John

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Aburrido.

John Watson estaba taaan aburrido. Y es que lo que menos imaginas hacer durante una cita es rezar porque algo suceda, ¡lo que sea! John ya se había cansado de revisar su teléfono en busca de nuevos mensajes de Sherlock o Greg, ya había revisado las visitas del blog ¡dos veces! E incluso les había dado respuesta a comentarios de seis meses atrás y todo esto antes de que su teléfono decidiera que era suficiente trabajo por un día y lo haya dejado varado sin pila.

Ahora miraba fijamente a una lámpara esperando que el brillo le lastimara lo suficiente para no caer dormido sobre la mesa por la aburrición.

Lana (su cita) había encontrado a una de sus amigas camino al restaurante y considero que era una buena idea invitarla a la cena. John no se quejó, ¿Qué hombre podría? Ambas habían empezado a coquetear con él y la noche simplemente prometía…

Pero no.

Oh, no.

Después de cuatro copas se habían olvidado de él. Ahora conversaban animadamente y John era lo suficientemente educado como para esperar a que la velada terminará antes de ir a casa para no llamarla más.

Aburrido de esperar a que, quizás, la suerte estuviera de su lado y pronto un asesino entrara corriendo con, no sé, Sherlock detrás. John decidió dejar de soñar. Sería un hombre. Terminaría la velada, iría a casa, bebería té mientras soportaba las burlas de Sherlock y mañana lo intentaría otra vez.

Pero no pudo concretar nada. La charla lo distrajo lo suficiente para olvidar sus planes.

— …y no me di cuenta que me quería hasta que ya era muy tarde. Porque ¿Quién cambia por completo su forma de ser sólo por ti? ¡nadie! Y él lo hizo, pero ¿sabes que fue lo más gracioso? Que jamás me dijo nada – la amiga de Lana (cuyo nombre John había preferido olvidar) hablaba con nostalgia – fue una semana después de que nos separamos que me di cuenta de todo lo que había hecho por mí.

Algo en John se encendió, aunque no supo a ciencia cierta que era sabía que necesitaba saber más de esa historia.

— ¿Cómo era él?

Sorpresivamente fue Lana quien respondió.

— Horrible. Un antisocial. El típico nerd, con los lentes y los comics, no habla con nadie. No sabía quién era Lady Gaga, cosas así.

— Pero por mí cambió – su amiga suspiro con melancolía—  debí saberlo la primera vez que acepto salir a bailar conmigo, o cuando me compro esos boletos para el show. No sé cómo no lo vi. Todas las señales estaban ahí.

Todas las señales estaban ahí.

No era posible que…

¿o sí?

Pronto todo el establecimiento se sentía caliente, había mucha gente, mucho ruido y todo daba vueltas, no podía ser posible. Simplemente no.

Ellas continuaron hablando mientras él no podía evitar relacionar al ex novio desconocido de la chica sin nombre con Sherlock. Sí, SHERLOCK.

— ¡Mierda!

Ambas chicas voltearon a verlo asustadas, pero John las ignoró, tan concentrado en sus pensamientos olvidó por completo que hoy era un ‘caballero’, se fue del lugar sin decir adiós.

El camino a casa fue difícil, todo lo que John en el pasado no podía ver ahora se repetía como una película sin fin.

El primer día que se conocieron.

Esa primera cena en Angelo’s que le dejo un sabor a primera cita.

En ese momento no le conocía, John sólo quería verse útil para que ese loco hombre le permitiera vivir con él, necesitaba con urgencia ambas cosas. La guerra le había robado ese sentimiento de ‘pertenecer’ John era un extranjero en todos lados, pero eso no importaba mientras fuera útil. Nadie le cerraba las puertas a un médico, no importaba mucho el uniforme que portará.

Y luego la herida llegó, y con ella el desempleo. Sherlock fue, sin saberlo, su válvula de escape, su única (y última) esperanza, sin él, John habría huido de Londres, quizás ahora estuviera en un pub al sur de Inglaterra, bebiéndose el dinero que conseguía de pedir limosna mientras esperaba que algún día, en una pelea, alguien terminara lo que la guerra no consiguió.

Pero Sherlock lo había aceptado, John aún lo recuerda, esa sonrisa orgullosa al volver a la calle Baker después de correr medio Londres, John no lo sabía entonces, pero ahora, una vez que se quitó la venda de los ojos, sabe que esa sonrisa ha aparecido muy poco, y para nadie más que él.

De repente sus piernas son muy cortas, la estación de metro está muy lejos y nada fluye a la velocidad que necesita.

Porque John necesita ver a Sherlock, necesita preguntarle si es verdad, necesita que las cosas se aclaren porque su corazón no puede más, después de tantos años de intentos está cansado, ya no quiere más citas desastrosas como la de esta noche.

No.

John necesita estabilidad, un lugar al cual llamar hogar que sea algo más que cuatro paredes y un perro, John necesita un abrazo cálido en las noches, cuando las pesadillas no lo dejan respirar. Necesita un café cargado en las mañanas y un beso de despedida, John necesita la urgencia de ver el reloj con la esperanza que den las seis y pueda abandonar su trabajo para volver a casa, donde un par de brazos lo esperan. John necesita noches de películas, domingos en pijama. Necesita las tardes de sábado en el parque, una panadería cerca de casa donde comprar las donas favoritas, esa florería de la esquina con crisantemos azules.

Pero más que nada quiere afecto, quiere complicidad, quiere amorQuiere amar y ser amado, saberse una mejor persona sólo porque hay alguien que lo impulsa a ser así.

Normalmente, la imagen de esta persona era borrosa, una mujer sin rostro, pequeña, dulce y cálida como el pan recién horneado o la leche con miel que solía tomar antes de dormir. Un ser sin forma definida al que ya creía amar sin conocer.

Ahora, mientras recorre las calles llenas de gente la visión poco a poco cambia. El panorama ya no es dorado, ya no hay mujer. El aire dejo de oler a flores y en cambio comienza a oler a pólvora quemada, a metal, a madera y tabaco. De repente la idea de salir en pijama un domingo con la bata de dormir a recoger el periódico en los suburbios le suena ridícula, porque ahora se le antoja más el sobresalto de una explosión en la pequeña cocina del 221B, y puede verse en 10, 15, 20 años persiguiendo a Sherlock por toda la casa, una casa grande a las afueras de Londres, una casa antigua, con ventanas extensas en donde se cuele el sol; con el botiquín en mano mientras Sherlock comenta que es ‘sólo un rasguño’.

Y la idea le emociona. Nunca en su vida se había sentido tan excitado por el futuro. Porque nunca el futuro se había visto tan real.

Siempre eran personas sin nombre, sin rostro, sin historia, sólo sombras que se movían en su mente como fantasmas de una vida mejor. ¡Que idiota! Como si una vida tan aburrida lo fuera a llenar por completo.

Ahora corría, corría con un objetivo en mente. Se entregaría a Sherlock, le diría todo, abriría su corazón y se lanzaría en picada esperando que Sherlock lo sostuviera.

Y si fracasaba…

John no quería pensar en eso.

EpifaníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora