No pude huir.
Esa noche le estuve hablando a la Luna, que intentaba despejar las nubes a su alrededor para que pudiera verla mejor. A lo lejos, los aullidos de unos seres parecidos a los lobos se mezclaban con un viento calmado, y con los gritos roncos de un hombre abusando de su poder no consolidado.
Balanceaba mis delgadas piernas delante y detrás, consiguiendo que a veces se desprendiera un poco de tierra seca. A mi vera había dejado un pequeño bote de cristal, lleno de los deseos que había robado."¿Cuántos?"
Las estrellas consiguieron formar esa palabra en apenas unos segundos. Se movían por sí mismas, hablaban entre ellas.
Retiré el guante rojo de mi mano izquierda para poder destapar el bote. Uno a uno, fui sacando pequeños folios dorados, con forma de hojas."Treinta y dos."
Observé cómo aquellas brillantes esferas volvían a moverse.
"No son suficientes. ¿Cuál era tu pedido?"
"Quinientos. Algunos son súmamente importantes, podrían valer más que uno." Yo susurraba.
Aunque el cielo estuviera lejos de la tierra, la Luna no necesitaba menos distancia para interactuar con los planetas, menos con los seres que vivíamos en ellos.
"Todos equivalen a la misma importancia. Ningún ser está por encima del otro. Aunque sus deseos estén basados en puro sentimentalismo, aspiren a más que otros... todos valéis lo mismo, Cer."
No se custionaba a las estrellas, por lo que tuve que mantener mi boca cerrada. Apreté en mis manos aquel bote vacío de cristal, para evitar arremeter contra ellas y estropearlo todo.
"Tíralos."
Y así hice. Treinta y dos deseos cayeron al mar, siendo desperdiciados. Sabía que entonces no se cumplirían, pero mi deber era hacerlo. Y no solo deber, sino egoísmo. Sin los deseos suficientes, no había trato.
Las olas comenzaron a formarse a mis pies. Miré a la Luna, quien estaba concentrada; el agua se tragó los restos que habían quedado en la arena."Así que eso es todo."
Asentí despacio, mientras terminaba de subir los débiles escalones de madera hasta mi cobertizo.
"¿Por qué querías conseguir los quinientos deseos?"
Observé detenidamente al pequeño niño de pelo carbón. Tenía la piel sucia, manchada de sangre seca bajo la oreja. No parecía tener mucho dinero, y aún así llevaba mejores ropas que mi vestido de algodón.
"Mi deseo era mayor que todos los que robé." Contesté con simpleza.
El huérfano ladeó la cabeza levemente, rascando la parte de cuello que dejó descubierta.
"Pero todos los deseos valen lo mismo... eso te dijeron las estrellas."
No pude reprimir la carcajada limpia que me provocó su inocencia. Ya había pensado en aquello. Si mi deseo no fuera más valioso, ¿por qué la Luna me pidió robar los de otros para cumplir el mío? En el fondo conocía la respuesta, pero la carga tan pesada que llevaba no podía compensarla. Prefería pensar que yo era especial.
"Me estás haciendo malgastar el tiempo, niño."
Previamente me había encargado de cerrar la puerta, bloqueándola con un tablón de madera giratorio.
Los deseos no eran fáciles de conseguir, sino difíciles de arrebatar."Dime tu deseo."
El niño se sentó en un taburete de metal que había por la sala. Parecía estar oxidado, pero el pobre tenía pocas opciones.
"¿Prometes que se cumplirá?"
Me acerqué a él despacio, agachándome para estar a su altura. Llevaba un cuchillo bajo el calcetín, cubierto por unas sucias botas oscuras.
"Prometo darlo a las estrellas. Ellas se encargarán de cumplirlo."
"¿Alguna vez has visto cumplir uno?"
La impaciencia del chiquillo conseguía irritarme. Hacía demasiadas preguntas, preguntas que aunque fueran lógicas de hacer, no tenían respuesta.
"No. Esas cosas no se ven, se sienten. Nunca me han cumplido mi deseo... así que no preguntes cómo se siente. Simplemente, no lo sé." Le hablé sinceramente, pidiendo a gritos que no volviera a preguntarme nada.
Alargué mi brazo lleno de pecas hacia un lado, atrayendo el mismo bote de cristal que guardaba desde hacía años.
"Dime tu deseo."
Pedí intentando parecer tranquila. Intentando que él no descubriera mi nerviosismo, o que estaba sudando.
Le tendí un trozo de papel grueso degradado y una pluma antigua. Su tinta era de un cierto color lila que le daba a toda una mentira, su apariencia mágica.
Bajo mi mirada, el joven escribió apoyándose en su propia pierna. No estaba excesivamente delgado, e incluso parecía haber comido bien ese día.Al terminar, me entregó el papel, que guardé bajo el lateral de mi bota. Mientras conectaba su mirada con la mía, cambié su deseo por el cuchillo. Al tacto estaba frío, a pesar de haberlo tenido pegado a mi piel.
"Cierra los ojos, no puedes verme desaperecer." Susurré tomando su mano.
Extrañamente me hizo caso a la primera. Subí mi brazo izquierdo despacio, evitando que se notara el movimiento. El pequeño tenía expuesto su cuello, por lo que sería tarea fácil.
"Gracias." Susurró.
Paré en seco, a pocos milímetros del cuello. Vi cómo una sonrisa infantil, de ilusión, crecía en su aniñado rostro.
"No me las des."
Tuve que bajar la mirada. Antes de terminar la frase, había clavado el cuchillo. Oí los ruidos que probablemente me perseguirían en sueños, noté los aspavientos que su pequeño cuerpo hacía. El arrepentimiento intentó abrirse camino, pero no le dejé.
Haciendo presión, giré el cuchillo hacia mí y solté su mano, dejando que su cuerpo cayera a mi lado. Limpié el cuchillo en el borde de mi vestido y volví a guardarlo. Aún no había mirado al niño yacente, pero sí el papel con su deseo. La tinta desprendió un brillo blanquecino, que se extendió por todo el folio. Adoptó la forma de una hoja de sauce dorada.Pasé por encima del cádaver, cuya sangre había formado un pequeño charco. Desbloqueé la puerta y me asomé al pequeño hueco que había en la pared, que perfectamente podía pasar por una ventana.
"Cuatrocientos veinte."
Las estrellas no respondieron, la Luna se escondía tras un cielo nublado. Las pocas visibles estaban perdiendo su brillo.
Suspiré cansada tras haber apoyado mi espalda contra la pared. No quería ver el espectáculo otra vez: el cielo más oscuro aún. Sabía lo que había provocado. Las estrellas también lloran.
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Las estrellas también lloran
FantasiCer está convencida de haber hallado la forma para cumplir su deseo: cerrar un trato con las estrellas.