Epílogo III: Insaciable

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-Inclínate Ayla, eso es...-la voz de Matt era profunda y grave.
Su pecho desnudo estaba perlado de sudor. Dejé que me colocase como él quería. Tumbada sobre la cama, con las caderas hacia arriba y las piernas separadas. Intenté levantar el rostro, pero, con extraño cuidado, me agarró del pelo y me empujó contra el colchón, dándome un desagradable tirón en el cuello.
-No te muevas, estás perfecta.-susurró mientras me miraba con sus enormes ojos azules.
Tragué saliva. No podía ver lo que había enfrente de mí, pero podía escuchar las olas del mar y el olor a sal, y las partículas de arena blanca que arrastraba el viento y depositaba en mi pelo. El sol de mediodía me acariciaba cálido el rostro.
Le sentí empujarme para penetrarme mientras yo me estremecía. No era agradable, lo notaba más hinchado de lo normal. Yo estaba tensa, humillada en una incómoda postura que estaba empezando a pasar factura a mis lumbares. No le importó que yo no estuviese lo suficientemente húmeda para recibirle, simplemente empujó. Empujó dos veces. A la tercera, se humedeció dos dedos con saliva, los introdujo dentro de mí y lo volvió a intentar hasta que lo consiguió.
Empezó deprisa, empezó demasiado deprisa. Yo cerré los ojos, notaba como desgarraba ligeramente y solo deseaba que terminase lo antes posible. Sus manos pequeñas pero fuertes me agarraban con firmeza las caderas y sus uñas se clavaban en mi carne. Tenía la mejilla pegada al colchón, afortunadamente, no lo veía a él, solo una cortina blanca que se agitaba con la brisa marina, la arena blanca y el océano de fondo.Me azotó una nalga y yo contuve un gemido mordiéndome la lengua y cerrando los ojos con fuerza.
"Por favor, termina ya..."
En realidad, no sé cuánto tiempo estuvo penetrándome pero me resultó interminable. Cuando lo sentí derramarse en mi interior, la presión disminuyo y mis músculos se destensaron y empezaron a adaptarse al órgano que aun yacía en mi cuerpo, expulsando semen dentro de mí. Matt se tumbó a mi lado, cansado pero feliz. Estaba totalmente desnudo, a excepción de los collares de abalorios que llevaba colgando de su cuello, y que se agitaban al ritmo de su respiración exhausta. La piel se le erizaba con la brisa del mar que le revolvía los rizos plateados. A finales de verano cumpliría treinta y seis, ya estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, y eso me asustaba, pero aquel atractivo suyo eclipsaba a cualquier veinteañero.
Yo, avergonzada de mi cuerpo, me cubrí con la sábana blanca que se agitaba por la fuerte brisa. Nos encontrábamos de viaje en una pequeña islita de Hawái. Alejados de la prensa, de las miradas indiscretas y, sobretodo, alejados de la familia. Necesitábamos estar a solas, los últimos meses habían sido caóticos en la vida de ambos, era hora de poner los puntos sobre las íes. La cabaña de tropical que habíamos alquilado se encontraba en una cala escondida en un islote llamado Vaiana. En el porche, aparte de hamacas, sillas y otro mobiliario de exterior, se encontraba aquella especie de cama, fabricada con madera de cañas y envuelta en cortinas blancas donde Matt había descubierto un excepcional lugar para hacer el amor.Hawái no era ni por asomo el destino predilecto del indómito Matthew Brown, pero tampoco había puesto muchas objeciones en cuanto le propuse que nos escapásemos una semana a aquel paraíso tropical. Creo que Matt hubiese dicho que sí incluso a ir al mismísimo infierno con tal de salir de Los Ángeles una temporada. Lo cierto, es que era un día precioso, a excepción de las fuertes ráfagas de viento marino, las olas chocaban contra los acantilados que rodeaban la pequeña cala.  Las gaviotas piaban, el sol brillaba, las nubles blancas danzaban en el cielo azul al compás de una suave melodía, mientras que las palmeras se agitaban siguiendo su canción. Tras la pequeña choza clavada enfrente de la playa de arena blanca, se abrías kilómetros de selva virgen. Parecía que nada ni nadie podría nunca estropear ese día tan maravilloso.
