CAPÍTULO DIECIOCHO: Secuestro

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Estaba listo para cruzar esa maldita puerta y hacer lo que nunca me había animado a hacer.

Le diré a mi familia quien soy en realidad.

No sé cómo vayan a tomarlo y me falta el aire con solo pensarlo. ¿Y si no me aceptan? ¿Qué tal si me echan? ¿Y si me llevan ante médicos y me obligan a someterme a pruebas?

No.

Debo concentrarme, no puede haber fallos ahora. No ahora que es muy importante para mí. Esta es la única forma para poder mantener mis dos vidas, ser Tracker sin perturbar a Max Lowe. Solo esto se me ocurre. No tengo tiempo para pensar en algo más, no tengo tiempo para idear otra técnica que salve esta parte normal que hay en mi muy alocada y movida vida.

Abro la puerta, pero no estoy listo.

Ya es tarde para estarlo. Si no lo hago, me tendré que despedir de todo.

Entro a la casa y cierro la puerta lo más silencioso posible. Antes de darme vuelta y enfrentarme a todos, sentí un leve cosquilleo en mi nuca que me advirtió que algo no andaba bien. Entonces volteé.

Una gran parte de mí desearía no haberlo hecho.

Todos estaban en el suelo. Mis padres, Thomas... toda mi familia inconsciente en la entrada de mi propia casa. ¿Qué demonios había pasado? ¿Quién fue el desgraciado capaz de hacer esto? ¿Quién tuvo el valor de tocarlos?

—Tracker.

Desde el comedor sale una muchacha vestida con ese traje que representaba al bando de Reed, al bando enemigo. Su cabello era castaño oscuro y tenía los ojos verdes más intensos que haya visto jamás.

Sarah.

—No deberías estar aquí

No podía creer lo que estaba viendo. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué llevaba puesto eso? No, algo no estaba bien.

En ese momento, sentí su olor. El increíble aroma del mar.

— ¿Eres Hydei? —pregunto incrédulo— Sarah, por favor, dime que no eres ella.

Automáticamente comencé a sentir la presencia de, no sólo una, sino de tres personas. Las primeras dos bajan desde las escaleras: Etelani y la metaquinética. La primera me mira y no sé si sintiera piedad o lástima por mi presencia desafortunada para ellas.

—Lo siento, Tracker —dijo la presencia que faltaba, cuya voz me dejó completamente anonadado y sin saber cómo reaccionar.

Su cabello era rojo, un rojo realmente sorprendente y oscuro, sus ojos eran azules y sus labios finos. Tenía puesto un atuendo un poco similar al de las demás, pero de color negro. Su figura no aparentaba la edad que debería tener, ni siquiera su cara. Maldición tenía la apariencia de una mujer de treinta años en vez de los noventa y tantos de debería. ¿A caso era otro poder? Como sea, estaba frente a Reed.

Realmente era Reed.

—No solamente es me querida Hydei... —siguió diciendo—, sino que no es Sarah Thompson. Todo lo que conoces de ella es una completa mentira, una farsa. Así que permíteme hacer las presentaciones formales: Tracker, te presento a Hydei. ¿Sabes? Nunca entendí esto de los apodos ¿Por qué ocultar de lo que realmente somos capaces cuando podemos gritar nuestro nombre, dejar una verdadera y auténtica firma? En fin ¿Qué puedo saber yo? Solo tengo casi un siglo de vida.

No sabía qué diablos decir, no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando. Aquello solo hizo que la sonrisa de Reed creciera un poco más.

—No te molestes en entender. La verdad es que es algo bastante complejo —me dijo muy divertida ante la situación—. Verás, yo lo llamo "Agente Invisible". Son como mis pequeñas cámaras vivientes con una misión en particular. No hay mejor forma de mentir que no sabiendo que lo estás haciendo. Raro ¿No? —comenzó a explicarme mientras se acercaba y rodeaba a Sarah, o Hydei, con el brazo— Prácticamente le quito a alguien en particular su vida y se la doy a otra persona. Debiste ver la cara de la verdadera Sarah Thompson, estaba realmente espantada y solo hablaba de su padre ausente. No nos costó quitarle cada uno de sus recuerdos y dárselos a Hydei para que ella misma creyera que es Sarah Thompson. Esto es toda una obra de otro de mis cómplices más cercanos, con la capacidad de manipular la memoria humana como se le dé la gana. En fin, ¿Por dónde iba? Ah sí. Le quita la vida, o los recuerdos, a una persona y yo se las doy a quien yo crea conveniente. Así que no culpes a la pobre Hydei, ella ni siquiera sabía que trabaja para mí mientras hacía una actuación que hasta ella se creía.

La Identidad Secreta de Max LoweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora