Sabía que no estaba muerto, que seguía ahí. Sin embargo, comenzaba a tener dudas sobre si él mismo aún estaba vivo o si el cruel destino le había dado el pequeño obsequio de marcharse junto su esposo.

Sin él, ya no quería continuar.

—Siempre estaré para ti—Susurró en medio del abundante silencio, acariciando su tibia cabeza en donde antes, habría enredado sus dedos en su dorado cabello—Aun si no soy yo a quien necesitas.

Sintió la culpa en el corazón. Nunca lo abandonó, pero tampoco le dió la paz que tanto buscaba Steve al verlo. Tenía sus tontas razones para no hacerlo por culpa de él, por culpa de los dos.

Lamentarse no llevaba a nada, permanecía conciente de ello. El tiempo no se compra cuando ya es tarde, y estaba seguro de tener las manecillas del reloj dentro de su cabeza, atormentandole por el tiempo perdido, por los recuerdos que ahora se volvían lúcidos, por todo aquello que no hizo y que no vivió. Le parecía que cada latido suyo era un segundo menos para el hombre frente a él, y no encontraba manera de detener su corazón más de lo que ya estaba.

—¿Ves lo que me pasa?—Continuó, intentando ahogar las lágrimas en sus labios—Esto ocurre cuando alguien como yo ama tanto a alguien como tú. Te necesito tanto, siempre, maldita sea, siempre te necesitaré. Eres parte de mí, eres la otra parte de mi balanza, mi bastón, mi maldita conciencia. Verte así es...nunca lo imaginé. Sé que estuve dispuesto a dejarte ir, físicamente, claro. Porque de aquí—Colocó la mano en su corazón—De aquí nunca vas a salir. Estuve dispuesto a dar media vuelta y dejarte ser feliz porque te amo, pero si ese amor no era correspondido, entonces no te quería a mi lado. Ahora te necesito y te quiero conmigo más que nunca, como sé que siempre lo haré...como siempre lo he hecho.

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