[Capitulo 2] Bolsa de Maní

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Me levanté con una resaca terrible, sentía que mi cabeza me odiaba más de lo que yo me odiaba a mi misma. Bajé los pies de la cama y me recogí el cabello. Caminé hacia el espejo y observé a la persona del otro lado, una chica desarreglada, pálida, con cabellos sucios que solían ser tan dorados como el mismísimo oro. El tiempo puede ser tu mejor amigo como puede ser el peor de tus enemigos. Fui al comedor a sentarme a comer. Estaba inmersa en la soledad y los únicos que me acompañaban eran un tazón de manís y un silencio que sentía eterno. Aún creía que saltaría alguien de detrás del sofá de terciopelo y me gritara «¡Sorpresa! Todo era una broma» , pero la vida no funcionaba así. Sentada en la mesa, veo imágenes del conejo caminando de un lado para el otro, buscando su reloj de bolsillo para otra fiesta con la Reina. Esto ocurría tan seguido que ya me percataba que él no estaba ahí y procedía a ignorarlo. Metí otro maní a mi boca y sentí el fuerte sabor salado que este tenía, me recordaba a mi, un potente sentimiento que estimulaba tus sentidos pero al mismo tiempo te secaba los labios mediante más comías. El maní y yo no eramos tan diferentes después de todo. Desganada, tomé otro maní pero este se resbaló y cayó al suelo, mis ojos dieron una vuelta y me agaché para tomarlo, pero en cuanto bajo la cabeza veo algo tirado debajo de la mesada de la cocina. Me acerco y encuentro una vieja rosa blanca a medio pintar de rojo, marchita por el tiempo. Sonreí por un momento. Los recuerdos me golpearon con fuerza, ese recuerdo de aquella dulce reina regalándomelo, «divino recuerdo» me dije. Pero en ese momento el oscuro recuerdo de ella siendo asesinada por la nueva emperatriz me interrumpió rápidamente y pudrió todos esos hermosos recuerdos que anhelaba repetir en alguna ocasión con ella. Presioné con fuerza la rosa y sin darme cuenta dejé caer algunas lágrimas. Me las sequé y me dirigí a mi habitación. Allí, debajo de la cama, saqué una enorme caja de color negro. La abrí y suspiré, tomé con mi mano el mango de ese machete y me dije a mi misma:

-Juro que mataré a esta reina, cueste lo que me cueste... y si debo morir en el intento, lo haré –recité como si estuviera haciéndole alguna promesa a alguien, aunque en el fondo sentía que así era.

Bajé las escaleras y me senté en el sofá del conejo, reposando los codos sobre mis rodillas, donde comencé a pulir el machete mientras pensaba como haría el golpe. Atacar a una reina no era, para nada, una tarea sencilla, tenía que meditarlo con tranquilidad y estar segura de que haría. «Tal vez un ataque en uno de sus partidos de croquet» pensé, pero rápidamente lo descarté, esos juegos estaban llenos de invitados, claramente no era buena idea. «Algún ataque nocturno» volví a pensar, pero nuevamente lo descarté, no había cosa como un "horario nocturno" aquí, todos esos libros viejos sumados al poco tiempo que pasaba fuera de la casa habían confundido mis recuerdos respecto al mundo que pisaba. Me quedé mirando el techo pensando mientras mis manos no dejaban de pulir, una voz detrás de mi comenzó a hablarme. 

-¿Realmente quieres esto? -me preguntó.

-Claro que lo quiero -respondí sin dudarlo, inconscientemente mis manos sostuvieron el mango con fuerza.

-¿Cómo sabes que será la solución? -volvió a preguntar.

-No lo será -respondí con frialdad.

-Esto no te ayudará -señaló, yo voltee a verlo.

-Claro que no lo hará, no es algo que deba hacer, es algo que quiero hacer y si intentas detenerme solo para decirme que es lo correcto en este mundo lleno de lunáticos te mataré, Gato -en un ataque de furia, mis manos se deslizaron hacia la hoja y me corté un poco sin darme cuenta. Me levanté molesta y me dirigí a la cocina, metí las manos en el fregadero mientras el gato saltaba sobre la mesada de la cocina.

-Alicia, no estás pensando con claridad -decía, yo voltee y lo miré disgustada.

-¿Cuándo lo he hecho? Por culpa de esa emperatriz tu padre murió, ¿por qué no me entiendes por una maldita vez en tu corta vida? -le exigí, él bajó sus orejas, intimidado. 

Saqué las manos del fregadero y estiré mi brazo para tomar una toalla con la que secarme las manos. Una vez acabado, las sacudí un poco y tomé el machete. Las heridas continuaban ahí pero no me importaba, tenía cosas más importantes de las que encargarme. Abrí la puerta de la entrada y voltee a ver el lugar un poco rabiosa todavía. Al volver a observar el lugar, me calmé, pero al mismo tiempo mis ojos decayeron. Me giré donde el gato, el cual seguía en la mesada de la cocina viéndome. 

-Cuida del lugar por mi, si es que no vuelvo quiero que alguien se encargue -le pedí mucho más serena que antes.

Estaba a punto de salir, mi mano ya estaba sosteniendo la perilla, pero antes de salir noté que junto al escritorio al lado de la puerta había una foto enmarcada. Me quedé pensativa un momento pero al final la tomé, sacándola del marco y guardándola en mi bolsillo. Miré afuera, sabía si daba un paso ya no habría vuelta atrás, y me estaba cuestionando si era lo que quería hacer realmente. Volví a ver la foto y la presioné levemente. Era lo que quería hacer, definitivamente. Decidida caminé hacia afuera y cerré mi puerta, dejando la casa atrás.

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⏰ Última actualización: Apr 09 ⏰

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