—"¿En dónde me quedé la vez pasada? ¡Ah, sí, que mi cuate Martín y yo conseguimos trabajo de albañiles en una construcción en Los Ángeles. Cuando la chamba se acabó ahí, seis meses después, uno de los jefes me recomendó con un amigo suyo y fui a casa de éste a servirle de jardinero, mecánico, criado, carpintero, y muchas cosas más. Mi sueldo aumentó, lo que me permitió conseguir una vivienda para mí solo. Viendo que otros paisanos lo hacían yo también me animé y empecé a hacer planes para llevar a mi familia a vivir conmigo. Le escribí a Macaria, le expuse mi proyecto y aceptó. Hice los arreglos necesarios con un "pollero" que me recomendaron, y poco después viajó ella con los dos niños desde la ciudad de México a Tijuana, y de ahí, también de ilegales, a Los Ángeles. ¡Qué alegría me dio tener conmigo a mi Macaria, Panchito y Macaria Júniora! Compramos muebles de segunda y pusimos nuestra vivienda "a todas emes". El día que pude comprarme un carro, baratón porque estaba "yonkeado" pues no servía el motor y yo mismo se lo arreglé, sentí que estaba ya en el límite de la felicidad. Con mi Ford Galaxie 67 fuimos a Disneylandia". "Seguí ganando dólares que para qué le cuento. Como precaución, pensando siempre en que "La Migra" nos podía agarrar, hice un viaje a Tijuana en 1984 para abrir una cuenta de inversión en un banco, para dejar a salvo mis dólares".
—"Tu dinero también peligra en un banco mexicano, Pancho— me advirtió don Jesús, un conocido—. —En cualquier momento te nacionalizan tu dinero ¡y te van a dar puros vales para comprar frijoles gorgojientos y duros en la Conasupo!".
—"Se equivocó don Chucho y le adiviné yo. Un día Panchito se puso necio que quería ver una película de "El Santo, El Enmascarado de Plata", y fuimos. Al salir del cine, que nos topamos con dos agentes de "La Migra". Nos subieron a la "perrera" que traían, nos encerraron, separándonos a Panchito y a mí de las Macarias, y unos días después en un autobús nos llevaron a San Diego. Nos dejaron en el mero límite con México. Íbamos tristes, achicopalados, pero con cierta confianza interior por saber que teníamos nuestro guardadito en Tijuana". "Con el dinero guardado en el banco, el cual había ganado sus buenos intereses, continuamos nuestro viaje a la ciudad de México. Ahí nos instalamos en una vivienda que conseguí en la colonia Morelos, y alcanzó para abrir otra pequeña inversión para que mi vieja y los niños subsistieran con lo que se obtuviera de intereses. Yo decidí regresar a Los Ángeles. Como ya tenía algunas relaciones no me fue difícil conseguir chamba. Pronto empecé a mandarle dinero a Macaria, y a ahorrar también. Estos ahorros los traía siempre conmigo, en mi cinturón, que tenía un cierre a todo lo largo". "Un día llegó a verme don Chucho. Resulta que un gringo que él conocía, Mr. Michael North, que residía en Chicago, le había pedido que le recomendara un mexicano ilegal que quisiera trabajar con él allá en aquella ciudad. Había que hacerle a todo: criado, chofer, mecánico, jardinero, plomero, de todo. Al día siguiente conocí a Mr. North y como hablaba algo de español fue fácil entendernos. Por la tarde rematé los muebles que tenía y en la noche salimos rumbo a Chicago en la bonita camioneta Van del que era mi nuevo patrón. La casa de Mr. North era muy bonita. Me gustó su residencia; pero más me gustó la señora North. Era alta, rubia, bien formada, y con una carita de muñeca. Mi patrón ya andaba cerca de los sesenta años y ella apenas rebasaba los treinta. La preciosidad de señora no hablaba nada de español y yo apenas si masticaba una que otra palabra en inglés".
—"Éste ser tu cuarto, Panchou— me dijo Mr. North, y yo quedé maravillado, pues tenía televisión a colores, radiograbadora, aire acondicionado y quién sabe qué más". "Empecé mi trabajo al día siguiente arreglando uno de los tres autos que tenían. De ahí pasé a componer las llaves del agua de uno de los baños, y luego a cortar el zacate. A Mrs. Jane North, quién sabe por qué‚ se le dificultaba más decirme "Pancho" que "Mexicano", y en esta última forma se dirigió a mí siempre, que además era la única palabra que yo le entendía. De ahí en adelante la palabra "Mexicano" se oyó tanto en esa casa que hasta el patrón empezó a decirme así, lo mismo que la cocinera, Anne Grant, una negrita muy simpática, y también María, la otra sirvienta... Pero, invíteme una "cheve" y ahí le sigo platicando.
"Mexicano" suspendió su narración y ambos nos dirigimos a un lugar cercano al "Puente Nuevo", en donde se podía comer y beber la cerveza.
—¡Que esté bien muerta, please!— pidió Pancho al mesero.
F I N de la parte 2.
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Cuentos Cortos de Mi viejo
Non-FictionSon breves historias, cuentos, relatos y etc. Contadas como si tu abuelo te las leyera