Matt respiró hondo, empapándose de la tranquilidad y la privacidad de la que disponíamos en aquella isla. Intentó abrazarme, pero me desprendí de él con gesto afligido, perdiéndome por un eterno instante en la profundidad de sus ojos azules y en la sensualidad de la curvatura de sus labios:
-Ayla...-susurró con voz dulce-¿Estás bien? ¿He hecho algo mal?-se llevó las manos a la cabeza-¡Pero qué idiota he sido! No te ha gustado mucho lo que acabo de hacer, pero ¿por qué siempre me lo permites? No quiero disfrutar de esto yo solo, esto es cosa de dos... ¿Ayla? ¿Ayla, qué pasa?
Mirarle a los ojos fue peor de lo que me pensaba. Mil cuchillos se me clavaron en el alma y una lágrima me recorrió la mejilla. Estreché con fuerza mi "anillo de prometida" entre mis manos. Matt me miraba desconcertado, sin entender exactamente que sucedía, temblaba de miedo y el gesto de preocupación e impotencia de su rostro me estaba volviendo loca. Con una mano temblorosa, me apartó un mechón de pelo de la cara, lo colocó tras la oreja y me acarició con cuidado.
-Me he acostado con tu hermano Bear.-escupí como si se tratase del vómito resacoso de la fiesta de la noche anterior.
Matt tragó saliva, se incorporó, y su mirada se perdió en el infinito. No sabría decir cuánto tiempo pasó, si segundas o quizá horas, sumido en aquel estado catatónico. Sus fuertes brazos estaban en tensión, incluso podía ver sus venas marcadas por la fuerza, como si estuviese sujetando una carga muy pesada.
-¿Matt? Matt, por favor, di algo... Lo que sea, pero por favor, di algo.-le supliqué temiendo haber desconectado un cable importante de su cerebro.
-¿Qué quieres que diga?-dijo saliendo del trance y encogiéndose de hombros con una tranquilidad impresionante-No podía evitar lo inevitable.
-Entonces, ¿lo sabías?-ahora era yo la que estaba entrando en estado de shock.
-Lo intuía.-intentaba por todos los medios que Matt me mirase a los ojos, pero él no había reunido la suficiente fuerza como para enfrentarse a mí-Conozco a mi hermano, y lo peor de todo, te conozco a ti y se cómo te comportas cuando no quieres enfrentarte a algo.
Me mordí el labio impotente, instintivamente hice ademán de abrazar a Matt, apoyar mi cabeza en su hombro y mecerlo con cariño, pero aparté la mano nada más rozar con mis dedos su piel curtida, que, extrañamente, estaba fría, muerta.
-Solo dime una cosa: lo que hay entre vosotros, ¿fue algo esporádico o es habitual?
-Esporádico. Solo pasó una vez.-"Bueno, tres"
-¿Y cuándo sucedió?
-Matt, deja de hacerte esto...-le imploré.
-¡Merezco saberlo! ¡Merezco saber la verdad!-gritó con los ojos llenos de cólera.
Un escalofrío de terror me recorrió el cuerpo. Matt bajó la mirada, humillado.Estaba enfadado, pero estaba reprimiendo sus impulsos, una parte de él aún me respetaba y no quería hacerme daño, si se dejaba llevar, volvería a mostrarme sus sombras oscuras. El cuerpo me temblaba solamente en pensar que tendría que volver a pasar una noche con el lado oscuro de Matt.
-Fue en primavera, un fin de semana que Bear y Gabe vinieron a pasar a Sonoma.
-Lo recuerdo, yo estaba con gripe. ¿Y cómo pasó?
-Simplemente sucedió. Tenía que pasar.-me encogí de hombros.
-¿Y crees que el mejor momento para contármelo es después de hacer el amor?
-¿Acaso hay un buen momento para contar algo así?
-¿Disfrutaste?
-¡Matt!-su pasividad y sus preguntas empezaban a enfurecerme.
-¿Disfrutaste o no, Ayla? ¿Fue extremadamente maravilloso? Mejor que acostarse con un alcohólico, ¿verdad?
"Deja de victimizarte, Matt. Nadie tiene la culpa de esto"
Me crucé de brazos, indignada:
-¡Sí, disfruté! ¿Vale?-la forma en la que Matt contraía los puños de rabia y furia me asustaba cada vez más, pero ya no podía parar-No disfruto cuando me tratas como lo has hecho hace un rato: humillándome. Cuando estás a punto de perder el control me tratas como un objeto, temes dañarme y no eres capaz ni de mirarme a los ojos mientras me follas.
Matt iba a decir algo, a responderme del mismo mal humor con el que yo lo había hecho, pero no quería volverme a soltar el mismo discurso de siempre: su obsesión posesiva conmigo, el quererme aferrar tan fuerte que me hacía daño, las horrendas pesadillas... Ahora que hacía semanas que parecía que se habían desvanecido.
Me agarró del brazo, me asusté tanto que casi me provoca un corte de digestión, de un tirón me tumbó sobre él, sujetó mi rostro con ambas manos y me besó en la boca con pasión, por un momento, caí en su juego, y mis dedos se enredaron en sus rizos plateados. Su boca tenía un sabor amargo, me recordaba a la ginebra, pero Matt no bebía.
Me aparté de él de un empujón, me miraba altivo, en una postura que más atribuía a Bam que a él. El roce de su piel desnuda contra la mía saltaba chispas. ¿Qué diablos estaba haciendo?
-No me has dicho que lo sientes, ni que te arrepientes de lo que pasó.-su boca estaba peligrosamente cerca de la mía.
-Porque no lo siento, ni tampoco me arrepiento.
Me levanté de la cama y me tapé con la sábana blanca, me aparté un mechón de pelo de los ojos. Matt, sentado y desnudo me miraba con los ojos brillantes:
-¿Fue solo sexo, o hubo algo más?
No entendía la obsesión de Matt por martirizarse de aquella manera: estaba hecho, el pasado no podía cambiarse, pero ¿por qué atormentar al futuro con preguntas y detalles absurdos? Me tenía acorralada, el silencio me delataría, hinché el pecho y me hice la valiente:
-Hubo algo más.
La voz tranquila y la pasividad de Matt seguían sorprendiéndome:
-¿Y qué pasa con nosotros? Creía que estábamos bien. No más mentiras, no más secretos. Quería casarme contigo.
"¿Querías? ¿En pasado?"
-Eres impredecible, Ayla Hurst, nunca sé por dónde me vas a salir. No sé qué piensas, no sé qué sientes. Un día puedes estar a mi lado, feliz y al día siguiente desaparecer y aparecer en la otra punta del mundo y estar con otra persona. Dices que me quieres, pero te acuestas con mi hermano. Con la angustia y la preocupación de no saber qué harás al día siguiente, con el miedo a que me abandones. ¿Cómo se supone que voy a vivir con eso?
-No puedes.-dije intentando parecer firme ante los ojos tristes de Matt.
Me quité del cuello la cadena que sujetaba el anillo que Matt me había regalado en nuestro último viaje a Alaska. Era el anillo favorito de Matt, el de plata con las dos filas de brillantes verdes, que yo había colgado de mi cuello para no desprenderme nunca de él, y que mordisqueaba cuando me sentía incómoda.
-Esto te pertenece.-me lamenté depositando la joya en su mano.
Entré dentro de la cabaña y busqué algo con lo que cubrirme: un pantalón de playa de estampado tropical y una camiseta corta con un atrapa sueños y unas plumas indas sobre el pecho.

Tierra Mojada (una historia de Alaskan Bush People)Where stories live. Discover now