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Ya no estaba asustado. Era un niño grande, y tenía que encontrarme con mamá antes de que se preocupara porque sería malo para su corazón.

Minutos antes me encontraba con papá, en su auto. Íbamos muy rápido y él se veía nervioso. Compartí su nerviosismo cuando salió de la carretera y tuvo que esquivar árboles hasta que chocó. Ambos salimos ilesos. Él me tomó de la mano con algo de brusquedad ni bien bajamos y siguió avanzando. ¿Por qué tenía tanta prisa? ¿Dónde estaba mamá?

Llegamos a un lugar muy raro del bosque donde habían piedras lisas y columnas talladas. Papá me hizo acostarme sobre una de las piedras, la más grande. Aún haciéndole caso y recostado sobre la muy incómoda superficie, le pregunté qué estaba pasando. No me respondió, pero yo confiaba en que era por mi bien. Él siempre me decía que todo lo que hacía era por mi bien y el de mamá cuando llegaba muy tarde del trabajo, con la ropa sucia y la nariz sangrando.

De su bolsillo sacó una pequeña canica, y empezó a decir cosas raras en un idioma que no entendía. Sus ojos brillaron, y también la canica. Pude oír el sonido de helicópteros y camiones. Quería verlos pero mi cuerpo se sentía como si estuviera pegado a la roca. De pronto, sentí algo frío presionarse contra mi frente y hundirse rápidamente en esta. Habían muchas voces y luces. Hubo explosiones. Vi a mi papá haciendo explotar a alguien con rayos que salían de sus manos. Luego no vi nada.

Cuando desperté, estaba acostado sobre una roca similar a la de antes. No podía recordar mucho, y era como si estuviera perdiendo mis recuerdos poco a poco. Sobre mi rostro vi el de un monstruo como el de los cuentos que me narraba mamá. Era un ogro. Recordé que según los cuentos estos monstruos comían niños, eso me asustó mucho, pero no grité. Cuando el ogro se me acercó con su apestosa boca abierta mostrando los sucios dientes, le di un puño de lleno en la nariz. Aulló de dolor, y yo bajé de la cama de piedra muy apresurado.

También había allí un lobo muy grande que caminaba sobre sus patas traseras, que me inspiraba mucho más miedo que el otro, pero ya no. Corrí hacia él, intentó atraparme con torpeza, pero yo fuí más rápido. Me escurrí entre sus piernas y tiré de su cola. Chilló y se dio la vuelta tan bruscamente que acabó sobre su trasero. Ahora el lobo se tomaba la cola y el ogro la nariz, pero ninguno se había rendido y querían acorralarme. Yo no me sentía asustado, pero quería huir. Les di la espalda y estaba a punto de correr, pero no pude. Detrás de los árboles hacia los que pensaba escabullirme, aparecieron una mujer muy alta y una niña. Ambas muy parecidas entre si, sobretodo por las orejas puntiagudas. Por alguna razón ya no quería huir, pero algo me dijo que tenía que ver con esas dos.

La niña se acercó a mí, sus grandes ojos azules como los de mi mamá fijos en mí. Me sonreía, y se veía tan linda que yo también sonreí. Me tomó de la mano y volteó a ver a la mujer mayor, que también era muy bonita. Le dijo algo, pero no pude entender su idioma. Volvió a verme a los ojos, los suyos brillaron con una luz encantadora, que me hizo parpadear. Entonces, muy emocionada, empezó a repetir una y otra vez una palabra que no entendía, mientras bailaba a mi alrededor muy contenta aún sosteniendo mi mano. Los monstruos se nos habían acercado, y sonreían, aunque el ogro aún tenía una mano sobre la nariz. La mujer también, pero su sonrisa era la más triste de todas.

Me llevaron consigo a través del bosque. El ogro y el lobo iban caminando detrás, conversando entre ellos en el idioma que no entendía. Ambos tenían acentos tan distintos al de la niña y la mujer que casi me hacía reír. El lobo parecía más torpe que el resto con las palabras. ¿Estaría acostumbrado a hablar en ladridos?

No tuve tiempo de pensar en eso porque recordé algo importante en ese momento, algo sobre una persona que me estaba esperando. ¿Qué era? No lo sabía, pero era muy importante, tanto que debería recordarlo. ¿Por qué no podía?

Habíamos llegado al final del bosque, frente a nosotros se extendía una ciudad que no se parecía en nada a las ciudades que había visto. Era mucho más interesante, y sus habitantes, la mayoría muy distintos entre sí, usaban ropa extraña. Lo que más me sorprendió sobre la ciudad era el brillo que parecía cubrirlo todo. Era un brillo muy cálido, como el de los ojos de la niña, que me invitaba a seguir adelante y dejar todo atrás. Me hizo sentir en paz, me hizo olvidar definitivamente todo lo que me preocupaba, incluyendo la canica que papá metió en mi cabeza.

Nos movimos. Todos parecían ansiosos por llevarme a la ciudad.

Ese fue el día en que mi pequeña aventura tuvo inicio.

PEREGRINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora