Buscando entre los cajones de la encimera, encontró una botella vacía en la cual podía verter agua.
Se acercó tranquilamente al frigorífico, abrió la llave y puso la botella bajo el agua que caía bruscamente.
― ¿En cuántas gotas quedé? - pensaba la pelinegra en aquella tarde de conteo.
― ¡Jacquelyn!, no abras tanto la llave, vas a desperdiciar el agua que no caiga en la botella - decía la madre mirando desde la sala de estar.
La morena bajó la presión de la llave, afirmando con acciones el consejo de su madre.
― Ahora necesitamos comida... - dijo Jacquelyn mientras cerraba completamente el frigorífico y tapaba cuidadosamente la botella con agua.
Enseguida recordó que una anciana regaló a su madre una decena de latas, como muestra de agradecimiento por haberla ayudado a limpiar su casa.
Abrió el cajón de la despensa y efectivamente, ahí estaban todas las latas. Guardó una a una en el bolso de viaje que le había entregado su madre unos minutos atrás.
―¡Jacquelyn! - gritó nuevamente su madre desde el piso de arriba - ¡Dejé la radio en una encimera, por favor, colocala en la mesa de centro!
Jacquelyn miró a su alrededor buscando cuidadosamente la radio, ahí estaba, reproduciendo una canción de su banda favorita, y ella ni siquiera se había dado cuenta.
Dejó que la canción siguiera llenando la habitación de esa melancólica melodía mientras oía atentamente esta.
― Que nostalgia - dijo sonriendo, amaba esa sensación. Esta le permitía sentir ese sentimiento de una experiencia pasada.
Al ver que aún no acababa, movió la radio hacia la mesa de centro, aprovechando de subirle el volumen mientras ella seguía metiendo las latas en el bolso.
― Nueve y... ¿Diez? - no encontraba la décima, ella estaba segura que había visto diez cuando se las entregaron a su madre, Jacquelyn tenía muy buena memoria.
La pelinegra oyó que su madre bajaba las escaleras velozmente, así que decidió notificarle sobre la conserva extraviada.
― Mamá, no encuentro la última lata.
― No es relevante. Acabo de hablarle a tu tía, dijo que ella tiene comida y juegos de mesa mientras pasa - dijo por primera vez despreocupada, no le importaban los detalles, no estos.
― ¿A qué hora nos iremos mañana?
― ¿Mañana? - dijo la madre indignada - Nos iremos en unas horas, Jacquie, es preferible no arriesgarse.
― Bien - Dijo Jacquelyn cansada -¿llevo algo más?
― No, solo comida. Pero si quieres puedes llevarte alguno de esos comics que lees siempre.
― Bien, ahora regreso - Jacquelyn colocó el bolso en el sofá y se dirigió hacia el comienzo de esa gran escalera.
La pelinegra sabía que se encontraría con un terrorífico pasillo al llegar al segundo piso, el miedo empezó a dominar su cuerpo poco a poco.
Escalón a escalón su corazón latía cada vez más rápido, sentía que podían ocurrirle un sinfín de espantosas cosas bajo las sombras.
― Jacquelyn por dios, apresúrate. Ya van a ser las nueve y sabes que tu tía vive algo lejos, nos demoraremos una hora en llegar, habrá mucha más oscuridad de la que estás viendo allá arriba - dijo su madre
La morena respiró profundamente y, ahora algo decidida subió por aquellos gigantes escalones.
Finalmente llegó al pasillo, sin embargo, un sentimiento frío se apoderó de su cuerpo, enseguida se paralizó.
― ¡Jacquelyn! No te quedes ahí parada, solo enciende la luz - decía su madre mirándole desde el primer piso.
Acto seguido Jacquie reaccionó, apresurándose a prender la luz.
Lo había logrado, ahora aquel sombrío pasillo estaba iluminado por un débil foco colgando desde el techo.
Se dirigió hacia su oscuro cuarto para recoger todo lo que ella deseaba leer mientras todo pasaba. Un tomo de sus caricaturas favoritas y algunos cómics, solo por si acaso.
― Salir, cerrar, apagar y bajar - se decía para realizar su improvisado plan de escape.
Prácticamente hizo todo tan torpemente que dejó la puerta de su habitación abierta y un cómic tirado en el pasillo.
― Listo mamá, vámonos ya, por favor - dijo mientras bajaba apresuradamente la escalera.
― Bien, guarda eso en la mochila que dejaste al llegar y ve al auto, te espero allá. Cierra todo Jacquelyn, todo. - dijo la madre seriamente, y luego sonrió - por favor.
Su hija guardó todo como se le mandó, revisó cada puerta del primer piso, agarró su mochila y salió. Claro que apagó la luz, a su manera.
Presionar el interruptor que hacia que se la iluminara la casa y luego salir corriendo fugazmente hacia afuera, así lo logró.
- ¡YA VOY MAMÁ! - gritó Jacquelyn al salir.
Rápidamente se dio cuenta de que seguía lloviendo, así que cerró la cerradura y caminó hacia el auto para luego adentrarse a este, lamentablente sus zapatos de todos modos se empaparon.
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Un, Deux, Trois
De TodoUn, dos, tres. Eran las lágrimas que caían de los acristalados ojos de la tía Abilene, inundados por el dolor de la pérdida. La amenazante curiosidad de la joven Jacquelyn desatarán catastróficas consecuencias, tal como lo hará el huracán que pronto...