3.

251 13 3
                                    

Han pasado 5 minutos desde que Agoney se fue. Mi posición es la misma y el silencio se ha apoderado de la casa.

Cuando desapareció por la puerta y la cerró cuidadosamente, como si fuese de porcelana, me dió un vuelco el corazón, empezó a latir a un ritmo frenético.

Y a esa velocidad continúa. La soledad nunca se había hecho tan presente.

Vagando por mi mente y sin saber que hacer, recuerdo las llamadas perdidas de Álvaro y me alejo de cualquier otro pensamiento.

Subo a mi cuarto y encuentro el móvil arremetido por el laberinto de sábanas en el que se ha convertido mi cama.

Intento encenderlo, pero para mi sopresa, está sin batería.

Resoplo, tiro el móvil de nuevo a la cama y me paso el antebrazo por la frente, descubriendo que estoy sudando.

No había sido consciente hasta ahora del calor que hace en Barcelona.

Bajo un poco la persiana y la luz que entra en mi cuarto disminuye, pero al abrir la ventana la pizca de aire que hace mover alguna rama débil de los árboles me acaricia.

La única caricia que siento desde hace tiempo. El único contacto aunque no sea físico que permito.

Me siento en mi silla y aparto del escritorio todo lo que me estorba con agresividad, tirándolo al suelo.

Saco de uno de los cajones un cuaderno en el que apunto lo que siento cada día, que se resume en tristeza, soledad e indiferencia.

Pero no hoy. Intento transformar a palabras lo que siento, pero no soy capaz. Rabia, nerviosismo, tensión, tristeza, arrepentimiento... tal vez se trate simplemente de falta de cariño, pero encuentro una forma mejor de describirlo.

Termino por escribir "Agoney" en medio del cuaderno.

Cuando el médico me recomendó este "tratamiento" al principio me lo creí. Me aseguró que me ayudaría a salir de aquel pozo sin fondo en el que me había metido. Pero un año después, aquí sigo.

Me aferraba a cualquier ápice de esperanza que encontraba para recuperar mi felicidad, porque en eso se basa la vida, ¿no? En ilusionarnos, creer que todo irá a mejor, meternos hasta el fondo en nuestras propias fantasías totalmente paralelas, hasta que nos damos la hostia.

Y yo llevo ya unas cuantas.

Miro de nuevo el papel, observando cómo la tinta se ha corrido, al parecer, por que se ha mojado.

Busco en el techo el motivo del goteo que ha arruinado el trozo de papel, hasta que descubro que han sido mis propias lágrimas las que han hecho que la tinta se esparza.

No me había dado cuenta de que estoy llorando, pero cuando lo hago, arrojo el cuaderno al suelo como hice anteriormente con las cosas que se encontraban sobre el escritorio. Me apoyo sobre la mesa y escondo mi cara entre mis brazos para poder desahogarme. Tranquilo, en paz, sólo conmigo. Suficiente.

Me despierta un rato después el sonido de las llaves en la puerta.

Me despego del escritorio y me estiro un poco antes de levantarme con los ojos hinchados para asomarme a la barandilla de la escalera, viendo como mi madre deja las cosas sobre la mesa de la entradilla y se sienta en el sofá.

Bajo despacio, sintiéndome muy pequeño. Por primera vez siento que al bajar completamente la escalera voy a desparecer. Voy a ser invisible. Porque por primera vez mi madre no me ha saludado al llegar. Porque por primera vez no se han alejado de mi, yo les he echado. Porque por primera vez, me siento verdaderamente solo.

Me acerco sigilosamente y me siento en el sofá contiguo.

—Hola —saludo tímidamente.

Me mira seria los ojos hinchados y me sonríe a modo de respuesta.

Un silencio incómodo nos invade mientras mi madre va cambiando los canales de la televisión en busca de algo que pueda ver.

Estoy a punto de levantarme para subir de nuevo a mi habitación cuando de pronto mi madre se ríe. La miro con interés.

—Estos dibujos te encantaban cuando eras pequeño —tiene una sonrisa dibujada en su rostro —, siempre le quitabas el mando a tu padre para quitar las noticias y poner esto.

Intento forzar una sonrisa.

—Sí, me acuerdo.

—¡Ese era tu personaje favorito! ¿Cómo se llamaba?

La pregunta va dirigida a ella misma, pero cómo por acto reflejo, respondo.

—Patricio —ya no tengo que forzar la sonrisa, la nostalgia se ha apoderado de mí —Patricio Estrella.

—¡Ese, ese! Te tronchabas con él, decías que era demasiado tonto.

No sabría explicar que emoción refleja la cara de mi madre, pero sonríe de lado mientras mira la tele.

Sin saber el daño que me acabaría haciendo, me atrevo a preguntar.

—¿Por qué no me has saludado cuando has venido?

Me mira confusa.

—Pensaba que estabas dormido.

—¿Cómo? —pregunto extrañado.

—Agoney me ha dicho que te habías quedado dormido y que no quería despertarte. Otra vez —ríe.

Intento que no se note mucho la risa intencionada.

—Sí, debo estar todavía muy dormido.

Agoney ha vuelto a defenderme. De repente me siento mal conmigo mismo.

—Se te nota en los ojillos.

Me los restriego instintivamente.

Cuando le devuelvo la mirada, me la encuentro mirándome.

—Ah, y también me ha dicho hace poco que mañana no cree que pueda venir, que se encuentra mal y que cada vez va a peor, pobre...

Y aunque mi madre no lo note, siento como si de repente se me clavaran mil cuchillos en el estómago.

El mundo se me vuelve a echar encima, devolviéndome la sensación de ser totalmente insignificante.

El miedo se apodera de mí. Hace dos días me encantaba disfrutar de la soledad durante las tardes metido en mi cuarto. Ahora esa idea me aterra.

Me acomodo un poco en el sofá, recogiendo mi cuerpo, haciéndome cada vez más chiquitito.

Poco me falta para echarme a llorar de nuevo.

Porque aunque me cueste reconocerlo, no quiero volver a estar solo.

Porque realmente me hace falta la compañía de Agoney.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 02, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Smile | RAGONEY. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora