1.

460 33 8
                                    

Me palpita la cabeza. Creo que me estoy muriendo.

Me giro un poco y siento dolor. Como si alguien hubiese confundido mi cabeza con una pelota de fútbol y le hubiese dado una patada. Estupendo.

Encuentro mi móvil sin querer cuando me revuelco por la cama y lo primero que veo son ocho llamadas perdidas de Álvaro. Me rio mentalmente y dejo el móvil donde estaba.

Consigo levantar la cabeza de la almohada sin vomitar. Increíble.
Y hago un esfuerzo más para sentarme en el borde de la cama apoyándome en ambas manos.

Veo tan borroso que no se como no me he mareado aún.

Pestañeo unas quince veces y me restriego los ojos antes de mirar a mi próximo objetivo.

Vale Raoul, tú puedes, vas a levantarte y vas a abrir la puerta.

Veo que se abre.

—Anda coño, la he abierto con la mente.

Me echo para atrás y me doy un cabezazo con la pared, añadiendo un dolor nuevo a mi cabeza.

Mi madre entra seguido de un chico con el pelo castaño y mechas grises. ¿Qué tipo de gusto tiene?

Un momento después le reconozco.

-¿Qué hace aquí el primo? ¿Ha venido a verme?

—¿Qué? —pregunta mi madre —Raoul, ¿te has vuelto a emborrachar?

Me restriego los ojos y miro de nuevo al chico. Me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de quién es.

—No —me rio.

—¿Dónde escondes el alcohol?

—Nunca lo sabrás —sonrio y me cruzo de brazos.

—¿Has probado a mirar debajo de la cama? —es lo primero que oigo decir al mechitas. Habla raro.

Ha descubierto mi escondite de bebidas alcohólicas sin esfuerzo, ¿cómo lo ha hecho?

Creo que ha notado que le miro con desprecio.

—Me caes mal —le digo.

—Raoul... —me riñe mi madre.

—¿Quién es?

Carraspea antes de hablar.

—Se llama Agoney, va a estar contigo cuando tenga que ir a trabajar, así tienes compañía.

La miro, incrédulo.

—¿Has contratado a —le miro de arriba a abajo —eso, para que sea mi amigo? —me rio a carcajadas —Estás de coña.

Ignora mi comentario y me enfurruño

—Bueno, me tengo que ir, así que os dejo solos y así aprovechais para conoceros.

Me da un beso en la frente, se despide con la mano de el chico y sale de casa para ir a trabajar.

—Bueno Agorey...

—Agoney —me corta. —Me llamo Agoney.

—Lo que sea, no me importa. Llevo un resacón de la hostia y como comprenderás no quiero hablar contigo, así que ya te estás yendo.

—Así que te llamas Raoul, ¿no?

—He dicho que te vayas.

Me levanto para echarle pero no me mantengo en pie y vuelvo a caer a la cama. El muy subnormal se ríe.
Le hago una pedorreta.

—Tranquilo Raoulín, ya me voy.

Abre la puerta y sale. Espera, ¿me ha llamado Raoulín?

—¡Tú! ¡No me llames así, vuelve aquí ahora mismo!

—¿No me habías echado? —dice desde fuera.

—Gilipollas.

Me tumbo de nuevo en la cama y cierro los ojos hasta que oigo un ruido, como un chirrido de una silla.

Abro los ojos y veo a Agoney en frente mía, sentado en la silla de mi escritorio.

—¿Qué haces ahí?

—Has dicho que volviese —se encoge de hombros.

Suspiro y nos quedamos en silencio un rato, él me mira y yo le miro a él.

—Tengo hambre —me quejo.

—Pues cómete algo.

—Me apetece un plátano.

—¿De Canarias? —se ríe.

No le pillo la gracia.

—No tengo otros.

Hago el ademán de levantarme, pero en seguida se levanta él.

—Tranquilo, ya voy yo, no quiero que tengas un accidente por la escalera.

—Pero si estoy perfectamente.

Arquea ambas cejas. Me está pidiendo una demostración.

Me levanto y pongo las manos en mis caderas. Soy el Increíble Raoul, nada puede vencerme.

O eso creía hasta que todo empieza a darme vueltas y no se ni a donde miro.

—Voy a vomitar.

Voy corriendo al baño, no sin caerme un par de veces, hasta que llego y vacío mi estómago.

Tiro de la cadena y miro al arco de la puerta, donde está Agoney mirándome.

—¿Estás mejor?

—Sigo queriendo mi plátano.

Me ayuda a levantarme y me doy cuenta de que puedo moverme con más soltura, sin marearme al menos.

Me miro en el espejo y me asusto.

Veo a un enano con el flequillo rubio sudado sobre los ojos y una camiseta blanca mal puesta.

Salgo desesperadamente y me dirijo a la cocina a por mi comida.

Le voy enseñando la casa a Agoney mientras le doy mordiscos al trozo de fruta.

Hablando con él me doy cuenta de que no habla raro, sino que tiene un acento canario muy marcado.

Miro el plátano. Miro a Agoney. Ahora entiendo lo del plátano de Canarias.

Casi me atraganto cuando me doy cuenta.

Escucho al canario reírse, pero no me importa. Si sigue así le escupo en la cara, para reírnos los dos.

—Y este es el hotel cinco estrellas de los Vázquez, espero que disfrute de su estancia y que se vaya pronto.

—No me has enseñado esa habitación.

Señala una puerta a mi espalda. Me giro para ver a lo que se refiere.

—Es cierto, pero no hay mucho que ver. Es una habitación donde guardamos cosas viejas o rotas que no queremos tirar —me encojo de hombros. —Ideas de mi madre.

—¿Puedo verlo?

Pero será cotilla.

—Claro —sonrio.

Por la cara que pone comprendo que se me da mal mentir y que ese «claro» no ha sonado muy convincente.

Aún así, camina y avanza para abrir la puerta de madera.

Me acerco yo también, solo para ver que hace.

Rebusca un poco entre los objetos y yo aparto la mirada. Sin querer se me ha caído la cáscara del plátano al suelo.

La recojo y después vuelvo a mirar lo que hace Agoney.

Se me vuelve a caer la cáscara cuando veo lo que ha encontrado.

Smile | RAGONEY. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora