— Mamá —le llamó la princesa, con las mejillas rosadas llenas de lágrimas —, he tenido una pesadilla, y ahora no me puedo dormir.— ¿Quieres que te cuente un cuento? Un cuento bonito, que te haga tener dulces sueños.
— ¡Sí! ¡Por favor, mamá! —le suplicó, estirando de ella.
— Está bien —comentó la reina—. ¿Conoces la historia de la princesa Amarise?
— ¿La princesa Amarise? —repitió Alicia, con curiosidad.
— La princesa Amarise era la heredera de un próspero reino en el centro del continente —comenzó a contarle su madre—, y por tanto, el marido que ella eligiese se convertiría en el rey de un lugar estratégico desde el cual conquistar otros territorios resultaría fácil.
Por esta razón,
había recibido propuestas de matrimonio desde muy temprana edad.Había ido rechazando cada una de estas educadamente, poniendo como excusa que era demasiado joven, pero Amarise acababa de cumplir los dieciséis años y debía casarse pronto.
Un día, llegó a su palacio un mensaje de un poderoso hechicero que decía haberse enamorado de la joven princesa, y que deseaba casarse con ella cuanto antes.
Amarise escondió la carta, esperando que el hechicero se olvidara de ella, pero las cartas siguieron llegando.
Al principio, eran cordiales saludos hacía la princesa, que le recordaban que el amor del hechicero hacía ella, podría atravesar todos los muros de su castillo, acompañados por regalos extravagantes que la princesa recibía con ilusión.
Pero poco a poco, el enamorado se fue quedando sin paciencia al ver que Amerise no respondía a su correspondencia.
Las cartas no dejaron de llegar a la princesa, pero se fueron convirtiendo en amenazas.
« Si no me quieres a mí, no te dejaré querer a nadie más. »
Esa fue la última carta que recibió la princesa.
Asustada, le llevó todas las cartas a sus padres, para decidir qué hacer.
Los reyes encerraron a la princesa en su alcoba, en la torre más alta del castillo y pusieron en funcionamiento todas las trampas y protecciones de castillo para que nadie pudiera entrar y hacerle daño a su querida hija.
Amerise dudaba que nada de ello funcionara, porque conocía las grandes capacidades mágicas del hechicero, pero sus padres no quisieron escucharla.
Así que una tormentosa noche, el hechicero llegó hasta el portón del castillo y llamó tres veces.
Los guardias, avisados de que aquel hechicero era el malvado que quería llevarse a su princesa, no le dejaron pasar.
Pero el hechicero hizo brotar fuego de sus manos y destruyó la puerta y a todos aquellos que la guardaban.
Avanzó por los terrenos del castillo, sin que nadie pudiera detenerlo sin quedar reducido a cenizas, y llegó al salón del trono.
Allí, el rey le esperaba con una espada entre las manos, dispuesto a utilizarla para cortarle la cabeza si era necesario.
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