El Diablo es tan diablo, que hasta los más malvados le temen.
Es que nadie se atrevía con el Diablo, hasta que cierta vez, hace mucho, muchísimo tiempo, se encontraba un roto (persona pobre de malas costumbres) chileno.
Bartolo era un huaso joven que todo le salía mal en ese año: en otoño se le helaron sus cultivos y en invierno se le inundó el sembrado. De pura flaca se murió su vaca. Así que Bartolo dejó el yugo, el arado, la rastra y el rastrón, y partió en busca de mejor suerte.
Tenía familiares en la costa que eran pescadores. «Pero si yo no conozco el mar», se dijo a sí mismo el pobre Bartolo. «Ser minero debe ser más fácil», y se encaminó a los lavaderos de oro, en donde se decía que las pepitas de oro eran abundantes como chicharrones en un plato de porotos.
Pero no encontró oro. Volviendo triste a casa, se preguntaba cómo podría resolver sus problemas económicos. Tenía miedo, pero más que miedo, vergüenza de volver a su familia sin dinero, pues se acercaba la fiesta de aniversario de Chile y él quería bailar una buena cueca con La Peta, la chica más linda y hacendosa de la comarca.
Entonces recordó una idea que tuvo su abuelo para hacerse rico, pero que nunca intentó por miedo: hacer un pacto con el Diablo.
El joven arrogante pensó, «De más que hago pacto con el Diablo», pero apenas se dijo esas palabras, sintió miedo.
Ya entrada la noche, fue al bosque, era una de esas noches sin luna. Con toda la fuerza de voluntad, y con lo que sus pulmones le permitieron, gritó «¡Patas de Hilo!» tres veces, uno de los apodos del Diablo en Chile, como también lo son Malo, Malulo, Cachudo y El Cola en Punta.
Un relámpago abrió de par en par el cielo, la tierra tembló y el joven sintió un olor a azufre.
Entonces lo vio… De barbilla, bigote y rabo; de chispas por los ojos y una risa del demonio.
Bartolo no se asustó, sorprendentemente, y luego ambos comenzaron a hablar de negocios. Bartolo quería venderle su alma, ya que nada más tenía.
—Cien mil pesos y mi alma es tuya —sentenció Bartolo, y al Diablo le pareció un buen precio por un alma, así que se los dio.
—Pero hay que firmar un pacto —dijo el Diablo—. ¿Cuándo queréis que te lleve?
—Hoy mismo —respondió Bartolo, haciéndose el tonto.
El Demonio se extrañó mucho, pues todos le pedían años y años para gozar la vida. Por fin, ambos acordaron que el Diablo vendría a buscarlo mañana. El Malo le pinchó el dedo corazón al huaso, y con su misma sangre, escribió:
«Bartolo Lara,
No te llevaré hoy,
Pero te llevo mañana».
En cuanto el huaso lo firmó, el Diablo lo recibió y desapareció, entre una risa maléfica y una explosión de fuego, humo y olor a azufre.
No hay necesidad de decirlo, el huaso Bartolo aprovechó al máximo sus cien mil pesos, con un caballo, ropa de buena calidad, dinero para sus familiares y dinero para La Peta, con la cual bailó un montón de cuecas.
Se le hizo corto el día.
Apenas anocheció, fue a su cita con el Diablo, el cual lo saludó con su sonrisa endemoniada.
—Muy bien —le dijo—. Mucho gozaste, ahora recibo mi premio.
—¿Cómo que recibes mi alma? —dijo Bartolo irónico—. Tan Diablo eres, y no sabes leer…
De mala gana, el Diablo sacó el pacto, y lo leyó.
«Bartolo Lara,
No te llevaré hoy,
Pero te llevo mañana».
—Es verdad —dijo—, la cosa es mañana.
—Así es —asintió Bartolo—, pero déjeme otros cien mil pesos por el viaje y la puntualidad.
El Malo se los dio.
—¡Mañana te espero! —le dijo al pasárselos.
—Mañana volveré —aseguró el huaso.
Y cuentan que el roto siempre volvía, y el Diablo siempre leía aquel pacto que entraba en una contradicción temporal.
«Bartolo Lara,
No te llevaré hoy,
Pero te llevo mañana».
El Diablo, que se dio cuenta de esto en algún momento, le dijo, ya cansado:
—¡Me has engañado!
Y estalló, ardió; había fuego por doquier. Bartolo no se explicaba cómo era que no le pasó nada.
Las historias cuentan que el roto se mudó del campo hacia el gran Santiago para evitar estar solo en los bosques, y que le apareciera el Diablo.
También se dice que hizo un pacto con la Tierra, la cual lo ayudó con su granja, que ahora que tenía dinero, la mejoró y comenzó su producción.
Pero por los bosques de Chile, cerca de las granjas, cuando los perros se ponen a aullar, los ancianos aseguran que sale el Diablo buscando al huaso roto que lo engañó.