En la mitad de mi vida he aprendido muchas cosas.
Aprendí que no sirven los esfuerzos si no hay pasión.
Que no debo sentir culpa por elegir a quienes dedicar mi tiempo.
Que no me arrepiento de mis lágrimas y de mis dolores, porque ellos me fortalecieron.
Que la autocompasión es un colchón tan confortable como peligroso.
Aprendí a decir adiós sin rencores.
Que si un amor lastima es mejor dejarlo pasar. Probablemente ni siquiera sea amor.
Que agradezco ser una de esas personas que no necesitan del odio para impulsarse.
Que está bueno ir al cine sola.
Aprendí que mi mamá no siempre tiene razón. Pero tampoco está siempre equivocada.
Que si algo no se da en esta oportunidad, será en la siguiente.
Que esa fuerza imparable (que me nace no sé de dónde) estará ahí cada vez que la precise.
Que el ser maleducado y poderoso es una combinación letal.
Aprendí a no tratar de ajustar la conducta de los otros a mi voluntad, y a rechazar con elegancia cualquier intento de manipulación.
A aceptar mi cuerpo con sus puntos débiles, con sus marcas de vida, con su historia.
A recibir halagos sin ponerme colorada.
A identificar lo que quiero y lo que ya no quiero.
Aprendí a relativizar los problemas.
Que a veces la opción más inteligente es hacer lo menos inteligente si eso implica disfrutar.
Que el sol en la cara, los pies descalzos en el pasto y el olor a la lluvia son bendiciones.
Que las cremas antiarrugas no hacen milagros.
Aprendí que el traje de la mentira me queda muy mal.
Que si hay una persona que deseo que se sienta orgullosa de mí es esa que me mira desde el espejo.
Que en ciertas ocasiones putear es la mejor de las terapias.
Que para vivir las mayores felicidades no necesité meter la mano en el bolsillo ni en la billetera.
Aprendí a valorar a los amigos.
A leer en los ojos y en las actitudes de la gente.
A sentirme lo suficientemente segura para admitir lo que no sé.
A deshacerme de un montón de prejuicios.
Aprendí que no estoy por encima de nadie, pero tampoco por debajo.
Que las relaciones tienen mucho más de construcción que de magia… Aunque el toque de magia siempre se agradece.
Que no hay que hacer daño gratuitamente.
Que nada ni nadie justifica que me muestre como quien no soy.
Aprendí a decir “no puedo” y a aceptar ayuda.
A entender y a respetar mis emociones.
A saborear los silencios y la soledad.
A llenar de aire los pulmones y agradecer.
Aprendí que a veces también soy celosa, injusta y egoísta. Acaso porque soy simplemente humana.
A soltar un poquito (solo un poquito) la correa de la autoexigencia.
A pedir menos permiso y a pedir más perdón.
A cuidar el agua y la electricidad.
Aprendí que todavía me queda mucho por aprender.
Y, por sobre todo, aprendí que en la vida no existen las garantías.
Por eso, al fin y al cabo, es probable que la mitad de mi vida no sea en verdad la mitad de mi vida. Una incertidumbre que no es un castigo sino una invitación a aplicar, de ahora en adelante, todo lo que aprendí.
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Better than words 💗❤️💕
RandomDejate llevar por el sublime y exquisito placer de conocer la vida en diferentes puntos de vistas de la vida
