Francisco es un hombre alto, fuerte, moreno, con la vivacidad característica de algunos chilangos, que acostumbrados a luchar por la vida en esa inmensa urbe tan competitiva saben sacar provecho de todas las situaciones. Lo conocí en el "Puente Nuevo" que une a las ciudades de Matamoros, Tamaulipas, y Brownsville, Texas. Según sus propias palabras le apodan "Mexicano". Estamos dentro de un restaurante. Mientras disfrutamos de la comida y de algunas cervezas, me platica su vida:
—"Como le iba diciendo, mi esposa y mis hijos se quedaron en la ciudad de México; yo regresé a Los Ángeles, y luego me fui con Mr. North a Chicago, para trabajar con él en su casa. Caí con el pie derecho en esa casa, aunque eso sí todo el día me traían ocupado. Que si "Mexicano" esto, que si "Mexicano" lo otro. Continué girando dinero a mi familia, y guardando lo que podía en mi cinturón. Y también continué admirando, sin que ella lo notara, a Mrs. Jane North. Aunque yo creo que en algún momento ella sí se dio color de la admiración que le tenía, porque a veces se me quedaba mirando en una forma que ¡Ay, nanita!, y me sonreía, y luego me decía cosas que yo no le entendía ni jota, pero que en su voz sonaba muy bonito".
—"En septiembre de 1985 gran parte de mi mundo se derrumbó, igual que se derrumbaron muchos de los edificios de la ciudad de México con el temblor. Cuando supe de la tragedia me sentí desesperado por ignorar la suerte de mi familia. Pasados unos días esa desesperación se convirtió en gran dolor. Macaria, Panchito, Macaria Júniora y mi mamá murieron al caerles encima la vivienda que habitaban. Mi madre había llegado a visitarlos, y ahí quedó. Hice un viaje de dos semanas a México. No voy a entrar en detalles de ese viaje porque aún me duele, y me seguirá doliendo toda la vida. Pasados quince días tomé un autobús con rumbo a Nuevo Laredo. Ahí contacté con alguien, que me había recomendado Lupillo, el que vende los hot dogs cerca de la casa de Mr. North, y pude llegar a Chicago de nuevo. Cuando me presenté a la casa de mi patrón éste no sólo me dio su pésame, sino que también me dio una cantidad de dólares, para reponer lo que yo había gastado en el viaje.¡Era a todo dar mi patrón!"— expresó. Francisco suspendió momentáneamente la narración para enseñarme las fotografías de su esposa e hijos. Dos lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, las que finalmente pudo contener.
—"Continué pero ya sin mucho ánimo pues todo el tiempo estaba recordando a mi familia. Llegó el año de 1987. Para esas fechas se hablaba mucho de una dizque Ley Simpson-Rodino; que a todos los ilegales en los Estados Unidos nos iba a llevar la fregada. Todo el mundo, de los ilegales, se entiende, andaba reteasustado. Yo no me preocupé gran cosa. Me dije: —"Si me va a llevar, pues que me lleve. ¡La Ley Simpson me vale wilson! ¡Y me llevó! Me detuvieron los "cuicos" gringos un mal día que andaba de compras en un mall, y me regresaron a México, por Reynosa, Tamaulipas. Y aquí viene lo más pinchurriento de toda mi historia. Apenas acababa de cruzar el puente internacional, junto con otros treinta indocumentados más, cuando me metí a un restaurante, pues tenía hambre, y además tenía el dinero que había ido ahorrando en mi cinturón. Antes de pagar entré al baño y ahí conté mi capital. Tenía yo tres mil dólares, en puros billetes de a cien. Era rico. Con eso bien podía poner un pequeño negocio. Aparté un billete para pagar lo de la comida y salí del baño. Cuando se lo entregué a la cajera del lugar ésta hizo mucho escándalo, porque no tenía cambio. Fue uno de los empleados a una casa de cambio. Por fin regresó, me entregaron mi feria en pesos y salí de ahí. Había caminado unas dos cuadras cuando se detuvo junto a mí un carro y bajó de él un tipo grandote, fornido, que llevaba un sombrero tejano y tremenda pistolota al cinto".
—"¡Alto ahí! ¡A ver qué armas portas!".
—"¿Cuáles armas? No traigo armas".
—"¡Andale, súbete al carro; te vamos a investigar! ¡Somos de la judicial!"
—"Delante de muchas personas que estaban de mironas me subieron al automóvil, a puros empujones y mentadas de madre, y el vehículo arrancó. No sé a dónde me llevaron porque yo no conocía la ciudad, pero salimos al campo. Se detuvieron y para empezarme a ablandar me golpearon en la panza. Me quitaron el dinero que traía en la bolsa de la camisa, y luego me dijeron que confesara, pues había aparecido flotando un muerto en un canal que llaman de Anzaldúa, y yo tenía que confesar. Unos golpes más, y cuando ya me tenían tirado, uno de los tipos empezó a revisarme a fondo, y ya podrá imaginarlo. ¡Sí, encontraron mi dinero! Al ver la cantidad que era hasta de la confesión se olvidaron. Ya no les interesaba que yo confesara; hablaron de matarme, para que no los denunciara".
Francisco no pudo continuar hablando pues empezó a llorar. Me impresionó ver cómo escurrían las lágrimas de los ojos de ese hombre tan fuerte.
— F I N de la parte 3.
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Cuentos Cortos de Mi viejo
Non-FictionSon breves historias, cuentos, relatos y etc. Contadas como si tu abuelo te las leyera