1. El profesor LeBlanc

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«Qué mierda de vida», pensó Badir con amargura observando confundido la pizarra que tenía incontables e incomprensibles símbolos de algo que el profesor llamaba "diferenciales".

Rompió su lápiz en un arrebato de frustración por no comprender lo que el profesor explicaba ese día. Y para ser más exactos, cualquier día de ese terrible semestre que estaba cursando.

Ya llevaba un año en la universidad y era la primera vez que tenía verdaderos problemas con una clase. Si bien, no era un estudiante destacado, tampoco llevaba malas calificaciones. Aunque para su mala suerte esa maldita materia de cálculo se había convertido en su dolor de cabeza y era tan frustrante no poder desquitarse con alguien por el condicionamiento que tenía en la universidad y la promesa hecho a Alejandro.

Volteó hacia un lado y observó con atención a su amigo que en ese momento estaba muy concentrado en su libreta escribiendo infinidad de garabatos incomprensibles. Alejandro siempre había sido muy inteligente y no tuvo ningún problema en ingresar a la universidad, al igual que el imbécil de Hilal quien estaba sentado del otro lado, quedando Alejandro en medio de los dos. Y de hecho, era lo mejor pues últimamente no toleraba tenerlo cerca y no poder golpear su estúpida cara.

Vio por un momento a Hilal que estaba tecleando algo en su calculadora con ese semblante serio que le molestaba tanto y el deseo de golpearlo aumentó. Era un tipo pretencioso que se jactaba de tener la vida perfecta porque siempre le iba bien en la escuela. Aunque la verdadera razón de su odio era la indiferencia con la que trataba a los demás, para luego ser todo amor y felicidad con Alejandro.

«Mosca muerta», maldijo con odio.

Su resentimiento hacia él aumentó cuando Badir por fin fue aceptado en la universidad e ingresó dos semanas después de que hubieran empezado las clases. En cuanto entró al aula, Alejandro, lo recibió con una gran y cariñosa sonrisa; mientras Hilal fruncía el ceño y desviaba la mirada a la ventana, lo que lo hizo odiarlo todavía más si eso fuera posible. Y a pesar de que ardía por molerlo a golpes, se detenía por Alejandro, pues ellos se demostraban mucho cariño y jamás se atrevería a dañar a alguien tan cercano a ese chico lindo de ojos verdes.

—Si no dejas de babear por tu compañero, reprobarás mi materia —una voz grave y burlona se escuchó murmurar sobre su oído dejándolo sin aliento.

Una suave risa ronca se escuchó alejarse al momento en que el profesor Darío pasaba a su lado para sentarse detrás del escritorio y mirarlo con intensidad.

Badir le dedicó una mirada furiosa para luego agacharse e intentar resolver el problema que tenía en su libreta.

Darío LeBlanc, era el imbécil del profesor de cálculo, quien les hacía la vida imposible por igual a sus alumnos. Era un tipo arrogante y presuntuoso que explicaba su clase de corrido sin importar si alguien tuviera dudas. El sujeto era tan grande, su voz tan gruesa y con cara de pocos amigos que nadie se atrevía a preguntar o quejarse de algo. Y cuando alguien tomaba el valor para expresar sus dudas, el profesor simplemente los mandaba a investigar por su cuenta, alegando que para eso eran estudiantes de universidad. Inclusive no perdía oportunidad para reprender a sus alumnos por ser holgazanes y no ser capaces de encontrar las respuestas por ellos mismos.

Y a pesar de que era un idiota, no podía ignorar ese poderoso cuerpo que poseía. Era un hombre muy alto y tan musculoso que no daba la impresión de ser solo un profesor "nerd" de cálculo. Su apariencia era bastante masculina con su quijada cuadrada enmarcada por un sensual rastrojo de barba oscuro, combinando a la perfección con su cabello de la misma tonalidad y un poco desordenado. Siempre vestía muy formal como cualquier profesor de universidad, aunque en algunas ocasiones pudo verlo sin corbata; la camisa con un botón desabrochado dejaba ver un poco de su pecho velludo.

Enloqueciendo por mi profesor de cálculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora