Capítulo 4

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El jovencito deslizaba con su delgado dedo cada una de las cuerdas, no estaba muy seguro de lo que hacía, pero le gustaba el delicado sonido que estas emitían.

-Milo ¿Qué haces? – El príncipe se giró al otro chico que apenas y se veía la diferencia de edad – Eso es una lira ¿verdad? – Milo retiró el dedo del artefacto y le observó con más detenimiento esta vez.

Hacia unos minutos que buscaba a su padre y esperaba que le diera permiso a él y a sus otros amigos del castillo salir al pueblo, aunque sea un poco. Claro con la seguridad y vigilancia que el rey decretara.

-No lo sé, lo encontré aquí – Ambos chicos se encontraban dentro de la habitación del rey esperando encontrarlo, pero cuando Milo divisó ese instrumento dorado reposando justo debajo de la gran ventana logró capturar toda su atención – ¿Sabes qué es esto, Camus? – El joven príncipe levantó el objeto mostrándolo. El otro por su parte se acercó estirando la mano y tocó algunas cuerdas haciendo sonar una sencilla melodía que impresionó a Milo. Camus al notarlo sonrió emocionado por causar tal efecto en él.

-Es una lira, Milo ¿No las conocías? – Milo como respuesta negó con la cabeza frenéticamente, deseaba poder hacer eso.

- ¿En dónde aprendiste a hacer eso? – Camus con la anonadada mirada de Milo le arrebató el instrumento haciendo sonar la misma tonada repetidamente haciendo que el otro se maraville todavía más.

-Mi mamá cuando vivía tenía una y siempre la tocaba para mí – El chico mayor seguía tocando – Con lo poco que pudo enseñarme jamás lo olvidé ¿Te gusta? – Milo escuchó y con la mirada no perdía ningún movimiento de los rosados dedos rozar las cuerdas. Deseaba poder tocarla y al escucharla un calor en el pecho aparecía.

Camus no obtuvo respuesta después de un rato, no lo recriminaba pues sabía que cuando Milo se encantaba con algo hasta mudo se quedaba contemplando eso que lo había cautivado. Con los años que pudo permanecer ahí supo conocerlo muy bien.

En ningún momento dejó la lira repitiendo una y otra vez esa tonada hasta que Milo por fin lo hizo parar con su mano.

- ¿Puedo? – Camus lo observó un momento y pudo ver un pequeño brillo en sus celestes ojos. En eso recordó en las muy contadas veces en las que Milo estuvo cerca de un instrumento o en siquiera en alguna tonada musical. Por la excesiva seguridad por parte del rey el príncipe pocas ocasiones podía presenciar este tipo de cosas, el mayor se entristeció un poco al pensar en eso.

Milo sostuvo el curioso artefacto de música con su brazo izquierdo y con la otra tiró una cuerda tratando de recordar lo que había hecho su amigo hacia unos momentos. Lo hacía con inseguridad y pena, pues estar frente a Camus que notablemente lo hacía mucho mejor él y además de tener esos sentimientos extraños de querer hacer todo perfecto delante sus ojos.

Por parte del acompañante, se había quedado con un toque de impresión escuchar que en realidad no lo hacía tan mal, había memorizada cada movimiento cuando él la tocó.

-Milo ¿Quieres que te enseñe? – Al escuchar tal propuesta Milo se alegró con los ojos esperanzados.

- ¿De verdad me enseñarías? – Camus asintió.

-Aunque, poco me enseñó mi madre, creo que si practicamos podemos perfeccionarlo ¿Qué dices? Sería muy divertido hacerlo juntos – Mencionar eso ultimo el jovencito mayor se sonrojó provocando de la misma manera al príncipe.

Ya no era de extrañarse verse en esos momentos en las que el exterior desaparece y sus miradas se fusionan con el color carmesí en sus mejillas, poco a poco al crecer sienten esa emoción y la tranquilidad de verse. El enamoramiento de ambos chicos nacía a medida de cada momento que pasaban juntos.

Príncipe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora