III

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                                                                                                                                                                      10 de julio 1898

Querido Abraham:
  Cada día me siento más incómodo.
  Escuché un alarido de dolor, un gemido ensordecedor que resonó por la habitación sin vergüenza. Y no, no fue mi imaginación. 
  Ayer mientras dormía fui interrumpido del sueño por un ingrato hedor que se componía por un olor a carne perdida en putrefacción. El aroma de la ventilación pintoresca por las flores depositadas en algunos estantes se perdió en un gusto insípido que emanaba muerte. 
  No es el único detalle, allí en Lupus se bañan en un ventarrón lleno de resaltante bochorno. Disfrutan de la época bochornosa permanente mientras que aquí la gélida está sofocando nuestra visibilidad de los rayos del sol. Las temperaturas están bajando mucho, creo y no bastará con una chimenea. El Señor debería de ir tomando sus anillos de plata y utilizar su gustoso tributo para una inversión. También más plantas, no parecen ratas muertas atrapadas, parecen cuerpos amontonados sufriendo la descomposición. Le preguntaré a Doris al respecto, necesitan retirar los paneles y sacar a los animales. Hasta puedo intuir que hay uno vivo ahí dentro, ahogándose. Sufro de escalofríos al pensar que entre tanto montón de podredumbre un pedazo de carne muerta de alguna ardilla pueda romper la madera y caer sobre mi rostro. 
  Entre movimientos melindrosos indagué un poco sobre los libros de la estantería (ya te había comentado de ellos), todos ellos con tapa dura, que seguro (más que seguro) habrá costado fortuna. Tomé el más llamativo, Cadaveribus Pugnatur, apenas lo dejé reposar se levantó una polvareda importante, abrí la primera página y trazada en tinta producto de jugos de frutas silvestres, había enormes líneas que formaban una estrella. Pasé a la siguiente página, pero no había nada, así continúe hasta la última página, donde se plasmaba otra vez ese hombre que había visto el primer día en la sala de cuadros. Los fragmentos cadavéricos en el bastón estaban esparcidos por el suelo, el albor en los dedos ahora se visibilizaba en un brazo huesudo, con manchas de piel marcando flacidez. Un rostro con la mandíbula dislocada se plantaba detrás del hombre, y el panel rajado ahora tenía enormes agujeros por el que iban saliendo más brazos, que se rasgaban en la madera cuando cabezas se asomaban desesperadas. Me convidó de la lobreguez, la tétrica imagen se guardó en mis enjugados ojos por la escalofriante obra. En un borde de la hoja amarillenta había un plano, se adaptaba perfectamente a la cantidad de habitaciones de este lugar, y en un delineado rojizo se detallaba bien paredes astilladas, con huecos negros que ocultaban cuerpos agonizantes.
  Sería un placer tener un revólver, y hasta que no tenga uno en la mano no manipularé la pluma para formar ''cadáver'' y no ardilla o rata. No dormiré hoy. 
  Tengo que hablar con El Señor en este momento, si no me dice qué ocurre derribaré los paneles, me conformaré con un ''Es sólo una leyenda, detrás de estas paredes se dice abunda copiosa cantidad de espíritus del bosque, que nos protegen de los males de la helada'', eso será suficiente para apagar las velas.
  Con amor, Lucian. 

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