La pelinegra no podía dejar de mirar por la ventana del auto, desde este se podía divisar la bella e inmensa luna que brillaba en aquella desolada noche de Junio.
Los párpados de la pelinegra se fueron cerrando poco a poco, como aquellas bellas flores que se cierran al caer el sol.
— Jacquelyn, bonita, si tienes sueño duerme — dijo su madre distrayendo inevitablemente a la morena de dormir.
— No mamá, estoy bien — manifestó con un bostezo de por medio.
— Mañana no creo que puedas dormir, hazlo ahora.
Sin embargo, la pelinegra desobedeció y simplemente miró nuevamente a la luna, ahora con una mano sujetando su mentón.
— Bien, terca. Luego no te quejes de que no puedes dormir.
Mirar a la luna le hizo recordar en aquellos veranos donde visitaban la casa de la tía Abilene, un sentimiento de nostalgia se empezó a esparcir por todo su cuerpo, al fin pudo sentir esos hermosos días de regocijo otra vez. Todo esto la llevó a pensar en un sinfín de cosas, hasta que llegó a un pensamiento en concreto, uno que despertó su amenazante curiosidad.
Un notable cambio en la personalidad de Abilene se podía apreciar gracias al factor de la muerte de Marthe, abuela de Jacquelyn.
La abuela Marthe era una persona amable y cariñosa. Atalía jamás toco el tema de su fallecimiento, a excepción de esa vez que le informó concisamente a una corta edad "tu abuela ya no se encuentra con nosotros, Jacquie".
Habían pasado tantos años desde esa tragedia, que la pelinegra solo tenía recuerdos fugaces de esa escena, y de lo que sucedió días despues.
La más afectada de ambas hermanas fue la tía Abilene, Jacquelyn recordaba los sollozos y a su madre calmándola, diciéndole que todo estaría bien.
Tal vez su tía no sea lo que espera. Si su último recuerdo fue de como lloraba desconsoladamente, lo más probable es que al no tener familia más que la madre de Jacquelyn no tuviese suficiente apoyo como para seguir adelante.
Su madre debía al menos fingir una sonrisa para no preocupar a Jacquelyn. Finalmente se acostumbró a ser feliz falsamente.
— ¡Cielos! — exclamó la madre de Jacquelyn en la parte delantera del auto.
La madre había perdido por un momento el control del auto, y ahora se encontraba realizando algunas maniobras para tratar de tomar el dominio de este nuevamente.
Jacquelyn tuvo miedo de nuevo, solo decidió cerrar los ojos sin soltar ninguna palabra, sabía que lo que saliera de su boca solo haría tensar más las cosas allí.
Por suerte, antes de que pasase cualquier auto fugazmente por la carretera, su madre pudo estacionarse en un pequeño atajo ya cubierto por grandes arbustos.
— Apenas... apenas puedo, dios... Jacquelyn, ¿estás bien hija? — dijo su madre mirando para atrás.
— Sí, mamá. Solamente estoy algo alterada por esto...
Jacquelyn no soltó ninguna palabra más y sin pensarlo dos veces, la madre decidió sacar algo de café de su termo que casi salió volando en ese difícil momento.
Bebió un trago de este con sus temblorosas manos, se quitó el cinturón de seguridad y recostó su asiento para luego respirar profundamente.
— Yo debería preguntarte a ti si estás bien, la verdad — dijo Jacquelyn con un tono burlón.
El silencio de la madre recordó a la pelinegra que a su madre le molestaban este tipo de bromas, así que decidió retractarse.
— Lo siento.
— No... está bien.
La madre se incorporó mientras subía al estado normal su asiento, se puso el cinturón, cerró su termo y retrocedió con el auto asegurándose, claro, de que no estuviese alguien pasando por allí.
Jacquelyn, tratando de desahogarse, sacó una libreta, y empezó a redactar sobre lo que pasó anteriormente.
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Un, Deux, Trois
RandomUn, dos, tres. Eran las lágrimas que caían de los acristalados ojos de la tía Abilene, inundados por el dolor de la pérdida. La amenazante curiosidad de la joven Jacquelyn desatarán catastróficas consecuencias, tal como lo hará el huracán que pronto...