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Fueron unas horas de descanso sin novedad. Si por casualidad soñé algo, no lo recordaba. Así estaba perfecto. Ni el hambre ni las apasionadas discusiones en la habitación contigua fueron suficientes para sacarme del trance, y hubiera seguido durmiendo de no ser por ellos. Oh, como había llegado a odiarlos.

Me refería, por supuesto, a los muy particulares empleados de Gnosia a los que la directora de la investigación había confiado mi seguridad y vigilancia desde el primer día. Se trataba de un gorila que bien podría medir dos metros y un sujeto más o menos de mi estatura que era de plano aterrador. No podía poner en palabras concisas por qué sentía tanta aversión hacia él, pero era una cuestión de instinto. Él no había hecho nada para merecer ser temido, e incluso me hacía sentir mal ser incapaz de ofrecerle un vaso de agua sin tartamudear. Pero, de verdad, daba mucho miedo.

Y ambos estaban allá afuera.

Algo dentro de mí lo sabía, una vocecilla gritaba que ambos estaban esperándome frente a la puerta como un par de gárgolas. No habían golpeado ni usado el timbre, sólo esperaban a que yo me levantase de la cama y les abriera. Así lo hice, no sin antes dedicar unos minutos a un torpe intento por hacer más presentable mi guarida. En el fondo sabía que era en vano, pues el misterioso dúo de Gnosia sólo me contactaba de forma directa en caso de un traslado o para llevarme con la directora. Descarté esto último, porque la última vez había sido hace unos dos años ya, y en esa ocasión me había dicho que la investigación no estaba arrojando resultados satisfactorios, entre otras cosas que me hicieron pensar que pronto el proyecto terminaría y se desharían de mí.

"Peregrino*", saludó el hombre con el aura aterradora cuando abrí la puerta. Llevaba gafas oscuras, pero yo no podía dejar de imaginar sus ojos ocultos bajo los lentes. Tenía los ojos de un asesino, y su voz era demasiado rasposa.

El otro no dijo nada. Nunca le había oído decir nada.

Saludé a ambos con un movimiento de cabeza y un intento de vocalización. Me encontraba demasiado atontado como para hacer caso a formalidades.

Me froté las sienes con ambas manos intentando luchar contra un dolor de cabeza que era muy probable estuviera imaginando, antes de preguntar por la razón de su inesperada visita. Dicho esto, el hombretón (Que ahora parecía unos cinco centímetros más alto que la última vez que nos vimos las caras) señaló con un movimiento de cabeza que debíamos irnos, y dándonos la espalda, caminó a través del pequeño patio central del motel, iluminado artificialmente ahora que había caído la noche, hasta desaparecer en el pequeño pasillo que llevaba a la salida. Suspiré como admitiendo la derrota, y cerré la puerta detrás de mí al alejarme. Ya en la recepción, noté la ausencia del dueño. Aunque extrañado porque tenía la costumbre de verle siempre que salía, me limité a dejar las llaves en la barra. El hombre de los ojos de asesino las tomó y se las metió en uno de los bolsillos del saco. No lo cuestioné, no tendría objeto hacerlo.

Llevaría unos quince minutos en el asiento de pasajero de la Prado blindada, viendo el mundo desde la ventanilla, cuando recordé a mi tía.

Nunca supe si era hermana de mi padre o de mi madre. No se parecía a ninguno y nunca hablaban del tema, así que siempre pensé en ella como mi tía a secas. Era una mujer un poco excéntrica, pero tenía una vida bien centrada. Nunca se casó, pero recordaba oírle mencionar alguna vez que tenía una hija que no vivía con ella. Recordaba también la última vez que la vi, unos días después de mi regreso. Antes me había parecido una mujer de apariencia muy elegante, pero cuando nos reencontramos incluso dudé que fuera la misma persona. ¿De verdad habían pasado sólo tres años? ¿Entonces por qué se veía tan cansada, tan frágil?

La última noche que pasé con ella en su casa no hablamos mucho. Me dediqué a ver televisión, maravillado de lo mucho que había cambiado la programación en ese tiempo, mientras ella fingía prestar atención a la pantalla, aunque estuviera sumida en sus pensamientos. En algún momento volvió en sí, y apagó la televisión. Se levantó del sofá donde había pasado sentada las últimas horas y me tomó de la muñeca muy suavemente. Ya era hora de dormir.

"Será mejor que te acuestes", me dijo entonces, muy por lo bajo. Casi susurrando. "Los ángeles están viendo".

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, fue mi primer encuentro con los empleados de Gnosia. Estaban allí, de pie a unos cuantos pasos de la puerta, esperándome. El más alto me llevó consigo al transporte, mientras que el otro se quedó unos minutos hablando con mi tía. Cuando los tres estuvimos en el vehículo y este empezó a andar, vi por la ventana el rostro de esa frágil mujer que años atrás había sido tan enérgica y alegre. En su rostro tenía una expresión muy triste, parecía sentir deseos de llorar.

Después de eso no volví a saber sobre ningún miembro de mi familia.

Aquél era un recuerdo que llevaba años sin revivir, pero que sabía acabaría otra vez en unos minutos. Así mismo, olvidaría a las personas cubiertas por sombras que entraron a mi habitación del motel cuando me alejaba hacia la recepción, y el charco de sangre detrás de la barra que fingí no ver al salir. En unos pocos minutos todo volvería a ser normal, al menos dentro de mis estándares.

Quizá eso habría sido lo mejor, pero el orbe había perdido demasiada energía.

***

N.A:

* No sólo es su título. También es su apellido.

PEREGRINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora