VI

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                                                                                                                                                                      15 de julio 1898
Querido Abraham:    
  El incipiente pánico escala por mi garganta y me detengo en las vertiginosas constelaciones. Los ventanales reflejan figuras esbeltas heráldicas bien cuidadas. Con un aire a ese Señor.
 
Los monstruos ahora acunan entre sus fragmentadas pieles putrefactas a Doris. Escuché un alarido de dolor esta mañana, el mismo gemido que alivió mi sueño temporal. 

  En el horario vespertino, oí que de los cuadros se emitía un cántico solemne; las voces quebradas hacían de el canto algo irritante, no tanto como la polvareda que levantan cuando se mueven entre los paneles y tiran pedazos de madera que impactan el suelo polvoriento.. El causante del aire polvoroso cayó, y grabé una imagen repulsiva, la desmelenada señora Doris, sin la protección de membranas en sus ojos derretidos, expulsando una mucosidad que caía por sus comisuras, tan vomitivo como el ahuecado negro en su rostro, resto de lo que solían ser sus párpados. Me llamó la atención el brazo carnoso que la arrastró hacia las cavernas, no porque un brazo hubiese salido de una pared, sino por la carne en buen estado, eso me impactó, mucho más que la mucosidad. 



                                                                                                                                                                      18 de julio 1898
Abraham:      
  Estoy oculto, la mortífera gélida en pasos frenéticos terminó con todo, cuando el invierno crudo se abalanzó contra nosotros, Ellos enloquecieron, corrí como nunca cuando los paneles se quebraron por completo y cuerpos amontonados luchaban por alcanzarme con sus dientes. La mortecina luminosidad del candil me protege, eso creo. Estoy en la trampilla, no tengo un porqué para continuar con las cartas, me siento mejor al saber que alguien verá esto y ahí sí, vendrá con un revólver.
  Aún no noto tu presencia, no estás ni en espíritu, no rezas por mí, estoy atrapado, muriendo de frío, mis manos tiemblan, la hoja se arruga por mis repentinos tirones de brazos, la letra se deforma, pierdo la cordura. 
  En un cubículo, descansan herramientas punzantes, también cargadas por el exceso de su propio peso, los objetos metalíferos son una fuente exquisita de defensa. Las paredes desbordan hormigón, algunos ladrillos caen, llenos de telarañas. Hay manchas negras, duras, como la sangre seca. 
  Hay una diminuta caja dorada con un marco rojo a base de pincel, con líneas curvas, formando el signo de piscis, está sobre el escritorio del cubículo con las herramientas, al lado de maquinaria oxidada. No estaba sellada ni nada por el estilo, cuando la abrí me encontré con un reloj, una perfecta imitación de una torre con un reloj en ella, con montones de piedras soportando un campanario. Las agujas indican las una, debo llevar horas perdido, ¿Es tarde o es temprano? He ahí la cuestión. 
  Llevo sin cambiarme todo este tiempo, la tela es buena, me cubre un poco del helamiento, y las capas cálidas en el aire también me ayudan. El problema es que todo está cerrado, me asfixio lentamente. 
  

                                                                                                                                                                      19 de julio 1898
Abraham:        
  Moría de hambre, y tuve que rebuscar por los ladrillos caídos arañas para comer, llevo asesinando dos con mis muelas, me arde la lengua, pero sacia mi sed y mis ansias por devorar. 
  Oh, carajo, el jodido veneno...

                                                                                                                                                                      20 de julio 1898
Abraham:          
  Me duele tanto... no puedo salir de aquí abajo y voy a a hacerme encima. 


                                                                                                                                                                      21 de julio 1898
Abraham:            
  Estoy empapado, reventado por la ponzoña... 
  Creo que hay algo especial en este lugar, golpean la trampilla y tengo que descubrirlo todo antes de que la aguja avance nuevamente. Hay un delineado en una pared, trazos aracnoideos, nítidamente marcados por aberturas en los inicios de la tinta negra. Resalta algo de él, la curvatura que tiene uno de los trazos, formando una especie de círculo que avanza hacia otra línea, que marca las una, como el reloj de la caja dorada. Manchones de negrura se pierden en un paredón níveo de hormigón dibujado debajo de el mensaje trazado. La atmósfera es pesada, siento los golpes en la trampilla, el metal está chirriando y es insoportable. Chirría con estridencia, siento el olor a descomposición, veo manos llenas de moho, traen consigo la podredumbre. La caja dorada despide destellos como un heliógrafo bajo el sol, los golpes en la trampilla dejan traspasar la luz de la luna, que encamina la luminosidad hacia más trazos. ''El señor'', ''El bandolero'', en otra delineación se ve una figura, digna de la nigromancia. Busco captar algo más, estoy asustado. Las voces perdidas de forma ininteligible me hacen visibilizar un objetivo, algo sobre ''El feudo'', tienes que encontrar esto, ¡Oh, hermano! ¡Encuentra este cuerpo nauseabundo! 


La trampilla fue atravesada. 21 de julio, 1898. Lucian. 
  La aguja del reloj ya no se mueve, ahora oscila apesadumbrada. Se han enseñoreado con la mansión.

El Señor se acerca, las piernas comienzan a temblar, los seres cadavéricos se quiebran y rompen sus restos en un baile con mucosidades y repulsivas imágenes de sus cuerpos hediondos transformados en líquidos ácidos. 

Si las cartas llegaran a Abraham, las autoridades y los medios acudirían a ese llamado tétrico enseguida; patrulleros, periodistas, conspiranoicos. Ahí está el problema, las cartas yacen plegadas en el campanario en la torre de la caja. 


Fin. 
 





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