La oscuridad de Nueva York

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-Muchas gracias a todos, hasta el sábado que viene. -Fue lo último que dije al micrófono después que todo el mundo en Bob's se lanzara a aplaudir. Entre la multitud se escucharon unos silbidos y oraciones pícaras, lo que me hizo sonreír más ampliamente y hacer otra reverencia hacia el público.

A pesar de que llevaba años actuando en el bar, la clientela siempre me recibía y se despedía con la misma calidez. Los focos bajaron la luz que bailaba en mis hombros y la música del ordenador central volvió a sonar. Con paso firme me dirigí hasta el fondo del escenario, dónde Zach y Elizabeth desconectaban los instrumentos para guardarlos. -Hey chicos, buena actuación.- Les felicité. Liz me regaló una sonrisa encantadora que resaltaba sobre su piel oscura. Zach le imitó y se acercó a darme un abrazo.

-Has estado genial, como siempre Brook.- Me dijo cerca de mi oído y yo le abracé más fuerte. Sus ojos castaños me sonrieron al separarnos y me dejó mi pelo rubio revuelto al tocarlo.- A veces me pregunto como el mundo entero no te conoce con esa voz que tienes, ¡deberías llenar Madison Square Garden!- Exclamó y yo negué con la cabeza. Liz rió y se apoyó en el hombro de Zach, ya que con tacones ella era más alto que él.

-Os prefiero a vosotros dos antes que a mil Madison completos, pero sí alguna vez lo consigo, estaréis conmigo.- Mis palabras derrochaban sinceridad y sus ojos sueños.- El mundo del espectáculo es frustrante, y creo que vosotros lo sabéis.- Cogí mi bolso que había dejado al lado de la batería de Elizabeth y me fije en el local. La gente comenzaba a marcharse, ya que era la hora del cierre. A la gente le encantaba venir a Bob's, aunque fuese un local lejos del centro de Nueva York. Era un lugar concurrido por motoristas, gente que buscaba diversión entre unas copas con los compañeros y amantes de la buena música, ya que tocábamos cosas que no se suelen escuchar en los locales de la ciudad. Aquí casi todo el mundo se conocía y eran amigos.

-Ni lo digas.- Resopló Liz y movió a un lado su corto pelo rizado de su rostro. Zach se sentó en un baúl y fue recogiendo el cable de su guitarra lentamente, escuchándonos a ambas con interés .- Por cierto, Frank me llamó antes de la actuación y me dijo que ya estaba casi recuperado de su bronquitis y su piano está arreglado,  volverá la semana que viene.- Informó Liz, mientras que cerraba la cremallera de uno de sus tambores y comenzó a recoger los cables. Zach, quien todavía estaba en mi lado, dio una clara muestra de alegría.

-¡Genial! La música se escucha de forma diferente sin él, además de que le echo de menos.- Exclamó y se mordió el labio. Se separó y continuó con su tarea al igual que hizo Liz. Yo me sentí mal al no hacer nada y comencé a ordenar los cables además de colocar el micrófono en su sitio.- Tengo que llamarle y preguntarle que tal le va con sus pruebas en el conservatorio.- Pensó en voz alta, mientras su pelo dorado cubría su frente. - ¿Y vosotras que hacéis ahora?- Preguntó para romper el silencio,  ya que a él le encantaba hablar.

- ¿A ti que te parece Zach? Son las tres de la madrugada, me voy a casa, mañana voy a Connecticut a ver a los padres de Marie por unos días.- Aclaró mi amiga,  dejando claras sus intenciones. Liz llevaba cuatro largos años de relación con su novia y ambas formaban una pareja adorable y amable. Muchas veces los chicos de la banda y yo salíamos por ahí fuera del horario de trabajo y muchas veces allí estaba Marie con la pareja de Frank. Todos nos lo pasábamos genial y no podíamos esperar a otra noche para repetir la velada.

Zach rodó los ojos y rio, llevando las manos a su estómago. Yo no pude evitar sonreír, su risa era demasiada contagiosa. Era algo inevitable. Y a pesar de todos los años que han pasado desde que lo conocí en el instituto, sigue igual. Su físico, sin embargo, no parecía el mismo. Había madurado muchísimo desde aquella vez que coincidimos por primera vez en clase de música.  Recuerdo que el profesor me mandó a cantar en frente de toda la clase para así poder colocarme en algún sitio de la banda del instituto. Aquel entonces, yo tenía pánico escénico. Casi me echo a llorar delante de todo el mundo cuando las palabras de la canción ensayada no salían de mi garganta. Zach fue el único que hizo algo en esa situación. Se levantó, caminó hacia la mesa del profesor y cogió la guitarra apoyada en la mesa. Retiró una silla y se sentó, posicionando los dedos sobres las cuerdas. Me miró y sonrió, y desde entonces supe que siempre estaría ahí para mi. Desde entonces, todas las veces que he cantado en público ha sido en su compañía.

Grenade; h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora