Time Flies

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A los seis años Raoul conoció a Alfred en su primer día de colegio.

Al llegar a su nuevo colegio le costó soltar la mano de su madre, que le dejó en el salón de actos del lugar, donde ya se encontraban muchos más niños que estaban en su misma situación. El pequeño Raoul, con su uniforme del colegio y su pelo rubio bien repeinado hacia un lado, esperó en aquel lugar hasta que la jefa de estudios dijera su nombre para ir junto con el profesor que sería su tutor de primer curso.

Raoul García Vázquez.

Los primeros treinta chicos y chicas nombrados hicieron una fila y siguieron a su tutor hasta el aula donde pasarían los próximos dos años. Su profesor, Roberto se llamaba, fue indicando los asientos de cada uno de sus alumnos, ordenados de dos en dos por orden de lista.

Al rubio le sentaron al lado del que, no mucho tiempo después, se convertiría en su amigo del alma. Un diminuto Alfred, con su cabeza llena de rizos y sus paletas separadas, fue el que dio comienzo a aquella amistad.

– Qué chula tu mochila de Pikachu.

– Gracias, me la ha comprado mi madre – dijo el rubio algo tímido.

– ¿Cómo te llamas?

– Raoul, ¿y tú?

– Alfred.

No hizo falta más para que pasaran juntos el recreo ese primer día y todos los días restantes del curso.

Eran amigos, mejores amigos, pero fue a los nueve años cuando supieron que eran inseparables.

Alfred y su familia tuvieron que pasar los meses de julio y agosto en otra ciudad para hacerse cargo de la abuela recién operada del chico. Raoul pensó que no sería para tanto, era su mejor amigo y obviamente le iba a echar de menos, volvería a verle al final de las vacaciones.

Pero nunca habían estado tanto tiempo separados.

El día que Alfred volvió, lo primero que hizo fue pedirle a su madre que le llevara a casa de su amigo. Cuando llegaron a la vivienda, Susana les abrió la puerta y la madre del Alfred se marchó dejando al chico allí para que pasara la tarde con el rubio.

Alfred entró el en salón, donde se encontraba su amigo viendo los dibujos animados, se acercó al sofá con sigilo desde atrás. Cuando ya estuvo cerca se agachó para gatear hacia el lateral del mueble en el que se encontraba sentado Raoul sin que le viera.

– ¡Bú! – Alzó la voz y saltó para quedar de pie al lado del rubio.

Raoul pegó un bote por el susto. Susto que se le pasó en cuanto vio el rostro de su mejor amigo.

– ¡Alfred! – Sin dudarlo se levantó del sofá y abrazó a su amigo.

Y empezó a llorar.

Raoul era un niño sensible, lloraba a menudo cuando su madre le regañaba, cuando Álvaro le pegaba o cuando se caía y se hacía daño, pero nunca había llorado de alegría como lo estaba haciendo en ese momento.

No sabía cuánto le había echado de menos hasta que lo tuvo entre sus brazos y una sensación de alivio le llenó el pecho.

– Eres un llorica – dijo Alfred entre risas sin soltar a su amigo.

Con el paso de los años Raoul y Alfred se hicieron tan amigos hasta ser uno. No había Raoul sin Alfred y no había Alfred sin Raoul.

El vínculo que compartían iba más allá que una simple amistad. Se necesitaban el uno al otro.

Time Flies | Raoufred [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora