Capítulo 1: Las Horas Decisivas

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Los Ejércitos que no olvidamos

Las horas asediaban y había que tomar una decisión. La situación no era para nada fácil. El ejército de langostas del norte apremiaba a nuestros exhaustos héroes. Serán héroes para nosotros pues somos sus legos. Pues salvaron nuestra lengua y costumbres e historias y amaneceres. Pero en la obscuridad de la historia y de sus páginas aún no escritas el temor por el olvido fue más palpable que nunca. Si, fue palpable, cada hombre mujer y niño palpaban con manos sudorosas este frío destino.

Khadrid-Is, El general del ejército Uscita se encontraba reunido con sus capitanes y comandantes en una carpa dentro de la ciudad sitiada. Un fuego ya viejo y mortecino alumbraba la reunión proyectando sombras deformes sobre rostros deformes. A quien no faltaba un ojo adornaba una cicatriz su ajado rostro. Todos guerreros de viejas y extensas batallas esta noche se enfrentaban a su más admirable rival, los bitrianos del norte y su cansancio de largas y duras batallas ya transitadas.

Khadrid-Is Tomó la palabra. - esta noche se define nuestro tiempo. Sé que estamos cansados, que todos contamos innumerables pérdidas, tiempos y tiempos fuera de nuestra amada patria y cicatrices que nos hacen más breve y difícil la vida. Y que en esta amarga noche no nos encontramos de viaje, en ningún mar desconocido ni en ningún desierto inmundo. No hay barro no hay lluvia ni sol mortal. Estamos dentro de nuestras murallas, dentro del corazón de nuestra tierra. Escasea la comida como nunca estas murallas a su interior vieron jamás. Nos apremian el llanto de nuestros niños y nuestros muertos. Hasta el mar grita en desesperación y la luna nos entrega su baño. La dura decisión que debemos tomar no pasará de este amargo, y pronto a morir, fuego. Y solo diré esto y callaré hasta mi final turno. Recuerden que he peleado junto a ustedes como uno más ó, hasta tal vez, como el primero. Ni las flechas ni espadas ni piedras ni golpes de armas humanas me han hecho retroceder en mi voluntad. Y que he ingresado como primero a la batalla y me he retirado como ultimo de ellas, aún con mis pulmones llenos de sangre que mi garganta de tiempo en tiempo dejaba ver-.

Y se retiró a su lugar en la ronda en torno al fuego. El silencio era sepulcral, claro, pero también de respeto. Todos respetaban y amaban a su general supremo. A su lado, el capitán más viejo, Jubal-Ur, meditaba acariciándose su frondosa y despareja barba. En el extremo opuesto de la ronda, en frente de Jubal-Ur, se encontraba Khilal-Es, comandante de los arqueros. En otro tiempo los arqueros habían sido los Itidos, antiguo pueblo sometido por los Uscitas. Pero ahora en esta hora terrible y temible ninguno de ellos había quedado, de manera que la comandancia se nutrió de arqueros Uscitas. No eran diestros como los Itidos pero trataban de compensarlo con arrojo. Esta era una tarea de precisión, si, pero también impostergable. Sentado, como el resto, con sus piernas entrelazadas, mirando como atónito el bailar del fuego pensó en la imposibilidad de su tarea. Sus hombres eran pocos, sus diestras parecían siniestras, estaba viejo y si, tenía sus rencores con Khadrid-Is. Lo envidió más nunca lo comprendió. La grandeza confunde y los hombres miserables solo ven los destellos del sol, pero no saben que cada carrera de El es un parto para destellos y gloria. Quería rendirse, había entablado conversaciones secretas con Malekart, rey de los Bitrianos, a través del espía Letrat. Las conversaciones habían concluido en la rendición propiciada por Khilal-Es a este cambio se le otorgaría la satrapía de Uscitia. En caso de no conseguir la rendición la tarea de Khilal consistía en entregar la cabeza de Khadrid-Is a Merkalt con idénticos resultados para Khilal-Es. Entonces, sin poderse contener, se irguió y tomó al palabra.

-Sabés, amado Khadrid-Is, la veneración que te propicio. El amor con que he luchado a tu lado. Y del afecto a tu padre que vive siempre en mi corazón. Saben ustedes, mis amados uscitas, el amor que les tengo, las batallas compartidas y los botines compartidos. Y creo que estos actos han demostrado mi amor y lealtad por Uscitia, madre de todos nosotros. Y es por este amor que no ya no puedo escuchar sus llantos ni sus lamentos. Ya vertí demasiadas cenizas sobre mis cabellos por errores que todos notamos y nuestra sagrada madre por misericordia ha dejado pasar. Pero este no es momento de callar. Mis fuerzas son las más débiles del otrora gran reino. Solo un cúmulo de harapientos que no saben ni empuñar una paja. Que la previsión de alimentos fue en escandalosa situación mala y que las alianzas fijados no duraron ni una escaramuza. Que todas estas decisiones fueron tomadas por este consejo a expensas de nuestro bien amadao y que nos llevaron a la ruina. Confío en la bien afamada misericordia de Merkalt y que nuestra rendición nos proveerá otro día, no, muchos días de sol y noches de vino. Es tiempo de prescindir de aquellos que con palabras de pasados nos han conducido a un presente de inmunda esclavitud. A nosotros, orgullosos Uscitas, a la esclavitud, al mendigar pan o por una lluvia que nos salve. Seamos sensatos, observemos como les fue con la bondad de Merkalt a nuestros antiguos amigos y confiad en la providencia de nuestra Dios Lifal-Isis. Ella no nos desamparará como estos hombres –y señaló a Jubal-Ur- ni nos guiará por mal camino. Mi pensamiento está claro. Mas que las aguas que hace tiempo no vemos. Y el manantial de mi alma es evidente ante ustedes, solo deseo el bien de mis amados y de mi madre Uscitia. Júzguenme por mis actos-.

Los Ejércitos del SolWhere stories live. Discover now